El lector sabrá perdonarme un breve introito autobiográfico. Hace unos diez años fui agente comercial de un fabricante y distribuidor de productos de papel de Esplugues de Llobregat. Mi relación con esta empresa, aunque breve, fue muy grata.
Ayer, una noticia que leí en LD (enlace más abajo) me trajo a la memoria las charlas que nos impartía a los vendedores el fundador de la empresa, don Jesús, sobre aspectos técnicos de los productos que comercializábamos, y sobre nuestra materia prima, el papel. Aunque ya se encontraba en edad de jubilarse, y había delegado en sus hijos parte de las tareas directivas, era visible el placer que hallaba en hablar del tema al cual había dedicado su vida.
Una cosa quedó muy clara en el cursillo: a don Jesús el papel reciclado no le gustaba. Aunque la demanda le obligaba a incluirlo entre sus productos, que iban desde las servilletas impresas de alta calidad hasta el papel higiénico, insistía a menudo en que los vendedores debíamos hacer pedagogía entre los clientes, persuadiéndolos de que valía la pena pagar algo más por el papel de pasta virgen.
El veterano fabricante argumentaba en contra del mito de la destrucción de los bosques por culpa de la industria papelera. En la práctica, la celulosa actualmente es un cultivo en manos de unas pocas multinacionales, que evidentemente no son tan estúpidas para destruir su propia fuente de negocio. Los árboles que nos proporcionan la materia prima de libros, periódicos, embalajes, etc, son plantados con ese fin exclusivo, por lo que la imagen de depredación suicida de los pulmones del planeta, al menos en relación con esta industria, es sencillamente un cuento infantil.
Pero ese no era el motivo fundamental para recelar del papel reciclado. Una cosa es evitar el despilfarro inútil de papel, reutilizando por ejemplo las hojas escritas por una sola cara, y otra muy distinta negar que el reciclado industrial sea un proceso con sus luces y sus sombras. Para don Jesús se trataba de sombras muy alargadas, hasta el punto de que un día nos formuló una pregunta aparentemente absurda: ¿Qué tiene que ver el papel reciclado con las vacas locas?
El llamado mal de las vacas locas, o encefalopatía espongiforme bovina (EEB), es una grave enfermedad del sistema nervioso que, según parece, se desencadenó a finales del siglo XX por la práctica de alimentar al ganado herbívoro con compuestos de origen animal. El resultado fue catastrófico: Decenas de personas que habían consumido carne de vaca contrajeron una horrible enfermedad incurable, y millones de reses tuvieron que ser sacrificadas en el Reino Unido.
El papel reciclado, teóricamente, procede sólo de papel pero ¿ustedes se han detenido a pensar en todo lo que realmente va a parar a los contenedores de cartón y papel? En la práctica, la materia prima de ese producto es... sencillamente basura. Lo cual puede incluir todo tipo de inmundicias, como, por qué no, restos orgánicos de ratas. Pues bien, hace diez años, aquel industrial ya se preguntaba si con el papel reciclado no podría llegar a desencadenarse una crisis análoga a la de las vacas locas. Y ahora hemos sabido que, efectivamente, se han detectado bacterias nocivas en papel higiénico reciclado, fabricado en China. No deja de ser irónico que algo que nos quieren vender amparado en el beatífico mensaje ecologista pueda llegar a ser causante de enfermedades.
Al ir a escribir esta entrada, he sabido que don Jesús murió hace año y medio, a los setenta y seis años. Sirvan estas líneas a modo de homenaje.