Cuando yo tenía doce o trece años vivía en Barcelona, en el barrio del Valle Hebrón, a los pies del Tibidabo. Un día, al asomarme al balcón, mi familia y yo descubrimos que en el descampado próximo habían acampado unos gitanos. No penséis en autocaravanas ni tiendas de campaña: Eran sólo unos cuantos Mercedes, turismos grandes. Las necesidades, evidentemente, las hacían al aire libre, y los ruidos y la suciedad no faltaban. Al parecer, se habían instalado allí provisionalmente para estar cerca de un familiar, ingresado en el hospital cercano, y al cabo de un tiempo (no recuerdo si fueron semanas o meses) se fueron tal como habían venido.
Para ser sincero, no supe que estos gitanos crearan ningún problema de importancia. Pero es obvio que por razones higiénicas y de convivencia, el vecindario no habría visto con buenos ojos que la situación se hubiera prolongado.
Viene esto a cuento, como habréis imaginado, por el caso de la expulsión de gitanos rumanos acampados ilegalmente en Francia. Me llama la atención que, como suele suceder en estos casos, algunos liberales hayan acusado a Sarkozy de atizar el populismo xenófobo, o cuando menos de "querer captar votos derechistas exhibiendo una imagen de mano dura". (Albert Esplugas en LD.)
Siempre pienso que los juicios de intenciones, incluso si son acertados, no aportan nada a la argumentación. A fin de cuentas, también podríamos decir, de un político que tomara una medida irreprochablemente liberal, que espera con ello conseguir más votos, y no por ello esa medida debería parecernos mal. De donde se deduce que las motivaciones psicológicas, en el contexto político, nos deberían resultar indiferentes; lo que nos habría de importar es la naturaleza de los actos. Análogamente, no nos preocupa que el camarero nos sirva simplemente para ganarse el sueldo, mientras nos sirva bien.
Bien es verdad que Esplugas no se limita a recelar de las motivaciones de Sarkozy, sino que expone argumentos para desaprobar sus medidas contra los campamentos gitanos. En primer lugar, afirma algo con lo que estoy absolutamente de acuerdo, que para enjuiciar una medida política, no basta con que ésta sea acorde con la legalidad positiva, pues según esto, lapidar mujeres adúlteras en Irán no sería criticable, dado que está avalado por las leyes del régimen teocrático persa. Existen, pues, unos principios éticos previos al derecho positivo, en los cuales debe basarse toda legislación liberal. Sobre cómo conocemos esos principios éticos, ahí discrepo seguramente de Esplugas, que por lo que sé, piensa que los podemos conocer racionalmente, a priori, mientras que yo en esto soy empirista. Es decir, distingo entre la tesis metafísica según la cual existen un bien y un mal objetivos (a la que soy favorable), y la epistemológica según la cual podemos conocerlos de manera absoluta, por un medio distinto de la experiencia (lo cual creo que es formalmente imposible). Pero no voy a entrar ahora en el debate filosófico, ya lo he hecho otras veces.
Lo que me interesa es el razonamiento concreto de Esplugas para oponerse a la expulsión de rumanos gitanos sin papeles. Viene a decir, en la terminología de los "delitos sin víctimas", que no hay nada de malo en "la ocupación de un terreno comunal deshabitado y de titularidad pública". Sospecho que a Esplugas nunca le han acampado un grupo de gitanos, o de la etnia que sea, al lado de su casa. Es muy fácil teorizar sobre la inocuidad de prácticas que nunca te han afectado directamente, pero antes de perorar sobre la libertad, la ética y una utopía sin coacción estatal, valdría la pena tratar de empaparse más sobre los detalles de cada caso concreto.
Lo que sabemos es que el pasado julio, un grupo de unos cincuenta gitanos armados con barras de hierro y hachas, en represalia por la muerte de uno de ellos (que al parecer se había saltado bruscamente un control policial) causaron daños contra propiedades públicas y privadas, talaron varios árboles, quemaron coches y saquearon una panadería de la pequeña localidad de Saint-Aignan. Por supuesto, esto no significa necesariamente que todos los campamentos gitanos sean focos de delincuencia y de disturbios. Pero sin llegar a estos extremos, cabe imaginar perfectamente las molestias que origina un asentamiento nómada, que no cumple las mínimas condiciones de urbanización, en las áreas habitadas adyacentes. ¿Por qué las normas que obligarían a cualquier ciudadano, no habrían de aplicarse a los de etnia gitana?
Es evidente, y Esplugas mismo lo reconoce en su artículo, que aquí no se trata de un problema de racismo, sino de mero orden público. Quienes hablan como liberales hacen un flaco favor a su ideario cuando arguyen que ser consecuentemente liberal implica no poder reclamar la protección policial ante conductas incívicas, porque eso supuestamente sería atentar contra la libertad individual. Yo en cambio creo exactamente lo contrario, que desgraciadamente, en el mundo real seguimos necesitando a la policía para garantizar la libertad. Y por supuesto, en este mundo real, no hay garantías absolutas, porque a veces los policías también delinquen. Pero a ningún liberal se le ocurriría decir que debe abolirse el capitalismo porque hay empresarios que defraudan al público y explotan a los trabajadores.
En general, tiendo a recelar de los argumentos del tipo "esto no hace daño a nadie". Quienes se solidarizan con los okupas suelen esgrimir esta retórica sentimentaloide, del estilo de "estos chicos son muy majos, y organizan actividades culturales..." Pero sería interesante preguntar la opinión de quien tiene que soportar las fiestecitas de estos chicos majos y sortear a la mañana siguiente los vidrios de litronas rotas. Por no hablar de las no menos majas familias que también, si pudieran, vivirían sin pagar la hipoteca o el alquiler, como hacen estos simpáticos okupas. Antes de decir que lo que sea no hace daño a nadie, preguntemos a quienes andan cerca, no sea que nos veamos obligados a rectificar nuestro olímpico punto de vista.