La inmortalidad es posible, o al menos hay quien lo cree, como aquel personaje de Clarín que abrigaba "una vaga y disparatada esperanza de no morirse... ¡La medicina progresa tanto!".
La otra tarde escuché en la radio que, según un informe, el endurecimiento de la ley antitabaco "salvaría las vidas" de miles de trabajadores de la hostelería. No soy fumador, y desde luego no seré yo quien ponga en duda los efectos perjudiciales del tabaco para la salud. Pero cierta clase de extrapolaciones estadísticas me dejan atónito.
Porque claro, ¿quién podrá oponerse a una reglamentación que supuestamente salvará miles de vidas? Sin embargo, qué quieren, me resisto a creer que el dueño de un bar donde se permite fumar sea poco menos que un criminal contra la humanidad, mientras que los legisladores dispuestos a aprobar el aborto libre deban ser vistos como sus benefactores. Y es que siempre he temido mucho más la benevolencia del diputado que el egoísmo del cervecero.