Explicaciones metafísicas del orden
Wittgenstein, en su obra citada,
sostuvo que no tiene sentido nada que afirmemos más allá de los hechos.
Ignoraré esta tesis, hace tiempo superada (en parte por su propio autor) y
mostraré las tres opciones metafísicas (más allá de la ciencia) que se nos
presentan a la hora de explicar el fundamento del orden.
1) Explicación teísta. Según
esta, el orden ha sido establecido por un Ser personal trascendente e infinito,
con una finalidad. Para el cristianismo esta finalidad es el hombre; Dios no
necesitaba crearnos, porque al ser infinito no necesita nada, por definición.
De ahí que el concepto central del cristianismo sea el amor, el acto puramente desinteresado
por el cual se nos da el ser a las criaturas inteligentes y libres.
Por supuesto, es muy difícil o
imposible penetrar en los detalles de la “ingeniería divina”, esto es,
comprender los fines intermedios o motivos por los cuales Dios ha ajustado las
constantes físicas y ecuaciones del universo de una determinada manera. Esto
llevó a Descartes (con buen criterio) a sostener que la ciencia no debía tratar
de inquirir sobre los designios de la divinidad (por qué hizo las cosas de tal
modo), sino centrarse en las relaciones causales. (Principes de la philosophie, I, 28) O dicho de otro modo, olvidarse
metodológicamente del porqué y
especializarse en el cómo.
La explicación teísta es la más
antigua. Desde siempre, lo seres humanos han percibido una intencionalidad en
los fenómenos naturales, análoga a la intencionalidad de las acciones humanas.
Han imaginado la existencia de espíritus, hadas, duendes, demonios y dioses
para racionalizar, ya sea de forma
tosca, desde fenómenos meteorológicos o geológicos, hasta las vicisitudes que
escapan al control consciente del individuo, aun cuando son protagonizadas o
padecidas por él (guerras, epidemias, dramas familiares, etc). Ya en la
Antigüedad surgió la forma más elaborada de explicación teísta, conocida como
monoteísmo. (Una pluralidad de dioses o espíritus sería a su vez un hecho bruto
que restaría por explicar: por qué tal número, por qué tales y cuales
características diferenciadas, cuál es su origen, etc.)
El hecho de que el teísmo sea, cronológicamente,
la primera explicación, no la hace menos probable o creíble; acaso tampoco más.
Pretender que por eso ya está “superada”, sería como pretender que la idea de
democracia ya no sirve al hombre moderno, porque también es muy antigua, de
hecho más que el cristianismo.
2) Explicación materialista.
Según el materialismo, el orden es una propiedad o esencia de la materia o
substancia que lo constituye todo, y que existe desde toda la eternidad, o al
menos desde el principio del tiempo, si este es finito. El orden es por sí
mismo explicativo, no requiere de ningún diseñador. Ante la cuestión de por qué
este orden y no otro, el materialismo históricamente ha respondido de tres
maneras. La primera, que no es posible ningún otro orden. La segunda, que el
entendimiento humano no puede responder a esta pregunta. Y la tercera es propiamente
la explicación irracionalista, que definiré más adelante.
La segunda respuesta (que no podemos
responder a la pregunta: por qué este
orden), equivale en última instancia a la visión positivista según la cual
todo lo que estoy diciendo aquí carece de sentido. Por tanto, en sentido
estricto, el materialismo metafísico, si no quiere quedar absorbido por el
positivismo (que en realidad supone renunciar a la explicación), se basa en
sostener que el universo no podía ser de otro modo, es decir, que está
constituido por leyes necesarias en sí mismas. En rigor, este materialismo fue
formulado y desarrollado en el siglo XVII por Baruch Spinoza, aunque
habitualmente su nombre no se asocie al materialismo, dado que él aseguraba que
pensamiento y materia (extensión)
eran dos aspectos irreductibles de la substancia infinita, a la que
curiosamente llamaba Dios. Pero el Dios de Spinoza no tiene nada que ver con la
explicación teísta, no es un ser personal, sino la “causa de sí”, identificada
con todo cuanto existe, y carente de voluntad. De hecho, el filósofo judío, en
coherencia con sus principios, niega la existencia del libre albedrío incluso en
el hombre. Nada de cuanto ocurre –afirma tajante– podía haber sido de otra
forma: “Las cosas no han podido ser producidas por Dios de ninguna otra manera
y en ningún otro orden que como lo han sido.” (Ética, I, prop. XXXIII.)
El materialismo “clásico” del
siglo XVIII, tal como lo expone el Barón d’Holbach en su Sistema de la naturaleza, se caracteriza por defender idéntico
fatalismo, aun cuando asume principios empiristas que le conferirán su
ambigüedad algo oportunista hasta hoy, a medio camino entre el positivismo y la
metafísica. “La materia... –afirma D’Holbach– es todo lo que afecta a nuestros
sentidos de alguna manera.” (Système de
la nature, cap. III.) Pero acto seguido, de manera absolutamente dogmática,
le asigna toda una serie de características necesarias, sin revelarnos cómo
hemos dado en conocerlas a través de la experiencia, en un descenso abrupto
desde el nivel filosófico del siglo anterior.
