lunes, 6 de agosto de 2007

¡Proteccionismo o muerte!

La libertad de comercio perjudica a los comerciantes. ¿Verdad que suena absurdo? Y sin duda lo es, pero aun así es algo que creen muchos... comerciantes. Se replicará que hay que distinguir entre pequeños comerciantes y las grandes superficies. De acuerdo. Hagámoslo. Carrefour tiene abierto todo el día, hasta las diez de la noche. Es evidente que, a corto plazo, le conviene que la mayor parte del pequeño comercio aplique unos horarios mucho más restringidos. Así se beneficia de esa reducción artificial de la competencia, sobre todo en las horas de mediodía y de la noche. Las grandes superficies no defienden la libertad de horarios comerciales, a veces ni siquiera para ellas mismas (no sea que abran los ojos a otros competidores). En cuanto al pequeño comerciante, evidentemente no lo defiende porque ello le obligaría a contratar personal. ¡Qué horror, correr riesgos! Claro, debe admitirse que la legislación laboral no le facilita las cosas, al entorpecer el despido de personas poco productivas o ineptas, pero ello es precisamente parte del mismo problema, el intervencionismo de la administración Por Nuestro Bien. Seguramente el pequeño empresario que empieza será más favorable a eliminar todo tipo de restricciones administrativas que el ya instalado hace tiempo -en todos los sentidos de la palabra instalado. Este último más bien tenderá a ver como un contratiempo todo lo que contribuya a favorecer la aparición de más competencia.

En realidad, el miedo a la libertad es consecuencia de un egoísmo miope. La mayor libertad de comercio posible, lo cual incluye libertad de horarios, beneficia sobre todo a los consumidores (o sea, a todos nosotros), que tenemos más dónde elegir, y por tanto a mejor precio. La liberalización de horarios, con turnos laborales de mañana, tarde e incluso noche, implica un aumento del consumo porque, primero, para poderse mantener estos turnos, se crean más puestos de trabajo, es decir, aumenta la gente con más capacidad de consumo, y segundo, porque el trabajador que antes, cuando salía de su puesto de trabajo, se lo encontraba casi todo cerrado, ahora posiblemente tenga mañanas y tardes libres, a semanas alternas, lo que le permite disfrutar de más horas de ocio continuas. O sea, consumir más. El círculo virtuoso es evidente. El comercio prospera por el aumento del consumo, por tanto, se crean más empresas, más puestos de trabajo -más consumo de nuevo, y vuelta a empezar. La gente gasta más, sí, pero también gana más, con unos niveles de paro mínimo, los salarios tienden naturalmente a crecer, hay menos conformismo entre los trabajadores, que saben que tienen más posibilidades de encontrar otro trabajo si el actual no les satisface.

En Tarragona pronto empezará a construirse un Corte Inglés. Las barreras a la libertad de comercio, reales o psicológicas, no harán más que acentuar las desventajas que padece el pequeño comercio. ¿Cúal es la reacción del presidente de la FUBT, (Federació d'Unió de Botiguers de Tarragona), Jordi Figueras? ¿Pedir más libertad, menos regulaciones? No, su propuesta es típica de la miopía a la que me refiero. Pide una subvención apenas encubierta, como es rebajar los precios de los aparcamientos de zona azul (¿por qué los comerciantes no regalan el ticket de aparcamiento, como de hecho ya hacen muchos?) que además no servirá de nada, porque el que sean más baratos no aumenta el número de aparcamientos, al contrario, disminuye la rotación, al poderse permitir, el automovilista que consigue uno, el lujo de permanecer más tiempo en él. Es la típica medida antiliberal que consigue justo el efecto contrario al deseado.

La pena es que sea el pueblo -dejemos lo de "sociedad civil" para cuando el apelativo sea más merecido- el que grite "vivan las caenas". El pequeño comercio pide protección. Es decir, pide continuar siendo pequeño, y eso es lo que conseguirá. A El Corte Inglés ya le va bien, aunque a la larga mejor le iría una Tarragona más rica y más dinámica.