La pugna entre Puigcercós y Carod-Rovira por hacerse con el poder dentro de Esquerra Republicana les lleva estos días a intentar acaparar titulares, cada uno a su manera. El primero ha reivindicado nada menos que el libre mercado y la propiedad privada, aunque eso sí, sin dejar de definirse como socialdemócrata. Vamos, sin tampoco despeinarse mucho, en la línea de ese nuevo concepto de "liberalismo simpático" teorizado por cierta lumbrera del PP, según la cual hay que renegar de Reagan y Thatcher para caer bien a la peña, y desde luego no provocar "inquietud" mencionando a Hayek o Friedman (¡vade retro!).
Contrastan un tanto estas declaraciones con las de Carod, más dado a la burrada, quizás en homenaje a la figura del burro català que muchos catalanes gustan de lucir como adhesivo de adscripción totémica en la parte posterior del coche. Primero fue lo de Portugal, país que el político independentista pretende ganar para su causa por el peculiar método de ofenderlo, al considerarlo sometido al "imperialismo doméstico" español, que no sabemos muy bien en qué consiste. Y este jueves han sido unas declaraciones en la televisión autonómica, en las que afirma que, si bien cree que la separación de España beneficiaría económicamente a Cataluña, la defendería incluso aunque pensara que por ello "viviríamos peor". Lo cual me da pie a exponer tres reflexiones.
La primera me mueve a preguntarme si esa primera persona del plural debe entenderse como una forma de hablar, o es que realmente el Sr. Carod estaría dispuesto a sacrificar su propio nivel de vida (que al parecer incluye una notable pasión por los restaurantes caros) y no sólo el del resto de ciudadanos catalanes. O formulándolo de otra manera: ¿Qué personalidad debemos ver aquí como predominante, la del fanático o la del sinvergüenza?
La segunda reflexión consiste en la confirmación de algo que siempre he pensado. Que en definitiva, todo ese discurso de las balanzas fiscales, de los supuestos agravios económicos y la apelación al mero interés de los catalanes, no es más que un intento de revestir de racionalidad una pulsión bastante poco racional, un sentimiento tribal explotado con la única finalidad de obtener el poder. Porque, digámoslo claramente, si está dispuesto a optar por la pobreza fuera de España frente a la prosperidad dentro de ella, es porque el odio a lo español es en él algo previo a cualquier otra consideración.
Y tercera reflexión. Cuando observamos que en todo el planeta, los países más libres son también los más prósperos, es legítimo cuestionarse qué puede entender por libertad (que es lo que pretende sugerir el término independencia) aquel que, siquiera de forma hipotética, plantea un supuesto dilema entre ser pobre pero libre y rico pero esclavo. Si bien está claro que una persona individual puede efectivamente experimentar una situación en la que se dé ese conflicto, en un sentido colectivo todo indica que plantearlo es un mero ejercicio de sofistería. Porque es evidente que allí donde los individuos tienen mayor iniciativa para velar por sus intereses, a medio y a largo plazo verán aumentar sus rentas en mayor medida que allí donde esa preocupación se la arroga una burocracia parasitaria.
La libertad o independencia con la que se llena la boca el nacionalismo no es más que un sentimiento subjetivo, que explota la fuerza de la sensación que todos conocemos, basada en el hecho objetivo de no estar sujeto al capricho de otro. Es, pues, una falsa libertad. Quienes hablan de la Catalunya Lliure, no tienen curiosamente empacho en restringir libertades individuales tan elementales como por ejemplo utilizar una determinada lengua para expresarse. No existe en términos colectivos ningún dilema entre libertad y bienestar. Cuando alguien lo plantea, tenemos una señal clara de que la libertad de que habla no es más que un señuelo, con el que encima pretende adornar los males que todo despotismo conlleva.
Véase si no cómo el régimen cubano agita el sentimiento nacionalista contra los Estados Unidos, demostrando de paso que la evocación de los supuestos males que acarrearía el capitalismo no es lo suficientemente convincente. Si bien los progres europeos son capaces de tragarse fabulosas patrañas acerca de los sistemas sanitario y educativo cubano, los sufridos habitantes de la isla, que los conocen por experiencia propia, requieren de un tipo de propaganda mucho más visceral: Eso es el "socialismo o muerte". Preferir la muerte a vivir bajo un sistema democrático y capitalista no es más que la versión necrófila de la preferencia de la pobreza en el socialismo por encima de la prosperidad en un régimen de libertad económica. Pero obsérvese que la táctica consiste precisamente en presentar esa libertad como lo contrario, como una esclavitud, como el sometimiento al yugo del imperialismo... ¿doméstico?.
Así que no te esfuerces, Pepe Luis. Tú a lo mejor estarías dispuesto a privarte de la langosta, con tal de que Cataluña fuera independiente. Pero yo, aunque seguramente la paladeo con menor frecuencia que tú, yo desde luego no. Yo prefiero seguir siendo libre, y los sacrificios con los que no te importa amenazarnos veladamente con tal de hacer realidad tus enfermizas obesiones, te los puedes guardar donde te quepan.