En parte debido a esta incoherencia,
mucha gente confunde el materialismo con una pretendida visión científica de la
realidad. Esto es un malentendido tan extendido como burdo. La ciencia no abona
ninguna explicación metafísica, porque la ciencia por definición no es
metafísica. Por supuesto, conscientemente o no, los científicos albergan unas
nociones metafísicas u otras, como todo hijo de vecino. Pero precisamente la
fecundidad del método científico estriba en que, cuando se aplica con rigor,
estas nociones no influyen en los resultados.
3) La explicación
irracionalista. El irracionalismo afirma
que el orden es en realidad ilusorio, que no existe propiamente ningún orden
sino una apariencia de orden o regularidad. El universo es absurdo y no hay
ninguna razón por la cual la naturaleza deba obedecer ninguna “ley”. En
cualquier momento, estas supuestas leyes que lo gobiernan podrían quebrarse. No
es ninguna razón en contra que hasta ahora no lo hayan hecho, que sepamos. Así,
en realidad no habría nada que explicar. El aparente orden sería accidental,
como las formas casuales de las nubes, o como si un mono que aporreara un
teclado compusiera aleatoriamente un verso de Shakespeare.
La explicación irracionalista no
debe confundirse con ciertas versiones del materialismo que se complacen en esa
metáfora del mono, o los monos, aporreando máquinas de escribir durante una
eternidad, y que aparentemente lo explican todo por el azar evolutivo, elevado
a categoría cósmica. (Así, Richard Dawkins.) Para que el azar sirva como
explicación, debe situarse dentro de un marco de orden previo. Del bombo de la
lotería puede salir cualquier número, pero no puede salir un pulpo. Incluso en
la “lotería de Babilonia”, del relato de Borges (donde la determinación de los
premios y sanciones, y hasta su ejecución, están sometidos a una acumulación de
sorteos), existe un orden subyacente. Para el materialismo, el ser humano es un
accidente molecular, pero las leyes que gobiernan la estructura de las
moléculas y sus atracciones y repulsiones no son aleatorías en sí.
El irracionalismo, por el
contrario, sostiene que todo es absurdo, tanto si lleva repitiéndose infinitas
veces como si acontece por primera vez. Que el universo venga observando, desde
que la humanidad guarda memoria, una aparente regularidad, no nos autoriza a pensar
que tenga que seguir siendo así ni un minuto más. Y aunque la regularidad se
mantenga diez mil millones de años más, o incluso una eternidad, no por eso
dejará de ser arbitraria.
Puede pensarse que la explicación
irracionalista no es una explicación, y en cierto sentido esto es innegablemente
cierto. Pero de alguna manera soluciona el problema del orden, al plantear que
no hay nada que resolver, que no hay verdadero orden. Conviene, sin embargo, no
confundirla con la postura neopositivista. Esta afirma que no tiene sentido la
metafísica, es decir, nada de lo que digamos más allá de los fenómenos
observables. Pero eso no implica que niegue la existencia del orden, ni
siquiera la existencia de una realidad trascendente, aunque no podamos decir
nada de ella (formular proposiciones con sentido).
Sin embargo, sí hay
neopositivistas que se acercan a la posición irracionalista, cuando consideran
el orden como un mero hecho bruto del que no se hacen cuestión, ni se preguntan
si mañana persistirá o no.
La explicación irracionalista
podrá ser tachada de inverosímil, y desde luego lo es, pero ha sido planteada
seriamente, desde puntos de partida muy distintos. Existencialistas ateos como
Sartre (sobre todo en su novela La náusea)
o Albert Camus, en El mito de Sísifo,
han expuesto formalmente esta concepción de un universo carente de todo sentido,
de la espesura irreductible de la materia. Y algunas especulaciones
cosmológicas más recientes han llevado hasta el extremo la llamada teoría del multiverso. Esta, en su forma moderada, surge en
principio en el seno del materialismo o fisicalismo, pero se encuentra con el
problema antes señalado de que el azar ya supone un orden. Incluso aunque
hubiera infinitos universos, cada uno con sus propias leyes, el todo o multiverso sería a su vez un orden, el orden. El cual entendemos según la
explicación materialista o queda a su vez inexplicado. Pues bien, algunos
autores sostienen que todo aquello que es lógica y matemáticamente posible,
existe. Max Tegmark, en concreto, ha sugerido que en rigor somos matemáticas. Esto se puede entender de dos maneras, o bien
como una forma de espinosismo (explicación materialista) o bien, aunque parezca
paradójico, como un irracionalismo total, pues si todo lo lógicamente posible
existe, deberá admitirse que es posible que la próxima tarde la catedral de
Burgos aparezca en medio de los Monegros; o que, ahora mismo, al lector le
crezca una tercera oreja en el pie (no se lo deseo). Pronto veremos que las dos
concepciones son en el fondo la misma, pero no nos adelantemos.
La explicación irracionalista
puede semejar una broma, aunque no lo es. Lógicamente es irrefutable. Se puede
considerar como un juego intelectualmente ocioso, aunque no una tesis rechazable
si queremos ser rigurosos. ¿Podemos sin embargo descartar una de las otras dos?
El argumento definitivo (y 3)
El argumento definitivo (y 3)