El gobierno autonómico catalán está repartiendo unos folletos de educación sexual a niños de 10 a 11 años, titulados “A mí también me pasa…¿Y a ti?”, en los cuales se dicen cosas como: “La masturbación –traduzco del catalán- es un momento íntimo, una manera de conocer vuestro cuerpo acariciándolo.” O bien, con el rótulo “Enamoramiento”, se afirma: “Habitualmente puede ser que haya alguna persona que te parezca especial y que te pases el día soñando, pensando en ella… que tanto puede ser de tu mismo sexo como del otro.” Bajo el epígrafe “La sexualidad”, se ilustra esto último con una ilustración (imagen) de dos parejas homosexuales y una heterosexual. En todo el folleto sólo se alude una vez al embarazo, para hacer mención del riesgo de transmisión madre-hijo del virus VIH.
Algunos dicen que es inadmisible que el Estado se haga cargo de la educación sexual de los niños. No voy a entrar ahora en esta cuestión, pues primero habría que discutir si es admisible que el Estado se haga cargo de ninguna educación en general. Dejemos para otra ocasión dilucidar si estos son los frutos inevitables de haber convertido el principio de la enseñanza pública en dogma de fe. Lo que detesto en cualquier caso es la manipulación disfrazada de manual de higiene. Definir la masturbación como un medio de conocimiento del propio cuerpo es una estupidez, además de una ñoñería. ¿Qué necesidad hay de edulcorar la realidad de las cosas? Dígaseles a los niños al menos la verdad, que el autoerotismo no tiene otra finalidad que el placer fisiológico, y nada más, no elevemos la práctica del onanismo a la misma categoría que las relaciones sexuales entre un hombre y una mujer adultos. Expóngaseles, asimismo, la existencia de la homosexualidad sin equipararla a la heterosexualidad. Por supuesto que, como liberal, defiendo que lo que hagan las personas adultas en su vida privada no es incumbencia de nadie, pero presentar una imagen distorsionada de la realidad, explicándoles a niños de diez años la homosexualidad como una forma de afectividad y de conducta socialmente tan importante como la heterosexual, no tiene nada que ver con los valores de la tolerancia.
La tolerancia no consiste en decir: Respetemos a los homosexuales, porque no tiene ninguna importancia la inclinación sexual de las personas, sino: Respetemos a los homosexuales como individuos, aunque es evidente que ninguna población sobreviviría si la homosexualidad se extendiera tanto como la heterosexualidad. Cierto que actualmente asociar la sexualidad con la procreación es algo tachado de ridículo y retrógrado. Pese a que tecnológicamente no hemos llegado todavía al estadio de Un mundo feliz de Huxley, en el que las palabras “mamá” y “papá” son consideradas obscenas, y la gestación en el útero materno como algo propio de culturas primitivas, recluidas en reservas, se diría que el establishment intelectual estaría perfectamente preparado para asumir con naturalidad el control total por el Estado de la reproducción humana –y todo lo demás.
Se empieza preconizando una moral indolora, sin culpa ni vergüenza, un hedonismo tan inocente como irresponsable, y se acaban borrando las barreras entre la edad adulta y la infancia. En la novela citada, los niños eran iniciados en los juegos eróticos desde la más tierna edad... Los adultos, previsiblemente, eran tan inmaduros como dóciles ante la benevolente y sabia Administración. Se me malentiende burdamente si se piensa que defiendo el retorno a la clandestinidad de ciertas prácticas sexuales. El problema, insisto en ello, viene de confundir la tolerancia con la aprobación. ¿Qué clase de poder se arroga la sociedad sobre el individuo cuando se entromete en su intimidad ni que sea para darle su aprobación? ¿Quién le ha dicho que la necesitábamos?