miércoles, 8 de agosto de 2007

Alerta Naranja


Geert Wilders, el líder del Partido para la Libertad de Holanda, ha propuesto prohibir El Corán por ser un libro fascista. No estoy de acuerdo con prohibir ningún libro. El político holandés aduce el precedente de la prohibición de Mein Kampf, escrito por Hitler antes de su llegada al poder, pero lo único que demuestra eso es que ni siquiera este odioso libro debería ser prohibido, porque sienta, en efecto, un precedente a la restricción de la libertad de expresión. Por eso mismo estoy en contra de las leyes contra el revisionismo, que tratan de impedir que se difundan las teorías negacionistas del Holocausto. Por supuesto que esas teorías son falsas de cabo a rabo, pero ¿puede un tribunal establecer la verdad científica? Y sobre todo, ¿dónde está el límite entre lo que es claramente inmoral y perverso y lo que un juez concreto, con sus eventuales prejuicios ideológicos, puede decidir que entra dentro de esas categorías? Porque no han faltado los cínicos que han comparado las obras filonazis de David Irving con las de Pío Moa y César Vidal (¡precisamente este último uno de los máximos conocedores y denunciadores de las supercherías revisionistas como las de Irving!).

Ahora bien, dicho esto, he de decir, aun a riesgo de parecer que me contradigo, que he sentido una gran simpatía por el gesto de Wilders. Su denuncia valiente y rotunda de la naturaleza fascista del islamismo, que le convierte en digno heredero del gran Pim Fortuyn, el "populista y xenófobo" (según el periódico de Pedro J. Ramírez, que cuando se pone políticamente correcto no es mejor que El País) que se atrevió a oponerse al avance del islamismo, y fue asesinado en 2003, cuando estaba a punto de ganar las elecciones en Holanda, no puede menos que llevarme a demostrar mi admiración. No hace falta prohibir El Corán. Mucho mejor es denunciar implacablemente, cuantas veces sea necesario, la mentira de un Islam moderado y pacífico, con la cual los lobos con piel de cordero tratan de anestesiar a Occidente, con la impagable ayuda del donjulianismo seudoprogresista. Como aquellos viejos comunistas inasequibles a la experiencia, siempre dispuestos a salvar la doctrina de sus catastróficas aplicaciones prácticas, abundan aquellos que pretenden distinguir entre una religión que defiende la guerra santa y la opresión de la mujer y... la guerra santa y la opresión de la mujer. Pues bien, políticos como Geert Wilders son una esperanza, en medio de tanto autoengaño. No es tan importante el que su propuesta sea acertada o no -de todos modos es inaplicable en la era de Internet- si con ella consigue que Europa empiece a despertar de su sueño.