Según Manuel Vicent, la derecha española, "ante un cuadro de Picasso o de Miró sigue pensando que eso lo pinta mejor su niño de cinco años". Esta observación, cuya objetividad no entraré a discutir, nos sugiere por contraste un rasgo psicológico característico de lo que suele llamarse progresismo. Incluso aunque no definamos al progresista como persona culta y entendida en arte contemporáneo, habrá que convenir que aquella expresión tan popular ("mi niño de cinco años lo haría mejor") no nos encaja con su perfil. El progresista es un adorador de la Cultura, que se detendrá estudiadamente sus dos o tres buenos minutos ante el lienzo indescifrable, y hasta le dedicará algún reverente comentario, del tipo: "hay que ver qué cromatismo" o "cómo trabaja las texturas".
Esto puede extenderse a otros ámbitos, además del estético. Como cualquier hijo de vecino, el progresista preferirá tener un hijo al que le gusten las chicas o una hija que sienta atracción por los chicos; no que sean homosexuales: pero ni borracho lo admitirá, si es un progre comme il faut. Nos jurará que eso no le importaría lo más mínimo, "mientras sean felices"; que la cuestión es que cada cual elija su propia "opción", etc.
El progresista se deshará en elogios de la escuela pública, pero en cuanto pueda permitírselo, matriculará a esos hijos en un colegio privado, o incluso los enviará a Estados Unidos, al tiempo que profiere pestes del "imperialismo" y el "capitalismo salvaje", donde la gente se desangra ante la puerta del hospital si carece de seguro médico.
Condenará el progresista sin paliativos la liberalización del mercado de trabajo, pero si es empresario despedirá sin problemas a los empleados que no le resulten productivos. (Hay muchos empresarios de izquierdas, por si alguno -¿en qué mundo vive?- no se había enterado.)
Defenderá la inmigración y el "mestizaje", como le gusta llamar a las oleadas de extranjeros (muchos de los cuales vienen atraídos por los subsidios del estado del bienestar), pero casualmente vivirá, en muchos casos, en una urbanización de clase media-alta donde no se verán nunca en la calle grupos de señoras magrebíes empujando cochecitos de bebés y cubiertas de tela de la cabeza a los pies -ya sea en pleno mes de julio.
El progresista consciente se lee los editoriales de El País para saber qué hay que opinar preceptivamente, como algunos leen los programas de mano de los conciertos de música contemporánea ("concierto de silbato y aullidos para orquesta") para saber cuándo hay que aplaudir. Si toca cerrar los ojos ante el terrorismo de estado y llamar "sindicato del crimen" a los medios que informan de él, pues se cierran y se les llama. Si más tarde toca negociar con ETA y pronunciar la palabra Paz poniendo los ojos en blanco, pues se negocia, se la pronuncia y se ojiblanquea. Y todo con el mismo arrobamiento que aparentemente les produce la contemplación de un cuadro de Tàpies. Claro que lo peor es cuando te lo explican, y te hablan de "cromatismo" o de "mestizaje".