El papa Francisco ha hablado del "capitalismo salvaje". Los socialistas de todos los partidos se felicitarán de ello, por mucho que la doctrina social de la Iglesia deje bien claro que no reniega ni de la propiedad privada ni de la libre iniciativa. ¿Por qué entonces hace el papa este gesto tan innecesario como fácil de malinterpretar, tomando prestada una expresión del machacón progresismo dominante?
Según el director del digital InfoCatólica, Luis Fernando Pérez Bustamante, "la doctrina social de la Iglesia no es una loa al liberalismo capitalista económico reinante". Seguramente que no, pero aquí me chirría un adjetivo: "reinante". El capitalismo reina aproximadamente tanto como reina el estatalismo. Es importante que cuando diagnostiquemos los males de nuestras sociedades, sepamos diferenciar cuáles proceden del Estado y cuáles del mercado. Y efectivamente, no creo que esto sea tarea de la Iglesia, sino de las ciencias empíricas. La Iglesia puede condenar la gula, pero no es de su competencia recomendar una dieta baja en grasas o en carbohidratos, como no lo es recomendar una u otra política económica.
Luis Fernando cita un pasaje del Nuevo Testamento (Carta de Santiago, 5-1-6) que habla severamente de los ricos que han "defraudado" el jornal de sus obreros. Desde luego, nadie duda que defraudar, como robar, estafar, cometer desfalcos, etc, es un pecado, además de un delito. Pero ¿es consustancial al capitalismo o más bien a la naturaleza humana? Marx, con su teoría de la plusvalía, opinaba lo primero. La Iglesia, dudo mucho que se apunte a semejante tesis. Y si lo hiciera, se metería en terreno de las ciencias sociales, como si no tuviera suficiente con sus pasados desencuentros (tan innecesarios como explotados por sus enemigos) con las ciencias naturales.
El problema del capitalismo, desde un punto de vista cristiano, no es que produzca pobreza, sino justo lo contrario, que crea riqueza. Y ello es algo que legítimamente nos debe preocupar a los cristianos, pues ya advirtió Jesucristo de lo difícil que es que los ricos entren en el Reino de los Cielos. Hay razones serias para pensar que el bienestar material de que disfrutan las clases medias y altas está detrás, al menos en parte, del proceso de descristianización que padece Occidente, al infundir en muchos individuos una falsa sensación de autosuficiencia que los aleja de Dios, y multiplicar las tentaciones. Ahora bien, las alternativas históricas al capitalismo, además de que (ellas sí) generan pobreza, tampoco se han caracterizado por acercar al hombre más a Dios, sino más bien exactamente lo contrario.
El mensaje cristiano se dirige en esencia a los individuos. Pensar que existe un modelo de sociedad tan bien organizada que en ella sería más fácil amar al prójimo, o incluso innecesario, es algo completamente ajeno al cristianismo. La responsabilidad individual no se puede externalizar en el "sistema". ¿Por qué entonces -pregunto de nuevo- la Iglesia, y en especial los papas, caen tan fácilmente en este equívoco?
Quizás sea porque se quiera contrarrestar la vieja acusación (tan insidiosa como todas las medias verdades) de connivencia de la jerarquía católica con los poderosos. Pero la reacción no puede ser más desafortunada. Haga los gestos que haga, la Iglesia jamás aplacará a sus enemigos, que sólo aplaudirían si el papa desmantelara el Vaticano, convirtiera los templos cristianos en locales sociales para los gays, lesbianas y transexuales y afirmara que no hace falta creer en Dios, si no se quiere. Así que no vale la pena hacer concesiones (siquiera sea terminológicas) a una opinión públicada que todo lo mide por la escala de valores "progresistas". La Iglesia, por el contrario, debe dejar bien claro que esa no es su escala, que su verdad tiene dos mil años y no vale desnaturalizarla adoptando expresiones cargadas de ideologías. Esto es lo que yo siento como católico que quiero que la Iglesia siga siendo lo que ha sido siempre, una referencia inamovible en medio de las opiniones cambiantes.