Mientras el tirano Fidel Castro se aclara sobre si el modelo cubano sigue siendo válido o no, lo cierto es que la experiencia ha demostrado hace décadas que es un completo desastre. Si la Unión Soviética, país de tan vastos territorios y recursos naturales, duró setenta años, se nos antoja difícil que la isla caribeña pueda igualar esa marca. De ahí las tentativas de liberalización económica que, al menos desde el acceso a la presidencia de Cuba del hermanísimo Raúl Castro, una parte del Partido Comunista parece apoyar. Como siempre, ello implica una lucha de facciones, entre la partidaria de mantener la ortodoxia socialista y otra más pragmática, aunque no menos cínica. Mientras tratan de adivinar cuál de ellas vencerá, son muchos los miembros de la minoría dominante que se protegen con una postura ambigua, de manera que gane quien gane puedan afirmar retrospectivamente que ellos siempre estuvieron en la línea correcta.
Esto es lo que ocurre, grosso modo, en Cuba. Sin embargo, leyendo a determinados corresponsales, se diría que la liberalización parece más una amenaza que una esperanza. Lo señalaba hace un año en este blog, a propósito de una crónica de El Mundo. Y hoy vuelve a ser este mismo periódico, y no sé si el mismo corresponsal, quien nos presenta (requiere suscripción) una particular visión de las supuestas reformas en Cuba. Nos dice Ángel Tomás González desde La Habana:
"El objetivo de recomponer la iniciativa privada, además de interés económico, tiene como meta restablecer el tejido de una clase media. [Hay que ver qué listos son los Castro, sólo han tardado cincuenta años en querer imitar el objetivo de cuyo logro presumía Franco, ya anciano.] Una realidad imprescindible de construir ante la posibilidad, a medio plazo, de aproximación y convivencia con Estados Unidos. [Y ahora prepárense, las negritas son mías:] El sostén de la soberanía nacional es la meta primaria del proceso isleño. (...) Por lo que la intención del Gobierno de Raúl Castro, al parecer, es que sea la revolución quien ofrezca a los cubanos la posibilidad de mejorar su calidad de vida y no el futuro desembarco de turistas y empresas estadounidenses."
Vamos a ver si lo entiendo. O sea, que olvidarse de los principios sagrados de la revolución ("socialismo o muerte"), al menos por un tiempo y dentro de ciertos ámbitos restringidos, es equivalente a que la Revolusión "ofrezca" a los cubanos "mejorar su calidad de vida". Y además, ello es incompatible con que los estadounidenses inviertan y consuman en Cuba. (Como es sabido, nada tememos más en España que vengan los americanos a invertir y hacer turismo, ¡nuestra soberanía nacional se resiente que no veas!)
Se dirá, en descargo del corresponsal, que él se limita a hacerse eco de un documento del PC cubano que circula entre las altas esferas. Pero el texto no es claro al respecto, no se distingue bien la información de la interpretación. Y por tanto, tácitamente el periodista está avalando la sarta de disparates que sugiere el párrafo citado. Lo peor es que no puede sorprendernos. Es la enfermedad profesional del corresponsal, una especie de síndrome de Estocolmo por el cual interioriza la propaganda de las dictaduras que padecen los países desde los cuales escribe, siempre contra el imperialismo yanqui, faltaría más.