¿Por qué suelen querer abortar algunas mujeres? Varias son las situaciones posibles. Intentemos enumerar las más frecuentes:
1. Se trata de una mujer (generalmente joven y soltera, aunque no necesariamente) que se ha quedado embarazada accidentalmente, y considera que por razones socioeconómicas, ese hijo representará una carga para ella. Actualmente, se considera que el hijo demasiado temprano obstaculizará el desarrollo profesional de la madre. En el pasado, podía obstaculizar un buen matrimonio. En ambos casos, se trata de lo mismo: razones de índole básicamente económica.
2. Se trata de una mujer cuya salud corre grave riesgo en caso de producirse el parto.
3. Se trata de un feto con graves taras congénitas.
4. Se trata de un embarazo producto de una violación.
Ante todo, cabe observar que el caso más frecuente, con mucha diferencia, es el 1. Pero es que además, a menudo suele ser el verdadero motivo que se esconde tras los demás.
El caso 2, el riesgo grave que corre la salud de la madre, es obviamente una situación que el progreso de la medicina tiende a hacer cada vez más rara. Y sin embargo, la mayoría de abortos producidos en este país, con la anterior ley que despenalizaba determinados supuestos, se han producido por este motivo. ¿Cómo puede ser? La razón es bien conocida. Se han multiplicado los abortos justificados por un diagnóstico de depresión, donde las posibilidades de fraude de ley son facilísimas. Pero entonces, lo que estamos diciendo es que el 2, salvo casos excepcionales, no suele ser un verdadero motivo, sino una excusa. Lo más probable, estadísticamente hablando, es que la mayoría de situaciones del tipo 2 sean en realidad la 1.
La situación 3, el feto con taras congénitas. Aquí pueden darse muy variados casos, aunque una de las enfermedades genéticas más frecuentes es el Síndrome de Down. Es evidente que nadie quiere tener un hijo enfermo. Pero aún menos quiere nadie que su hijo muera, salvo casos dramáticos, pero raros, en los que la muerte puede ser más deseable que una vida de sufrimiento. No es sin embargo el caso de las personas con Síndrome de Down, que pueden llevar una vida perfectamente feliz, quizás más que algunas personas sanas. Y posiblemente más que los propios padres, más dolorosamente conscientes de las limitaciones del hijo que éste mismo. Ahí sin duda radica el motivo fundamental por el cual algunas madres y sus parejas acaban optando por el aborto: Miedo al sufrimiento, a la infelicidad. Pero tampoco serán irrelevantes las motivaciones socioeconómicas: Pensemos en los costes de cuidados médicos crónicos, necesidades educativas especiales, etc.
La situación 4, el caso del embarazo a consecuencia de una violación. Este caso es peculiar, porque es el único en el cual verderamente se produce un atentado contra la libertad de la mujer. Una mujer que mantiene una relación sexual consentida, incluso aunque su deseo no fuera quedar embarazada, no puede irresponsablemente alegar que su libertad reproductiva implica poder desentenderse de las consecuencias de sus actos, habiendo por medio una vida humana. En el caso de la violación, sin embargo, entran en colisión el derecho a la vida del neonato y la libertad sexual de la madre. ¿Cuál debe supeditarse al otro? Los provida más estrictos acostumbran a proponer como solución que la madre dé al hijo en adopción, pero esto supone esquivar la verdadera cuestión, que es si se puede obligar a la mujer a tener un hijo de cuya concepción ella no es responsable.
Constatados los motivos psicológicos para abortar, se impone la pregunta de si son legítimos o no. En mi opinión, los más claros son el primero y el último. Creo que a ninguna mujer se le puede obligar a tener un hijo producto de una violación. La vida es sagrada, pero la libertad también, y si algunos Padres de la Iglesia han aprobado la pena de muerte (porque el condenado era libre de haber actuado de otra manera, nadie le obligó a cometer ningún crimen), vería coherente que en este caso se admitiera el aborto, incluso aunque el daño recaiga en una persona inocente. También en una guerra justa mueren inocentes, y no por eso estaría justificada la inacción ante una agresión.
En cuanto a la motivación socioeconómica, me parece también indiscutiblemente clara: Jamás puede justificar el aborto de un niño concebido por una relación sexual consentida. No deja de resultar paradójico que quienes suelen condenar la "mercantilización" de la vida, que falazmente atribuyen al sistema de libre mercado, suelan ser los mismos que acepten sórdidas consideraciones económicas como motivo para acabar con una vida humana.
