martes, 29 de marzo de 2011

Progresismo, liberalismo, conservadurismo

Uno empieza a dudar y a veces no se sabe a dónde puede ir a parar. No es lo más importante el punto de partida; con frecuencia, ni siquiera se recuerda después. A veces, son hechos menores, anecdóticos, los que por alguna razón consiguen impresionarnos, y terminan arrojando su luz sobre los grandes acontecimientos históricos, que hasta entonces habíamos visto mediante el espejo deformante de la ideología. Puede que te impacte más, en determinado momento, conocer cómo los jefes sandinistas se apoderaron para su solazamiento personal de las principales mansiones de Nicaragua ("todo para el pueblo"), que la caída del muro de Berlín.

La cuestión es que, atando cabos, un día uno se da cuenta de que ya no es progre (ahora utiliza esta expresión despectiva), sino liberal. Ya no cree que apoderarse revolucionariamente del Estado sea la salvación, sino al contrario, lo que hay que hacer es limitar todo lo posible al Estado.

El proceso, psicológicamente, es complejo. Posiblemente, uno siempre admiró secretamente a Reagan. Quiero decir: secretamente hasta para uno mismo. Por eso, la sensación no es la de haber traicionado los ideales pasados, sino más bien la de haberse librado de ellos. Supongo que debe ser algo parecido a lo que siente un homosexual que se decide a "salir del armario", pero atención: Se trataba de un homosexual tan reprimido que ni siquiera ante sí mismo reconocía su orientación sexual.

Así pues, hemos salido del armario ideológico. Somos liberales. O por seguir con la metáfora, ahora ya se proclama uno abiertamente gay. Lo que ocurre es que, en esta fase de la evolución, un día se ve en medio del desfile del Día del Orgullo Gay, mezclado con toda una serie de cosas entre las cuales, para qué negarlo, no se siente cómodo. Traduzco: Nos vemos en medio de liberales (así se denominan) que están a favor del aborto, a favor de legalizar todas las drogas, a favor de privatizar los jueces y el ejército, y a favor (aquí la metáfora y su objeto coinciden) del matrimonio gay. Y que están contra Estados Unidos e Israel, porque son Estados opresores, imperialistas, etc.

¿Para esto habíamos leído tanto, reflexionado tanto, roto tantos tabúes? ¿Para volver al punto de partida? (Inciso autobiográfico: En mi caso, nunca he sido antiisraelí, aunque sí antiamericano, en mi etapa progre.) Al gay le sucede que, una vez ha conseguido liberarse, se encuentra con que muchos quieren que vaya por la vida poniendo por delante su condición de homosexual. Pero precisamente él no quería eso, no quería que se le discriminase, que se le tratara diferente, que le señalaran (o algo peor) como "maricón". Y ahora, hay quienes quieren mantenerlo en esa diferencia, hacer que su identidad gay absorba a todas sus otras identidades (pongamos, ser cristiano, español, ingeniero aeronáutico y del Getafe). Quieren incluso que se case, cuando él se encuentra bien tal como está, viviendo discretamente con su pareja. No oculta nada, pero él y su compañero no van por ahí ejerciendo la parodia del matrimonio heterosexual, al cual nunca pretendieron parecerse.

De la misma manera que cuando éramos de izquierdas, llevamos mal el conflicto con el sentido común. Antes debíamos adherirnos a consignas que íntimamente nos desagradaban, debíamos defender o comprender regímenes que sencillamente eran dictaduras descarnadas. Ahora, parece que como liberal debiéramos estar a favor, por supuesta coherencia, de cosas que no nos convencen. No creemos que la libertad total (como la entienden algunos: poder hacer todo lo que quiera, mientras no agreda directamente a nadie) sea la mejor forma de poner límites a la acción del Estado, más bien sospechamos que le hace el caldo gordo, que deja a los individuos más inermes ante él. No creemos que esté bien el aborto, la eutanasia, ni muchas otras cosas que pretenden justificarse en nombre de (un cierto concepto de) la libertad.

Nuestro liberal piensa, digámoslo claramente, que debe haber unas normas morales que, por definición, limiten las libertades. Es más, son estas normas morales las que, en última instancia, nos sirven para limitar el poder de los propios gobernantes. Es decir, no hay liberalismo sin principios morales, sin tradición. O como ha dicho lapidariamente Marcello Pera: "El liberal es cristiano. Lo es aunque no lo sepa." (Gracias, Curro, por la cita.) Queda claro que aquí tradición no vale por cualquier tradición. El relativismo, a la postre, es el mayor enemigo de la tradición, pues si todas valen lo mismo, ninguna vale nada.

En cuanto uno ha completado esta evolución, siente que, pese a compartir tanto con los liberales, sobre todo en el campo económico, y pese a ser un ferviente lector de Hayek, el término liberal ya no le resulta suficiente. También Hayek tenía sus problemas con él, aunque derivados del contexto anglosajón, en el que liberal significa progre. No deja de ser significativo que todos los partidos que se denominan liberales, tanto en América como en Europa, coincidan en tantas cosas con la izquierda.

El término conservador no está libre de equívocos. De nuevo Hayek manifestó sus distancias con él. Hoy se utiliza abusivamente con el sentido de persona temerosa de los cambios, o interesada por motivos egoístas en que nada cambie. Para mí significa algo muy distinto. Conservador es la persona que cree que no puede haber una evolución verdadera que no sea acumulativa, es decir, que no conserve lo adquirido, o aquella parte de lo adquirido que vale la pena. Conservador es el que cree que la tradición es un tesoro, no un lastre. Naturalmente, estas son palabras demasiado vagas, que cualquiera podría admitir. Pero creo que lo importante no es la retórica, sino el quehacer cotidiano. Unos (y esto incluye progres y cierta clase de liberales o libertarios) quieren cambiar la sociedad; los otros, los conservadores, creemos que la sociedad cambia por sí misma, sin necesidad de grandilocuencias ideológicas, siempre y cuando la dejemos hacerlo. Los gobiernos no son nadie para introducir cambios morales, ni en sentido positivo ni negativo. No deben intervenir más allá del mantenimiento de la seguridad, ni para obligar ni para levantar prohibiciones que ellos no establecieron, porque son anteriores a todo derecho positivo.

El conservador no es un místico. Valora enormemente la razón, pero cree que la razón tiene límites, que ella misma puede descubrir. "El último paso de la razón estriba en reconocer que una infinidad de cosas la superan." (Pascal.) En realidad, el conservador es mucho más racional que el progre-liberal, que tiene un concepto más bien romántico de la razón, la ve como una diosa. "Hoy, las personas más anticuadas y arcaicas son aquellas que tratan todavía de creer en la inevitabilidad del progreso y en el poder de la Razón para transformar a los hombres en dioses." (Russell Kirk.) El conservador no quiere secularizar a Dios bajo el término progreso. Cree que Él es el fundamento de la dignidad del hombre, y por tanto de toda libertad y progreso. El conservadurismo es el progresismo depurado de romanticismo.

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