domingo, 10 de marzo de 2013

El argumento definitivo (2 de 3)

El argumento definitivo (1 de 3)

Explicaciones metafísicas del orden
Wittgenstein, en su obra citada, sostuvo que no tiene sentido nada que afirmemos más allá de los hechos. Ignoraré esta tesis, hace tiempo superada (en parte por su propio autor) y mostraré las tres opciones metafísicas (más allá de la ciencia) que se nos presentan a la hora de explicar el fundamento del orden.
1) Explicación teísta. Según esta, el orden ha sido establecido por un Ser personal trascendente e infinito, con una finalidad. Para el cristianismo esta finalidad es el hombre; Dios no necesitaba crearnos, porque al ser infinito no necesita nada, por definición. De ahí que el concepto central del cristianismo sea el amor, el acto puramente desinteresado por el cual se nos da el ser a las criaturas inteligentes y libres.
Por supuesto, es muy difícil o imposible penetrar en los detalles de la “ingeniería divina”, esto es, comprender los fines intermedios o motivos por los cuales Dios ha ajustado las constantes físicas y ecuaciones del universo de una determinada manera. Esto llevó a Descartes (con buen criterio) a sostener que la ciencia no debía tratar de inquirir sobre los designios de la divinidad (por qué hizo las cosas de tal modo), sino centrarse en las relaciones causales. (Principes de la philosophie, I, 28) O dicho de otro modo, olvidarse metodológicamente del porqué y especializarse en el cómo.
La explicación teísta es la más antigua. Desde siempre, lo seres humanos han percibido una intencionalidad en los fenómenos naturales, análoga a la intencionalidad de las acciones humanas. Han imaginado la existencia de espíritus, hadas, duendes, demonios y dioses para racionalizar, ya sea de forma tosca, desde fenómenos meteorológicos o geológicos, hasta las vicisitudes que escapan al control consciente del individuo, aun cuando son protagonizadas o padecidas por él (guerras, epidemias, dramas familiares, etc). Ya en la Antigüedad surgió la forma más elaborada de explicación teísta, conocida como monoteísmo. (Una pluralidad de dioses o espíritus sería a su vez un hecho bruto que restaría por explicar: por qué tal número, por qué tales y cuales características diferenciadas, cuál es su origen, etc.)
El hecho de que el teísmo sea, cronológicamente, la primera explicación, no la hace menos probable o creíble; acaso tampoco más. Pretender que por eso ya está “superada”, sería como pretender que la idea de democracia ya no sirve al hombre moderno, porque también es muy antigua, de hecho más que el cristianismo.
2) Explicación materialista. Según el materialismo, el orden es una propiedad o esencia de la materia o substancia que lo constituye todo, y que existe desde toda la eternidad, o al menos desde el principio del tiempo, si este es finito. El orden es por sí mismo explicativo, no requiere de ningún diseñador. Ante la cuestión de por qué este orden y no otro, el materialismo históricamente ha respondido de tres maneras. La primera, que no es posible ningún otro orden. La segunda, que el entendimiento humano no puede responder a esta pregunta. Y la tercera es propiamente la explicación irracionalista, que definiré más adelante.
La segunda respuesta (que no podemos responder a la pregunta: por qué este orden), equivale en última instancia a la visión positivista según la cual todo lo que estoy diciendo aquí carece de sentido. Por tanto, en sentido estricto, el materialismo metafísico, si no quiere quedar absorbido por el positivismo (que en realidad supone renunciar a la explicación), se basa en sostener que el universo no podía ser de otro modo, es decir, que está constituido por leyes necesarias en sí mismas. En rigor, este materialismo fue formulado y desarrollado en el siglo XVII por Baruch Spinoza, aunque habitualmente su nombre no se asocie al materialismo, dado que él aseguraba que pensamiento y materia (extensión) eran dos aspectos irreductibles de la substancia infinita, a la que curiosamente llamaba Dios. Pero el Dios de Spinoza no tiene nada que ver con la explicación teísta, no es un ser personal, sino la “causa de sí”, identificada con todo cuanto existe, y carente de voluntad. De hecho, el filósofo judío, en coherencia con sus principios, niega la existencia del libre albedrío incluso en el hombre. Nada de cuanto ocurre –afirma tajante– podía haber sido de otra forma: “Las cosas no han podido ser producidas por Dios de ninguna otra manera y en ningún otro orden que como lo han sido.” (Ética, I, prop. XXXIII.)
El materialismo “clásico” del siglo XVIII, tal como lo expone el Barón d’Holbach en su Sistema de la naturaleza, se caracteriza por defender idéntico fatalismo, aun cuando asume principios empiristas que le conferirán su ambigüedad algo oportunista hasta hoy, a medio camino entre el positivismo y la metafísica. “La materia... –afirma D’Holbach– es todo lo que afecta a nuestros sentidos de alguna manera.” (Système de la nature, cap. III.) Pero acto seguido, de manera absolutamente dogmática, le asigna toda una serie de características necesarias, sin revelarnos cómo hemos dado en conocerlas a través de la experiencia, en un descenso abrupto desde el nivel filosófico del siglo anterior.
