Lo mismo que decimos de los individuos, podría decirse de los países. Hace pocos días, José María Aznar fue entrevistado en Antena 3. El pretexto inmediato de la entrevista era preguntarle al expresidente por las insinuaciones vertidas por algunos medios, según los cuales se habría beneficiado de sobresueldos ilícitos, en su etapa como gobernante y dirigente del Partido Popular. Aznar respondió cargando sin contemplaciones contra el grupo PRISA, al que acusó de quererle destruir desde hace años. No lo llamó, como había hecho tras los atentados del 11-M, "poder fáctico fácilmente reconocible", sino que incluso se remontó más atrás y se refirió (bien que sin entrar en detalles) a los intentos de que no fuera elegido como presidente del gobierno tras su victoria electoral de 1996. (Imprescindible el libro clásico de Jesús Cacho, publicado en diciembre de 1999, El negocio de la libertad.)
Aznar no habló sólo del pasado, sino del presente. Y bosquejó las cinco "cuestiones esenciales" que debería abordar el proyecto político que necesita España en la actual crisis política, económica e institucional:
1) Un Estado viable, eficaz y sostenible.
2) Reformar unas instituciones que garanticen un funcionamiento correcto del Estado de derecho.
3) Reformar nuestra economía incluyendo una reforma fiscal que reduzca los impuestos y que promueva las clases medias y los aparatos productivos del país.
4) Hacer un pacto social que sea una respuesta a la realidad nueva del país en términos de pensiones, demografía, sanidad, etc.
5) Recuperar la situación internacional de España.
Aznar resumió lo anterior como "más España, una España más fuerte y unos ciudadanos más libres". Se podría objetar que se trata de objetivos excesivamente vagos. También se le podría reprochar al expresidente que cuando gobernó hizo concesiones al nacionalismo catalán que contrastan con su actual contundencia verbal, o que no llevó a cabo las reformas que ahora necesita España urgentemente, cuando llegó a disponer de mayoría absoluta. Pero la opinión publicada ni siquiera ha entrado al trapo de estas propuestas. El líder del PSOE se ha limitado a decir que le "espantan" las palabras de Aznar, sin entrar en más detalles. Lo que ha animado los espacios de opinión ha sido la grave cuestión de si el expresidente ha sido leal o desleal con Mariano Rajoy, o si ha dejado entreabierta la puerta a su regreso a la política. De sus propuestas apenas se ha discutido, ni mucho menos se ha intentado desarrollarlas.
Y a esto me refería. El problema de España no es lo que le sucede, sino lo que los españoles pensamos que sucede. O más bien lo que no pensamos. No hay un debate público serio y profundo sobre la verdadera naturaleza de la crisis, ni sobre los auténticos remedios. Y esto es precisamente la crisis, o parte de ella: Que algunos discutan sobre si los expresidentes deberían opinar o callarse y en cambio no se hayan dado cuenta todavía de que el viejo modelo social y político ya no da más de sí. Todo lo contrario: se resisten con denuedo a que se reformulen los llamados "derechos sociales" y a cualquier "retroceso" (como lo denominan) en el Estado autonómico. "La derecha está aprovechando la crisis para desmantelar el Estado del bienestar", aseguran. Ni remotamente se plantean que tal vez lo que está en crisis es el propio Estado del bienestar, junto con el modelo político de la Transición. Malgastan el tiempo hablando sobre el mensajero y no sobre el mensaje. Miran el dedo que señala la luna, en lugar de la luna. No han entendido nada; por eso ellos mismos forman parte de la crisis.