Más complejas son las demás motivaciones. En el caso de la salud de la madre, hay una variante extrema que también me parece perfectamente clara, que es cuando se trata de elegir entre la vida de la madre o la del hijo. Ante dos males exactamente iguales (la pérdida de una vida), es de una racionalidad aplastante que debe elegirse entre uno de los dos, y el único criterio es la voluntad de la madre, o en su defecto, la del padre o los médicos. La concepción integrista según la cual el ser humano no tiene derecho a tomar esta decisión, y debe aceptar con actitud fatalista los designios divinos, no se corresponde al menos con la doctrina cristiana, según la cual Dios ha querido que el hombre sea libre.
Ahora bien, cuando lo que está en juego no es la vida de la madre, sino su salud, es imposible dar una respuesta genérica. Es evidente que habrá casos que se acercarán al caso extremo, y otros en los que el supuesto daño para la salud de la madre es más bien la excusa de la que hablábamos antes. Aquí es una sólida consciencia ética la que debe iluminar a padres y a médicos, quienes deben decidir cuándo el riesgo para la madre es lo suficientemente grande y cuándo no justifica un aborto.
Análogas reflexiones creo que pueden hacerse en el caso de que el enfermo sea el neonato. Es evidente que cuando hablamos del valor de la vida, nos estamos refiriendo a una vida digna de ser vivida, no a un mero proceso fisiológico. De nuevo, deberían ser los padres y los médicos quienes valoraran la viabilidad como persona de un embrión o un feto con graves taras congénitas.
En resumen, creo que la anterior ley que despenalizaba el aborto en determinados supuestos, sin ser perfecta, era muy superior a la actual, porque dejaba al arbitrio de padres y médicos los casos en los que es imposible generalizar, permitía el aborto en caso de violación y no contemplaba el llamado "cuarto supuesto" por el activismo proabortista, el socioeconómico. El inadmisible número de abortos era consecuencia de un uso fraudulento de la ley (que es obligación del Estado descubrir y sancionar) más que de su concepción. En cambio, la actual ley, que consagra un aberrante "derecho a abortar", es un engendro jurídico y moral que debemos combatir con todas las fuerzas, hasta su derogación.
Más complejas son las demás motivaciones. En el caso de la salud de la madre, hay una variante extrema que también me parece perfectamente clara, que es cuando se trata de elegir entre la vida de la madre o la del hijo. Ante dos males exactamente iguales (la pérdida de una vida), es de una racionalidad aplastante que debe elegirse entre uno de los dos, y el único criterio es la voluntad de la madre, o en su defecto, la del padre o los médicos. La concepción integrista según la cual el ser humano no tiene derecho a tomar esta decisión, y debe aceptar con actitud fatalista los designios divinos, no se corresponde al menos con la doctrina cristiana, según la cual Dios ha querido que el hombre sea libre.
Ahora bien, cuando lo que está en juego no es la vida de la madre, sino su salud, es imposible dar una respuesta genérica. Es evidente que habrá casos que se acercarán al caso extremo, y otros en los que el supuesto daño para la salud de la madre es más bien la excusa de la que hablábamos antes. Aquí es una sólida consciencia ética la que debe iluminar a padres y a médicos, quienes deben decidir cuándo el riesgo para la madre es lo suficientemente grande y cuándo no justifica un aborto.
Análogas reflexiones creo que pueden hacerse en el caso de que el enfermo sea el neonato. Es evidente que cuando hablamos del valor de la vida, nos estamos refiriendo a una vida digna de ser vivida, no a un mero proceso fisiológico. De nuevo, deberían ser los padres y los médicos quienes valoraran la viabilidad como persona de un embrión o un feto con graves taras congénitas.
En resumen, creo que la anterior ley que despenalizaba el aborto en determinados supuestos, sin ser perfecta, era muy superior a la actual, porque dejaba al arbitrio de padres y médicos los casos en los que es imposible generalizar, permitía el aborto en caso de violación y no contemplaba el llamado "cuarto supuesto" por el activismo proabortista, el socioeconómico. El inadmisible número de abortos era consecuencia de un uso fraudulento de la ley (que es obligación del Estado descubrir y sancionar) más que de su concepción. En cambio, la actual ley, que consagra un aberrante "derecho a abortar", es un engendro jurídico y moral que debemos combatir con todas las fuerzas, hasta su derogación.