lunes, 25 de octubre de 2010
Homenaje a los muertos de la Batalla del Ebro
Mi abuelo paterno, José López Martínez, fue uno de los miles de soldados que murieron en la Batalla del Ebro, cuyos restos se desconoce dónde reposan. Sólo sabemos, por el testimonio directo de su hermano, que murió el 1 de noviembre de 1938 en la Sierra de Cavalls, a causa de una bala perdida.
Hace más de un año que empecé por primera vez a indagar si existía la posibilidad de descubrir el paradero de los restos mortales de mi abuelo, o el lugar exacto de su muerte. Ni siquiera tenía constancia de en qué unidad combatió, por lo que la tarea se presentaba difícil. Finalmente, opté por solicitar a la Generalidad los datos que pudieran recabarse, dentro de su programa de elaboración de un censo de personas desaparecidas durante la guerra civil y el franquismo.
De momento, no he recibido el informe histórico que según el gobierno autonómico se entrega a todos los solicitantes, sea positivo o negativo el resultado de las investigaciones. En cambio, se han colocado en el Memorial de las Camposines, en el pueblo tarraconense de La Fatarella, veintinueve placas con los nombres de 1.145 soldados de los dos bandos desparecidos en la batalla. Entre ellos, se encuentra el nombre de José López Martínez, como puede verse en la foto (Segundo por abajo, en la columna izquierda.)
El mes pasado recibí la invitación para asistir a un acto de homenaje y descubrimiento de las placas, el 24 de octubre. Pese a nuestros recelos por la previsible instrumentalización política, mis padres y yo no dudamos en acudir. El programa inicial consistía en que unos autocares nos trasladarían a las 10.30 desde el pueblo de La Fatarella hasta las Camposines, dentro del mismo término municipal. Pero pocos días antes recibí por correo electrónico y postal una modificación del programa. Debido a la numerosa asistencia confirmada, el acto de homenaje se celebraría a las 12 en un polideportivo de Gandesa, tras lo cual la organización dispondría unos autocares para visitar el Memorial de las Camposines. Esto suponía separar el acto más estrictamente político (por mucho que se revista con rasgos emotivos) del estrictamente personal, que es lógicamente localizar el nombre del familiar desaparecido en las placas del Memorial.
Por supuesto, lo que yo hice el día señalado fue salir con mis padres pronto por la mañana, y pasar primero por las Camposines, para evitarnos las colas posteriores al acto de Gandesa. Allí nos encontramos con que los Mossos ya iban a restringir el acceso, aunque por suerte todavía nos dejaron ver las placas y realizar las fotos de rigor. La principal razón por la cual habíamos salido aquella mañana, ya estaba satisfecha. Pero ya puestos, nos dirigimos a continuación a Gandesa, a participar del homenaje. Por suerte llegamos con mucha anticipación, porque la asistencia desbordó todas las previsiones, y quienes llegaron más tarde tuvieron que conformarse con aguardar en el exterior del recinto una repetición del acto a la una. Según ABC, se congregaron unas 3.000 personas, y desde luego no me parece una cifra exagerada.
Por supuesto que hubo instrumentalización política. Hablaron, entre otros, dos familiares de desaparecidos, y el conseller Joan Saura. Las palabras "sin rencor" se repitieron más de una vez, lo cual, pese a la apariencia de reconciliación, manifiesta lo contrario: Que uno de los dos bandos estaba moralmente más legitimado. También se pronunció el viejo tópico sentimental, según el cual aquellas muertes "no fueron en vano". ¿Pero no quedamos en la cantinela pacifista del "no a la guerra"? ¿Cómo entonces pueden servir de algo las muertes de soldados en combate? Por el contrario, yo que no soy pacifista creo que mi abuelo murió en vano, que no luchó por defender una legalidad que de tal sólo tenía el nombre, sino sólo por defender su vida (que no es poco), tras ser reclutado a la fuerza por el ejército republicano, aquel verano del 38.
La guinda por supuesto la tenía que poner Saura, que repitió por dos veces en su discurso que los "únicos responsables" de aquellas muertes fueron los militares golpistas. Es la doctrina políticamente correcta de la guerra civil, el cuento de hadas según la cual se trató de un conflicto entre la democracia y el fascismo, y el papel de la izquierda fue poco menos que idílico.
En el capítulo de anecdotario, señalar a dos simpáticos matrimonios que se sentaron detrás de nosotros, hermanos los maridos, que acababan de llegar de Madrid, y que defendieron sin complejos, pero escaso éxito, su derecho a que la megafonía de la organización utilizara también el castellano. Uno de los hermanos incluso se acercó a Saura y le pidió que pronunciara su discurso en catalán y en castellano, lo que en parte cumplió. No lo tradujo todo, sino que alternó párrafos en uno y otro idioma.
Me llamaron también la atención unos familiares que enarbolaban una fotografía de un desparecido, con las siglas del PSC... Partido al que no pudo jamás pertenecer, porque se fundó tras la muerte de Franco.
Pero sobre todo, lo más importante fue la lección que la gente dio a las autoridades. Ninguna bandera republicana, ninguna pancarta. Sólo algunas flores. Recordar a los muertos, no a las ideologías que los mataron. Ese creo que fue el verdadero y noble sentido del acto.