domingo, 13 de marzo de 2011

La Iglesia, los nazis y la modernidad

Benedicto XVI concedió en 2009 a Pío XII (papa entre 1939 y 1958) el título de venerable, lo que se considera el paso previo a su beatificación. Muchas personalidades judías, entre ellas Golda Meir, habían agradecido al papa Eugenio Pacelli su labor en defensa de los judíos durante la Segunda Guerra Mundial. El historiador israelí Pinchas Lapide calculó que la Santa Sede pudo intermediar para salvar la vida de 850.000 judíos de países como Eslovaquia, Croacia, Rumanía y Hungría, evitando que fueran deportados a los campos de exterminio nazis.

Sin embargo, en el museo israelí Yad Vashem, dedicado a la memoria del Holocausto, se muestra una fotografía del pontífice con un texto que lo acusa de pasividad ante el genocidio. Prácticamente desde la muerte de Pío XII ha existido una leyenda negra del papado contemporáneo, según la cual sus "silencios" ante los crímenes antisemitas del nazismo no se pueden explicar por el temor a represalias contra los cristianos, ni a la intensificación de las brutalidades contra los judíos, sino por un antisemitismo latente, o bien por oscuros intereses de la Curia.

En la historia de la Iglesia, quién lo niega, hay luces y sombras. Pero conviene distinguir los hechos contrastados de aquella propaganda interesada en que predomine el lado sombrío, con el fin de minar el prestigio de la Iglesia, en un primer paso, y del cristianismo después.

Especialmente, debemos estar prevenidos contra el discurso populista de quienes oponen sistemáticamente el mensaje de Cristo a la jerarquía católica, y que generalmente lo que pretenden es vaciar ese mensaje de contenido. Se critica a la Iglesia por su inadaptación a la modernidad, se deplora su visión de la moral sexual, su oposición al aborto, al sacerdocio femenino, etc. Al final, si la Iglesia atendiera todas estas demandas de "modernización" (tal como la entienden algunos), ya no sería la Iglesia, claro. Ser católico o más genéricamente cristiano se convertiría en algo tan trivial como ser demócrata, algo que casi nadie niega, pero que como declaración apenas compromete a nada concreto.

Un ejemplo de este populismo que finge distinguir entre el cristianismo de base y los obispos, pero que acaba convirtiendo al primero en algo insustancial y manipulable, es precisamente la leyenda negra sobre las relaciones entre la Iglesia y el nazismo. Aunque la bibliografía, tanto de los críticos como los apologistas de Pío XII, es enorme, dos son las obras que por su repercusión más han contribuido a difundir una imagen aborrecible del papa Pacelli.

La primera es El Vicario, obra de teatro del alemán Rolf Hohhuth, estrenada en 1963. En ella un sacerdote católico y un SS renegado tratan de oponerse a los crímenes de los nazis. La pieza contrapone esta actitud heroica con la indiferencia, o mejor dicho complicidad, de Pío XII, un ser representado como cínico y glacial, solo preocupado por defender los intereses económicos del Vaticano y por frenar el avance del comunismo. El argumento de la obra es tan ridículo que no merecería se hablase de ella, máxime tratándose de un ejercicio de ficción, si no fuera por la influencia que ha tenido. Todavía no hace mucho, en 2002, el director Costa Gavras realizó una película basada en el texto de Hohhuth, titulada Amén.

Hay indicios de que en realidad, El Vicario pudo ser una obra de encargo del KGB, según reveló en 2007 un antiguo asesor de Ceaucescu, huido a los Estados Unidos, llamado Ion Mihai Pacepa. Este afirmó que la obra teatral formaba parte de un intento de la propaganda soviética de desacreditar a la Iglesia Católica. La información encaja con el hecho de que el director en su estreno era el comunista Erwin Piscator, y que El Vicario se representó con profusión en todos los países comunistas. Aunque las revelaciones de Pacepa fueran falsas o inexactas, el carácter burdamente propagandístico del drama es evidente. No importa tanto si fue iniciativa de un autor solitario, o alguien más tuvo que ver en su creación.

La segunda obra que ha reeditado el mito de un Pío XII cómplice de los nazis es El Papa de Hitler (1999) de John Cornwell, hermano del mucho más famoso John Le Carré (seudónimo de David John Moore Cornwell). Este autor, que asegura ser católico, pretende que empezó a investigar la vida de Pío XII para desvanecer las sospechas sobre su pasividad ante las atrocidades del Tercer Reich, pero que el descubrimiento de documentos inéditos o poco accesibles lo llevaron a conclusiones totalmente opuestas. Llama la atención, sin embargo, el carácter prejuicioso del libro desde las primeras páginas. No parece escrito por una persona que, a pesar suyo, haya descubierto algunos datos que contradigan su tesis inicial. Todas las suposiciones e interpretaciones de Cornwell (en las cuales consiste la mayor parte del texto) son invariablemente hostiles a Eugenio Pacelli, incluso cuando parten de hechos que sugieren exactamente lo contrario, aunque con frecuencia estos prefiera omitirlos.

