En cuestión de pocos días, Zapatero ha dejado caer tres comentarios irónicos acerca de Dios. Primero, replicando a Rajoy -quien le había conminado a hacer un plan (creo que hablaban de energía) "como Dios manda"- el presidente del gobierno dijo: "Pues que [Rajoy] hable con Dios." Qué ocurrente ¿verdad? Apenas una semana más tarde, hizo uso del socorrido latiguillo "que baje Dios y lo vea", para sostener su versión de la supuesta mejora de la coyuntura. Y ayer en el Senado, al deseo expresado por el portavoz del PP, García Escudero, de que la divinidad "ilumine" al jefe del ejecutivo, este le ha devuelto el deseo, puesto que, ha dicho, "usted confía más en esas cosas que yo." Ja, ja, ja. Pero qué gracia que tiene el hombre.
Zapatero es muy libre de no creer en Dios, faltaría más. Pero ironizar sobre su existencia o providencia, no solo está feo en un gobernante, sino que, en un país donde dos terceras partes de la población se definen como católicas, resulta indecente. Jamás un presidente de los Estados Unidos osaría manifestarse en público como agnóstico o ateo, sean cuales sean sus creencias íntimas. Y no es solo una cuestión de votos, es de elemental respeto a las convicciones y los sentimientos de la mayoría de los ciudadanos.
Cuando Azaña pronunció su famosa y nefasta frase, "España ha dejado de ser católica", la República mostró ser lo que era: Un régimen excluyente, en el que, pese a abanderarse con la palabra democracia, bastante más que media España no tenía cabida. Zapatero, como se ha encargado de recordarnos hasta la saciedad, se considera heredero de ese régimen.
Con todo, admito que prefiero al Zapatero agnóstico, o ateo, que al José Bono creyente. Hay algo peor que el descreimiento, y es la hipocresía, la doblez, decirse católico y aprobar el aborto, porque así lo ha decidido el gobierno que apoya tu partido.