Asistimos periódicamente en Red Liberal a la trifulca entre liberales pata negra y liberales a secas. Por supuesto nadie llama nunca pata negra, salvo que ironice, al otro. Pasa como con los conductores. Todos somos buenísimos, y sabemos poner mirada de examinador cuando vemos a cualquiera intentando aparcar: "Ha hecho una maniobra de más", dictaminamos invariablemente. Pero dejando de lado el irreductible factor genético de la especie animal que somos, hay que reconocer que ciertas polémicas no tienen nada de baladí. Los ancaps tachan de socialdemócratas a los que defienden un Estado mínimo, mientras que estos proponen cordones sanitarios para aislar a los primeros. Los partidarios de la eutanasia tildan a los discrepantes de conservadores, y ellos a su vez son acusados de progresistas decimonónicos, o por el estilo. No digamos ya cuando se discute acerca de las ocurrencias de algunos sobre la prostitución infantil o el canibalismo. Aquí los ánimos se encienden de tal modo que recibimos estopa hasta los que pasábamos por ahí.
En mi opinión estas disparidades podrían reducirse a dos grandes tendencias dentro del liberalismo, a las que llamaré racionalista y empirista. Los racionalistas creen que puede defenderse la libertad desde concepciones puramente abstractas. Suelen partir de una determinada definición de libertad, a la cual tratan de atenerse con rígida coherencia, por muy extravagantes, escandalosas o radicales que parezcan las conclusiones a las que puedan llegar. Los empiristas, en cambio, apelan a la experiencia histórica para proponer como modelo aquellas sociedades en las que los ideales de libertad han estado más cerca de su plena realización, y para mostrarnos las consecuencias de la excesiva concentración de poder que se da en otros lugares y épocas.
Ante cualquier problema de orden ético o político, el racionalista se pregunta qué se deduce del concepto de libertad para dar con la solución, mientras que el empirista tiende a preguntarse algo así como: ¿Qué solución conviene más al gobierno y su aparato burocrático (y por tanto menos al individuo) a la luz de la experiencia pasada? Así, por ejemplo, ante la cuestión de la eutanasia, el liberal racionalista tenderá a defender el derecho a elegir la forma de la propia muerte, mientras que el empirista nos recordará las iniquidades a que ha llevado su aplicación en el pasado. El empirista no tiene por que ser temperamentalmente un conservador, pero no hay duda que su cautela ante los excesos del racionalismo le llevan a coincidir con frecuencia con los que desconfían del progreso a cualquier precio.
Los ancaps parten de una constatación inequívocamente empírica, como es que los Estados siempre tienden a acrecentar su poder. Pero ante este problema, se decantan por una solución puramente racionalista: Eliminemos por completo el Estado, proponen, contra toda la evidencia existente acerca de la naturaleza de las cosas. Y es que el racionalismo es el pecado original de la filosofía. Es un error que el método científico ha conseguido desterrar de muchas disciplinas, pero que todavía perdura y quizá no logremos eliminar nunca del todo, al menos no en aquellas materias donde es más problemática su aplicación.
Por supuesto, el conocimiento empírico es falible. Como notó Hume para siempre, "que el sol no saldrá mañana no es una proposición menos inteligible ni implica mayor contradicción que la afirmación saldrá mañana. En vano, pues, intentaríamos demostrar su falsedad." No importa que el sol haya salido hasta ahora todos los días, la experiencia puede resultar una guía engañosa cuando intentamos extrapolar al futuro la observación del pasado. La humildad es la divisa de la actitud empirista (es decir, verdaderamente racional). Por eso me declaro contrario a los cordones sanitarios o a las denominaciones de origen en Red Liberal, o donde sea que se defienda el liberalismo. Este no es un sistema definitivamente clausurado en el que ya no habría nada nuevo que aprender, en el que no habría lugar a discrepancia alguna. Sin embargo, el conocimiento empírico, con toda su precariedad, tiene una ventaja sobre el de cualquier otro tipo: Es el único que existe. Los que a lomos de simples conceptos se aventuran por las regiones más extrañas, pobladas de caníbales y otros peligros, no deberían desdeñar ese patrimonio de la humanidad al que según el contexto, unas veces llamamos experiencia, otras tradición y en ocasiones simplemente sentido común.