lunes, 22 de octubre de 2007

¿Quién teme a Herbert Spencer?


La mala fama de Herbert Spencer es debida a párrafos como el que transcribo a continuación. Quien tenga dificultades con el inglés (bienvenido al club), limítese a las negritas:

Each adult gets benefit in proportion to merit –reward in proportion to desert: merit and desert in each case being understood as ability to fulfil all the requirements of life –to get food, to secure shelter, to escape enemies. Placed in competition with members of its own species and in antagonism with members of others species, it dwindles and gets killed off, or thrives and propagates, according as it is ill-endowed or well-endowed. Manifestly an opposite régime, could it be maintained, would, in course of time, be fatal to the species. If the benefits received by each individual were proportionate to its inferiority –if, as a consequence, multiplication of the inferior was furthered [se favoreciera] and multiplication of the superior hindered [se entorpeciera], progressive degradation would result; and eventually the degenerate species would fail to hold its ground in presence of antagonistic species and competing species.

(The Man versus the State)


Después de los horrores del nazismo, cuando alguien habla de seres “superiores” e “inferiores” nos ponemos en guardia. Pero Spencer estaba rotundamente en contra de que el Estado interviniera, deliberadamente o no, en el mejoramiento de la especie. Él creía que la selección de los más aptos es un proceso natural que no debía ser perturbado por las interferencias del poder político. Era partidario de la beneficiencia privada, pero se oponía a lo que hoy llamamos Estado del Bienestar. Sus argumentos siguen teniendo plena vigencia, aunque hoy en día no se acostumbre formularlos en el lenguaje biologista que empleaba a veces. En cualquier caso, el horror de los campos de exterminio no hubiera podido producirse si no hubiera existido el avanzado Estado totalitario que los implantó. No debemos exagerar la importancia del hecho contingente de que un maníaco, imbuido entre otras ideas delirantes de una grosera vulgarización del darwinismo, llegara al poder. Lo decisivo es que existiera ese poder prácticamente listo para ser usado, y eso fue resultado de un proceso que venía de muchos años antes, y que Spencer captó como pocos en su tiempo. Él vio en el Estado paternalista bismarckiano un precedente del futuro (nacional-)socialismo. Y con una clarividencia que vista con nuestra perspectiva se diría profética, afirmó en 1884 que el país donde la regulación estatal (State-regulation) había ido más lejos era Rusia. Leyendo su El hombre contra el Estado, uno se pregunta cuán diferente hubiera podido ser el siglo XX si sus advertencias sobre la esclavitud del porvenir se hubieran tomado en serio. Si a ello añadimos que el libro citado es una obra breve, de estilo claro, argumentos contundentes y amena lectura, copioso en ejemplos que nos evocan vivamente el tiempo presente, y desprovisto por completo de concesiones y medias tintas, se comprenderá que en mi opinión siga siendo una de las mejores introducciones al liberalismo que conozco. Si un libro no te conmociona, no te arrastra a tomar partido, no sirve para gran cosa. Para argumentaciones equilibradas y soporíferas sobre lo que sea ya tenemos los editoriales de los periódicos de papel.