viernes, 31 de mayo de 2013

Aborto y verdad

Consideremos estas afirmaciones:

1) Los embriones y los fetos humanos tienen derecho a vivir como cualquier otro ser humano.

2) Los embriones y los fetos humanos de edad < n semanas no tienen derecho a vivir.

3) No sabemos si los embriones o fetos de edad < n semanas tienen derecho a vivir o no.

Las consecuencias de las dos primeras afirmaciones son claras. De la primera se deduce que el aborto provocado es como llamamos al homicidio o al asesinato cuando la víctima es un ser humano nonato. De la segunda, por el contrario, se deduce que un aborto es tan legítimo como una operación de cirugía estética.

Gran parte del debate entre los provida y los abortistas consiste en discutir acerca de si es cierta la primera o la segunda afirmación. Pero no existen argumentos definitivos que permitan zanjar la cuestión de una vez por todas. Al tratar de fundamentar una posición u otra, nos encontramos en última instancia con dos concepciones metafísicas. Una de tipo trascendente, que considera que la vida no puede reducirse a procesos bioquímicos, y otra de tipo materialista, que sostiene justo lo contrario. Ambas (el materialismo también) son una forma de fe, pues son indemostrables.

El problema del materialismo (aunque ello no sea una prueba de su falsedad) es que no sólo permite justificar el aborto, sino también el asesinato y hasta el genocidio, aunque pocos materialistas están dispuestos a extraer esas conclusiones extremas de sus principios, afortunadamente. Si la vida no es más que un proceso físico-químico, no se comprende por qué estaríamos obligados a preservarlo, siendo los instintos de conservación o sociabilidad meras subrutinas de dicho proceso.

Esto parece que nos conduce al agnosticismo de la tercera afirmación: que en realidad no sabemos si un embrión humano es un ser dotado de dignidad personal o no. Esta conclusión es precipitada, pues reduce el concepto "saber" a aquello que se puede verificar o falsar. Y esta misma idea del conocimiento es inverificable. El positivismo descansa en argumentos que no superan el análisis positivista. En el fondo, es también una fe.

Algunos abortistas que terminan por reconocer que la posición materialista es tan indemostrable como la contraria se refugian en el agnosticismo porque creen poder deducir de él que no hay motivos para prohibir el aborto. ¡De nuevo se equivocan gravemente! Pues ante la duda, lo más prudente podría ser la "presunción de humanidad", es decir, suponer, "salvo que se demuestre lo contrario", que un embrión o un feto de cualquier edad es un ser humano. Pero incluso aunque no se acepte la "presunción de humanidad", no vemos por qué hay que deducir la legalización del aborto partiendo de consideraciones agnósticas. El argumento de que, ante el desacuerdo, cada cual debería ser libre de decidir, es particularmente torpe. Porque precisamente el desacuerdo se da entre quienes piensan que esa decisión es lícita y quienes piensan que no lo es. Quienes defendieron la abolición de la esclavitud estaban en contra de que nadie poseyera esclavos. Que cada cual decidiera libremente si quería o no poseerlos, no era una posición "liberal" o "neutral", sino exactamente lo que defendían los esclavistas.

En realidad, la cosa es más sencilla de lo que pueden hacer pensar los párrafos precedentes. Entre considerar que un embrión es un ser humano y considerar que no lo es, no hay término medio. Se es humano o no se es. Las leyes de supuestos o de plazos pueden parecer soluciones de compromiso, pero no lo son, porque ninguna circunstancia justifica la muerte deliberada de un ser humano inocente (1), salvo que no lo consideremos un ser humano o (para los partidarios de la pena de muerte) que no lo consideremos inocente.

De ello se deducen dos cosmovisiones incompatibles, porque sólo una puede ser cierta. Toda sociedad debe elegir entre la una y la otra. Es imposible contentar a las dos partes. Una forma pacífica de elegir se llama democracia. Consiste en que cada cual pueda defender libremente su posición para conformar las leyes a su gusto, si obtiene el respaldo de la mayoría. Otra forma es la guerra civil. Personalmente, prefiero la primera; pero en ambos casos, el resultado es que una cosmovisión se impone sobre la otra, temporalmente o para siempre, sea o no sea la verdad.

Si es verdad que la verdad no existe, tampoco esto será verdad; luego la verdad existirá. Y si es mentira, es que la verdad existe. Por tanto, toda sociedad, como todo individuo, vive en la verdad o en la mentira. La neutralidad no existe, por mucho que algunos se hagan la ilusión de no tener que elegir. Y una forma muy capciosa de esta ilusión es fingir que lo importante es elegir en sí, no lo que elegimos.
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(1) La única excepción es que tengamos una certeza razonable de que esta vida entre en conflicto directo con la vida de otra persona inocente. Puesto que ambas tienen el mismo valor, es lícito elegir; por ejemplo, para salvar la vida de la madre. Por lo demás, esta situación posiblemente es mucho más rara de lo que sugieren ciertas noticias, presentadas de manera tendenciosa. Otra cosa es que una ley que redujera de facto, drásticamente, el aborto en términos absolutos, aunque lo despenalizara en ciertos supuestos (como la violación), sería muy preferible a las leyes actuales vigentes en gran parte del mundo. Pero nos resulta preferible esto porque partimos de que los embriones son seres humanos, y evidentemente es peor la muerte de millares que la muerte de decenas.