No lo pueden remediar, es superior a ellos. Los izquierdistas no llevan nada bien que el Parlamento Europeo haya concedido el Premio Sajarov por tercera vez a la disidencia cubana. En 2002 fue para Oswaldo Payá, en 2005 para las Damas de Blanco y en 2010 para Guillermo Fariñas. Según el columnista de Público Marco Schwartz, "preocuparse por los derechos humanos políticos está bien, qué duda cabe. Y estaría mejor si esa preocupación fuese más libre de servidumbres ideológicas." Es decir, que Estrasburgo insista en mostrar su reconocimiento a quienes se enfrentan a una dictadura que dura ya medio siglo, debe considerarse un caso de "servidumbre ideológica". Ciertamente, numerosos premiados, desde que se instituyó el galardón en 1988 con la concesión del primer premio a Nelson Mandela, han sido disidentes de regímenes comunistas o exsoviéticos. Pero ¿qué le vamos a hacer, si la mayoría de población mundial sometida a regímenes dictatoriales, se encuentra precisamente en países socialistas? (Véase la entrada de Elentir: ¿Cuántas dictaduras hay en el mundo?).
Pero Marco Schwartz prosigue adelante con su rabieta saliendo por peteneras. Propone que el próximo Premio Sajarov se entregue a quienes se opusieron a la Guerra de Iraq o a los juristas colombianos que denunciaron crímenes de Estado durante el gobierno de Álvaro Uribe. (No dice nada de la oposición a Hugo Chávez, seguro que por un inocente olvido.) Más aún, le parece harto significativo que el "establishment liberal" solo tenga en cuenta los derechos "de tipo político-civil", y no los "económico-sociales". (Derecho a un nivel de vida adecuado, a la vivienda, asistencia médica, a los seguros de desempleo, enfermedad, vejez, etc.) El señor Schwartz probablemente no se ha leído la descripción del premio, cuyo nombre completo es "Premio Sajarov a la Libertad de Conciencia", y recompensa a aquellos que luchan "contra la intolerancia, el fanatismo y la opresión", destacando en la defensa de "los derechos humanos y la libertad de expresión". O quizás piense que si el premio incluyera a quienes defienden la elevación del nivel de vida de la población, el gobierno cubano sería un merecido candidato, porque de todos es sabido lo bien que se vive en Cuba, gracias al modelo económico socialista.
El artículo del señor Schwartz, sin embargo, es inestimable, porque muestra insuperablemente la función que realiza la cantinela de los derechos socioeconómicos. Como dice nuestro columnista, tales derechos "se violan de manera sistemática en casi todo el mundo y producen al menos tantos estragos como la conculcación de los derechos políticos". De lo cual se desprende meridianamente que carece de justificación esa "moda" de criticar la falta de derechos en Cuba y otras dictaduras "que contravienen la doctrina liberal del momento". ¡En todas partes cuecen habas! En las democracias occidentales presumimos de libertad de expresión, sí, pero ¿qué me dicen de la gente que tiene dificultades para llegar a final de mes, eh?
Confundir los derechos políticos con otro tipo de aspiraciones sociales sin duda deseables, pero cuya consecución no depende en sí misma de la organización política (salvo en la medida en que se convierte en un obstáculo), sino del progreso técnico y económico, conduce ni más ni menos que a relativizar la dictadura, y por tanto a justificarla. De otro modo, no se explica que a alguien le pueda molestar el premio a Fariñas. Comparar la cárcel, las torturas y los asesinatos de los disidentes cubanos con la libertad de que gozaron los manifestantes contra la Guerra de Iraq: eso sí que es una repugnante servidumbre ideológica.