En parte debido a esta incoherencia, mucha gente confunde el materialismo con una pretendida visión científica de la realidad. Esto es un malentendido tan extendido como burdo. La ciencia no abona ninguna explicación metafísica, porque la ciencia por definición no es metafísica. Por supuesto, conscientemente o no, los científicos albergan unas nociones metafísicas u otras, como todo hijo de vecino. Pero precisamente la fecundidad del método científico estriba en que, cuando se aplica con rigor, estas nociones no influyen en los resultados.
3) La explicación irracionalista.  El irracionalismo afirma que el orden es en realidad ilusorio, que no existe propiamente ningún orden sino una apariencia de orden o regularidad. El universo es absurdo y no hay ninguna razón por la cual la naturaleza deba obedecer ninguna “ley”. En cualquier momento, estas supuestas leyes que lo gobiernan podrían quebrarse. No es ninguna razón en contra que hasta ahora no lo hayan hecho, que sepamos. Así, en realidad no habría nada que explicar. El aparente orden sería accidental, como las formas casuales de las nubes, o como si un mono que aporreara un teclado compusiera aleatoriamente un verso de Shakespeare.
La explicación irracionalista no debe confundirse con ciertas versiones del materialismo que se complacen en esa metáfora del mono, o los monos, aporreando máquinas de escribir durante una eternidad, y que aparentemente lo explican todo por el azar evolutivo, elevado a categoría cósmica. (Así, Richard Dawkins.) Para que el azar sirva como explicación, debe situarse dentro de un marco de orden previo. Del bombo de la lotería puede salir cualquier número, pero no puede salir un pulpo. Incluso en la “lotería de Babilonia”, del relato de Borges (donde la determinación de los premios y sanciones, y hasta su ejecución, están sometidos a una acumulación de sorteos), existe un orden subyacente. Para el materialismo, el ser humano es un accidente molecular, pero las leyes que gobiernan la estructura de las moléculas y sus atracciones y repulsiones no son aleatorías en sí.
El irracionalismo, por el contrario, sostiene que todo es absurdo, tanto si lleva repitiéndose infinitas veces como si acontece por primera vez. Que el universo venga observando, desde que la humanidad guarda memoria, una aparente regularidad, no nos autoriza a pensar que tenga que seguir siendo así ni un minuto más. Y aunque la regularidad se mantenga diez mil millones de años más, o incluso una eternidad, no por eso dejará de ser arbitraria.
Puede pensarse que la explicación irracionalista no es una explicación, y en cierto sentido esto es innegablemente cierto. Pero de alguna manera soluciona el problema del orden, al plantear que no hay nada que resolver, que no hay verdadero orden. Conviene, sin embargo, no confundirla con la postura neopositivista. Esta afirma que no tiene sentido la metafísica, es decir, nada de lo que digamos más allá de los fenómenos observables. Pero eso no implica que niegue la existencia del orden, ni siquiera la existencia de una realidad trascendente, aunque no podamos decir nada de ella (formular proposiciones con sentido).
Sin embargo, sí hay neopositivistas que se acercan a la posición irracionalista, cuando consideran el orden como un mero hecho bruto del que no se hacen cuestión, ni se preguntan si mañana persistirá o no.
La explicación irracionalista podrá ser tachada de inverosímil, y desde luego lo es, pero ha sido planteada seriamente, desde puntos de partida muy distintos. Existencialistas ateos como Sartre (sobre todo en su novela La náusea) o Albert Camus, en El mito de Sísifo, han expuesto formalmente esta concepción de un universo carente de todo sentido, de la espesura irreductible de la materia. Y algunas especulaciones cosmológicas más recientes han llevado hasta el extremo la llamada teoría del multiverso.  Esta, en su forma moderada, surge en principio en el seno del materialismo o fisicalismo, pero se encuentra con el problema antes señalado de que el azar ya supone un orden. Incluso aunque hubiera infinitos universos, cada uno con sus propias leyes, el todo o multiverso sería a su vez un orden, el orden. El cual entendemos según la explicación materialista o queda a su vez inexplicado. Pues bien, algunos autores sostienen que todo aquello que es lógica y matemáticamente posible, existe. Max Tegmark, en concreto, ha sugerido que en rigor somos matemáticas. Esto se puede entender de dos maneras, o bien como una forma de espinosismo (explicación materialista) o bien, aunque parezca paradójico, como un irracionalismo total, pues si todo lo lógicamente posible existe, deberá admitirse que es posible que la próxima tarde la catedral de Burgos aparezca en medio de los Monegros; o que, ahora mismo, al lector le crezca una tercera oreja en el pie (no se lo deseo). Pronto veremos que las dos concepciones son en el fondo la misma, pero no nos adelantemos.
La explicación irracionalista puede semejar una broma, aunque no lo es. Lógicamente es irrefutable. Se puede considerar como un juego intelectualmente ocioso, aunque no una tesis rechazable si queremos ser rigurosos. ¿Podemos sin embargo descartar una de las otras dos?

El argumento definitivo (y 3)