Siempre es harto revelador conocer los desahogos de quienes están en nuestras antípodas ideológicas, sobre todo cuando las exponen en su forma más descarnada: La que se emplea cuando uno se dirige a un público predispuesto favorablemente. Viene esto a cuento de que recientemente descubrí el blog del historiador y periodista Enric Vila, muy crítico con el tripartito, y autor de una biografía al parecer nada complaciente de Companys. Pero al mismo tiempo un nacionalista sin fisuras, que aplaude a Carod-Rovira por reñir a un joven que osó llamarle en televisión don José Luis, o celebra la decisión de Catalunya Ràdio de prescindir de Cristina Peri Rossi por hablar castellano.
En otro libro suyo, Què pensa Heribert Barrera (2001), una larga entrevista al ex presidente de ERC, éste, incidentalmente, se cuestiona que Hezbollah sea un grupo terrorista (!), produciéndose el siguiente diálogo:
Heribert Barrera: “Porque ya me dirá qué diferencia hay entre resistir al ocupante alemán [en referencia a la Francia ocupada por los nazis] o resistir al ocupante israelí.” [Pues (respondo yo) la misma diferencia que existe entre la invasión de Francia por parte de Alemania, y la invasión del mismo país por parte de Estados Unidos cuatro años después.]
Enric Vila: “¿O [resistir] al ocupante español, en el caso de ETA?”
Heribert Barrera: “Para mí, ETA, y no me importará nada si sale impreso, hace la guerra. Matan civiles, cierto. Pero... en las guerras se matan civiles, ya se sabe. Que la de ETA es una guerra estúpida, que no tiene sentido, de acuerdo. Pero moralmente sus acciones [¡sic, negritas mías!] tienen la misma justificación que las de los ingleses cuando bombardearon Montpellier.”
Enric Vila (nótese que es él quien emplea la expresión “ocupante español”) no hace el menor amago de objeción a esta infame relativización de la violencia terrorista.
En una reciente entrada de su blog titulada “El problema castellà”, Enric Vila califica de “tópico” que la inmigración procedente del resto de España haya sido buena para Cataluña, como si el crecimiento económico que de otro modo hubiera sido impensable, fuera una cuestión secundaria frente a la de la lengua. Difícilmente puede imaginarse una actitud más reaccionaria, un desdén más irracional por el progreso material, sólo equiparable a los delirios de un Sabino Arana.
Los catalanes –siguiendo con el texto de su blog- no habrían adoptado el uso del castellano por pragmatismo, sino por “la coacción de los tanques” durante el franquismo. No importa que la vitalidad del castellano con anterioridad a la dictadura esté perfectamente documentada (se despacha como otro “tópico”), que además sea lógicamente indispensable para explicar el hecho de que a los inmigrantes les bastara su lengua materna para desenvolverse en Cataluña –salvo que se pretenda que los tanques obligaron también a los catalanes a aprender castellano a marchas forzadas. ¡Un éxito pedagógico como jamás vieran los siglos! El “genocidio cultural” es el ingrediente victimista que requiere el nacionalismo para neutralizar críticas.
Ni siquiera importa que en un sistema democrático, los derechos de los castellanohablantes merezcan tanta consideración como los de quienes tienen el catalán por lengua materna. Con un lenguaje que de nuevo nos recuerda el reaccionarismo más rancio, Enric Vila reduce esa pretensión a mero “chantaje de la estadística”. El problema, para el historiador, es de “memoria”. Los catalanes (no sólo los historiadores, se entiende) compartirían una memoria colectiva ante la cual todo lo demás debe pasar a segundo plano. Me pregunto en qué se traduce esto de la “memoria”. No creo que se refiera solamente a la persecución de la cultura catalana durante la posguerra, lo que sería tanto como admitir que las reivindicaciones nacionalistas no consistirían más que en una reacción pendular ante acontecimientos relativamente recientes, y por tanto de corto recorrido. ¿Se referirá a la etapa de la segunda república, que el propio Vila es el primero en juzgar críticamente? ¿Pretende hacérsenos creer que como parte de esa “memoria colectiva” la mayoría de los catalanes tienen presente a Prat de la Riba o a Pompeu Fabra? ¿O está pensando más bien en el timbaler del Bruc? No, ya está: ¡Los almogávares! Lo que realmente es lícito preguntarse es si esto es serio. En cualquier caso, jamás conseguirá nadie justificar racionalmente por qué un determinado sentimiento de identidad catalana debería ser incompatible con el de hispanidad. Pero es que el nacionalismo tiene razones que la razón no conoce. Definitivamente, se lleva mal con ella. Hoy todo discurso ideológico se envuelve en la retórica de la democracia y los derechos, pero eso no debe llevarnos a engaño sobre la verdadera naturaleza irracionalista y reaccionaria del nacionalismo.