Un ejemplo casi cómico es la manera torticera como interpreta Cornwell el episodio del arzobispo de Viena, Theodor Innitzer, que había recibido calurosamente a Hitler tras la anexión de Austria en 1938. Pacelli, que entonces era el Secretario de Estado vaticano, llamó al arzobispo a Roma para reprenderlo severamente, dejando claro que los católicos en ningún caso podían mostrarse favorables al régimen hitleriano. Pues bien, para el escritor inglés esta anécdota solo demuestra el "formidable ejercicio de poder centralista" del entonces futuro papa, lo que le permite insistir en la crítica del modelo "piramidal y monolítico" de la Iglesia, obsesivo leitmotiv de todo el libro.

Si alguien espera encontrar revelaciones incómodas o escandalosas sobre Pío XII, leyendo El Papa de Hitler quedará decepcionado. No hay un solo documento firmado por Pacelli o alguno de sus subordinados directos que explícitamente manifieste actitudes antisemitas o remotamente favorables al régimen de Hitler. Y en cambio sí los hay que rechazan sin ambigüedades las doctrinas racistas. Pero ello no obsta para que Cornwell, a base de meras suposiciones, condene de manera global la compleja diplomacia vaticana, cuyos archivos publicados del período ocupan doce volúmenes, editados entre 1965 y 1981. Un resumen sobrio pero bastante ameno de esta colección documental puede encontrarse en el libro de Pierre Blet, Pío XII y la segunda guerra mundial (1997). El contraste con el tono sensacionalista del libro de Cornwell es suficientemente elocuente.

Los intentos más influyentes de desprestigiar a Pío XII carecen del mínimo rigor exigible. Pero como obra de propaganda han conseguido lo que pretendían y también algo quizás de más calado: desviar la atención de la resistencia admirable que el cristianismo, y particularmente el catolicismo, ha opuesto a los dos grandes totalitarismos del siglo XX, el nacional-socialismo y el comunismo.

Desde el principio la Iglesia declaró que el nazismo era incompatible con la conciencia católica. A consecuencia de ello, los nazis encarcelaron y asesinaron sacerdotes, cerraron escuelas religiosas y conventos, trataron de obstaculizar actos católicos públicos y de retirar los crucifijos de las aulas. También se prestaron con entusiasmo a campañas contra supuestos casos de pedofilia entre el clero, al tiempo que trataban de imponer lecciones de higiene sexual "científica" en las escuelas, en oposición a la moral católica. (¿Les suena a algo todo esto?)

Si Hitler no atacó de manera frontal a la Iglesia es porque era consciente de su arraigo social, pero confiaba en que, tras ganar la guerra, llegaría el momento de erradicar por completo el cristianismo de Alemania. Esta es la razón por la cual no encarceló al obispo de Münster, Clemens August von Galen, que se distinguió por sus predicaciones contra el nazismo en plena guerra.

Von Galen es sobre todo célebre por su predicación del 3 de agosto de 1941, en la cual denunció sin tapujos el programa de eutanasia de "vidas inútiles" promovido por los nazis, con la vergonzosa colaboración de buena parte de la clase médica. Su discurso posiblemente sea la defensa más dramática de la concepción del Estado de derecho que jamás se haya pronunciado. Pero para terminar quiero llamar la atención sobre un fragmento de una de sus predicaciones anteriores, la del 20 de julio de ese mismo año. En ella el obispo de Münster dijo lo siguiente:

"¿Qué aprenden en los colegios a los que hoy los niños, sin tener en cuenta la voluntad de los padres, están obligados a acudir? ¿Qué leen en los nuevos libros del colegio? ¡Haceos mostrar, padres cristianos, los libros, especialmente los de historia de los institutos! Os quedaréis aterrados al ver con qué descuido de la verdad histórica se intenta inculcar en los niños inexpertos la desconfianza hacia el cristianismo y la Iglesia, se busca llenarles de odio contra la fe cristiana. En las escuelas estatales (...) está excluida cualquier influencia cristiana, es más, cualquier actividad religiosa es excluida por principio." (Reproducido en Stefania Falasca, Un obispo contra Hitler, Ed. Palabra, 2008, pág. 231.)

No, no se trata de un sermón de un cura español de nuestros días en contra de Educación para la Ciudadanía. Es el alegato de un obispo alemán carca y casposo, de un reaccionario ensotanado frente a la modernidad y el progreso que representaba el Estado nacional-socialista. O esto, o habrá que admitir que el concepto de modernidad desde el cual tantos critican acerbamente a la Iglesia, apesta mucho más a totalitarismo de lo que posiblemente la mayoría de la sociedad imagina.