Cada vez que salta la noticia de un éxito científico que nos acerca más a la clonación de seres humanos plenamente desarrollados, se repite la misma estrategia desde determinados sectores periodísticos e intelectuales. Por un lado, se ponen por delante los supuestos fines terapéuticos, sugiriendo un futuro prometedor en el que se curará una gran variedad de enfermedades y se salvarán numerosas vidas, gracias a las células madres embrionarias. Por otro lado, se niega que las investigaciones en cuestión conduzcan hacia la clonación humana viable, debido a los obstáculos tanto técnicos como legales que habría que superar.
El objetivo es presentar bajo un aspecto impopular y ridículo a quienes formulen escrúpulos éticos contra los avances científicos que juegan a manipular la naturaleza humana, al menos mientras la opinión pública no esté lo suficientemente "preparada" para aceptar todas sus implicaciones y los cambios legislativos que se requieran. ¿Qué clase de fanáticos religiosos podrían oponerse a que se salven vidas humanas? ¿Quién puede ser tan ignorante como para pretender que estamos cerca de crear un "hitlerito", como en la película Los niños del Brasil?
Estas preguntas retóricas se basan en el engañoso concepto de clonación humana terapéutica, por contraposición a la clonación reproductiva. En realidad, lo único que diferencia la una de la otra es que en la primera se clona un embrión (a fin de cuentas, un ser humano) que es destruido a los pocos días para obtener sus células madres, mientras que en la segunda, se implanta ese embrión en un útero y se le permite desarrollarse. Esto se ha logrado hace tiempo en mamíferos (desde la famosa oveja Dolly) y, si se permite progresar en esta línea de investigación, se logrará en seres humanos, tarde o temprano.
Por supuesto, la mayoría de la gente ve por el momento con inquietud la "producción" de seres humanos. Cualquier persona cuyas intuiciones morales no estén oscurecidas por consideraciones ideológicas (meros eslóganes aprendidos, generalmente) desaprobará que unos seres humanos decidan las características genéticas de otros. También son muchos quienes no pueden dejar de experimentar recelos ante la posibilidad de una forma de reproducción humana asexual, en la cual no se requiere el concurso de los gametos masculinos.
Sin embargo, no son menos quienes se dejan seducir por el chantaje emocional de las promesas terapéuticas. Esta actitud obedece fundamentalmente a la ignorancia y a que la propaganda en favor del aborto ya ha hecho gran parte del trabajo sucio ideológico. Así como se justifica la negociación con terroristas en nombre de la "paz", quienes piden carta blanca para producir y destruir embriones humanos sugieren que se trata del único camino para el avance de la ciencia. Pero esto es falso. Al igual que en la lucha contra el terrorismo la acción policial se ha revelado como la más efectiva, en la lucha contra la enfermedad, los resultados más tangibles y abundantes no provienen de los experimentos con embriones humanos, sino de las líneas de investigación que trabajan con células madre adultas, las germinales, las procedentes de cordones umbilicales y la clonación de animales transgénicos.
Por supuesto, quien aprueba el aborto, incluso de seres humanos en edad fetal, no verá problema en cargarse un embrión de menos de una semana, el blastocisto que algunos definen con brutal ligereza como "una especie de pelota de células". Pero esta pelota tiene la asombrosa capacidad de convertirse por sí sola, en el entorno uterino, en un bebé. (También los humanos adultos necesitamos un entorno adecuado para vivir.) Sus células no constituyen una masa amorfa, sino que se hallan perfectamente organizadas y coordinadas no sólo para duplicarse, sino para diferenciarse formando todos los tejidos que constituyen a un feto, un niño, un adulto. Como señalan Mónica López y Salvador Antuñano, también "el embrión, el niño de un año o de ocho, el joven de 20 y el anciano de 90 años son cúmulos de células; unos de más y otros de menos células, pero todos ellos pertenecen a la especie humana." (La clonación humana, Ariel, Barcelona, 2002, pág. 26.)
Los experimentos con embriones humanos son una aberración moral. Y los resultados obtenidos por científicos de Oregón, saludados con indisimulado entusiasmo por gran parte de los medios, no son más que eso: experimentos que se pretenden justificar con especulativas aplicaciones médicas en un futuro impreciso. Una vez la opinión pública haya sido "trabajada" suficientemente (recuerden lo que se llegó a decir de Bush por restringir el uso de fondos públicos para investigar con células madre embrionarias), no duden que el siguiente paso será vendernos la clonación reproductiva. Y también se emplearán "argumentos" emocionales, presentando, por ejemplo, casos dramáticos de padres desquiciados por el dolor (y mal aconsejados) que querrán "resucitar" a un hijo muerto, clonándolo a partir de una de sus células.
Si la vida es un don sagrado, no podemos jugar con ella, y mucho menos destruirla. Pero si no lo es, todo está permitido. Algunos lo han comprendido demasiado bien, pero se cuidarán de manifestar tanta franqueza ante una opinión pública a la que van conquistando paso a paso, de manera gradual pero constante.