jueves, 1 de mayo de 2008

¿Es mejor la república?

Si usted vive en un país de régimen republicano, tiene un 39 % de probabilidades de sufrir además la opresión de una dictadura. Mientras que si reside en un país cuyo Estado es formalmente monárquico, las probabilidades descienden al 14 %.

Son los resultados de un sencillo estudio realizado por quien esto escribe, motivado por la noticia que comentaba en mi entrada anterior. Según un sindicato de estudiantes, "la mayoría de democracias consolidadas" son repúblicas. Por supuesto, en su sentido literal, esto es irreprochablemente cierto. Sin embargo, demostraré que las estadísticas, si alguna posición favorecen, es la monárquica.

Hagámonos las siguientes preguntas: ¿Qué proporción de países de régimen republicano son dictatoriales? Análogamente, ¿qué proporción de monarquías formales son dictatoriales? ¿Cuál será de las dos la proporción mayor?

Para intentar responder cuantitativamente a estas cuestiones, parto de las siguientes definiciones: Entiendo por monarquía aquella que oficialmente se reconoce a sí misma como tal. Por supuesto, regímenes formalmente republicanos como el de Cuba o Corea del Norte son monarquías de facto, pero también podemos decir, a la inversa, que muchas democracias parlamentarias son en la práctica repúblicas, dado el papel meramente honorífico del Jefe del Estado. Me atengo al sentido puramente formalista del término porque creo que, a fin de cuentas, el debate monarquía/república no pretende trascender ese nivel.

En cuanto al término dictadura, evidentemente no tiene un significado tan preciso que permita dividir todos los países del mundo en dos grupos perfectamente definidos. Muchos regímenes no son totalmente democráticos ni totalmente autoritarios. Una clasificación muy interesante es la que ofrece el World Freedom Atlas, concretamente la basada en el índice Freedom Status. Este combina a su vez otros dos índices que tratan de medir el grado de respeto a las libertades políticas y los derechos civiles. De este modo, se clasifican todos los países en una sencilla escala del uno al tres (1. Free, 2. Partly Free y 3. Not Free), tal y como muestra el mapamundi:


A destacar que la Rusia de Putin (en mi opinión con toda la razón) sea considerada un país Not Free. De todos modos, le asignemos el grado 2 ó el 3 de la escala, los resultados a que he llegado no varían sensiblemente, como se verá.

Mi definición de dictadura es pues bien sencilla: Es aquel régimen que aparece en el mapa como de grado 3, en azul oscuro. Como es obvio, ello no significa que consideremos a todos los demás países como perfectamente democráticos, ni mucho menos, pero la simplificación es el precio que debemos pagar por nuestro intento de cuantificación.

Una vez expuestas mis definiciones, he elaborado una hoja de cálculo con la población de los doscientos y pico países del mundo, clasificados según su sistema político y su carácter dictatorial o no. Los resultados resumidos, que al principio he anticipado, son los siguientes:

En el mundo, la población que reside en regímenes formalmente republicanos ronda el 92 %. Ahora bien, dentro de este porcentaje, cerca del 39 % debe soportar regímenes dictatoriales (Excluyendo a Rusia de las dictaduras, la proporción sería del 36 %). A su vez, dentro del porcentaje de aproximadamente un 8 % de la población que suman las monarquías, sólo un 14 % son de tipo dictatorial. La conclusión es evidente: Vivir en un sistema político republicano no es por sí mismo ninguna garantía de mayores libertades, sino todo lo contrario, en comparación con el sistema monárquico.

La explicación tampoco es muy esotérica. Desde el momento que un régimen se reconoce a sí mismo como monárquico, ello es un indicio de una mínima voluntad constitucionalista, podríamos decir. Al determinar legalmente la persona en quien recae la jefatura del Estado, normalmente por su pertenencia a una determinada familia, se está optando por un procedimiento que, aunque en sí mismo no tenga evidentemente nada de democrático, es mucho más transparente y honesto que no esas elecciones amañadas o esas hipócritas escenografías asamblearias con la que muchas repúblicas formales renuevan el máximo cargo estatal. Por otra parte, al fingir una legitimidad superior a la de la típica monarquía hereditaria, el dirigente de una república que no sea profundamente democrática se verá mucho más libre de cualquier traba constitucional. Las monarquías absolutas, al recurrir a la religión con el fin de justificar su poder ilimitado, en realidad han prefigurado las futuras repúblicas totalitarias, mucho más efectivas porque se basan en ideologías elaboradas con la clara intención de fundamentar al poder, empresa para la cual la religión ofrece un mensaje mucho más contradictorio.

Hay otra reflexión más amplia que podemos extraer de todo esto. Aunque a primera vista determinadas instituciones nos parezcan caducas, retrógradas, etc, la mejor guía para conocer su verdadera utilidad social es la observación, no nuestros esquemas previos. El hecho de que una institución o una tradición sea antigua, no es ninguna prueba de su bondad, pero en ocasiones puede ser un indicio de esta. Quizás es porque algo funciona que pervive más tiempo. De ahí que todo liberal deba desconfiar siempre de esos arrebatos seudorracionalistas que tratan de romper con el pasado para empezar de nuevo sobre bases supuestamente lógicas o científicas. Uno no tiene por que ser monárquico (yo no lo soy, dicho sea de paso) para pensar que a lo mejor la monarquía hace más bien que mal, allí donde ya está instaurada. Ni tiene por que ser creyente para opinar lo mismo de la Iglesia. Ni ser una especie de Don Corleone para defender la familia tradicional. Ni..., ni...