La "Carta del domingo" de Pedro J. Ramírez suele ser un ejemplo de cómo decir en 2.000 palabras lo que podría expresarse con mil. Cierto que el director de El Mundo aprovecha este espacio dominical para dar rienda suela a su pasión por la historia, lo cual ennoblece su prolijidad. En esta ocasión nos ofrece una comparación traída por los pelos entre la reelección presidencial de Lincoln y la de Obama, la cual engarza donosamente con una reflexión inspirada en el gran pensador liberal Bruce Wayne, más conocido como Batman, de la cual deduce que "la superioridad moral de los Estados Unidos y del modelo de civilización que abandera habrían quedado doblemente acreditados si Bin Laden hubiera sido conducido vivo ante un tribunal." Y concluye con una coda, supongo que irónica al estilo De Quincey, alusiva a la reciente dimisión del director de la CIA: "Se empieza autorizando asesinatos legales y se termina poniéndole los cuernos a tu esposa."
Pedro J. asegura, basándose en el reciente libro de uno de los miembros del comando que acabó con Bin Laden en su refugio pakistaní (M. Owen y K. Maurer, No Easy Day), que la muerte del líder terrorista debería haberse evitado, puesto que estaba desarmado y ni siquiera tuvo lugar el tiroteo previo que nos habían contado las primeras informaciones. Como no he leído ese libro, ni dispongo de mejores fuentes, no voy a entrar en detalles circunstanciales. Sí me parece discutible que mantener con vida a Bin Laden no implicara ningún riesgo para los militares norteamericanos. Podría estar aparentemente desarmado pero accionar a distancia, desde un teléfono móvil o cualquier otro pequeño dispositivo de fácil ocultación, una carga explosiva, por ejemplo. No creo que se trate de una hipótesis excesivamente fantasiosa, aplicada a un sujeto que organizó el mayor atentado suicida de la historia.
Vayamos, sin embargo, a la cuestión de fondo. ¿Es legítimo que democracias como los Estados Unidos o Israel cometan asesinatos selectivos de líderes terroristas? Pedro J. alude al superhéroe Batman, que siempre acaba capturando a su eterno enemigo Joker y lo entrega vivo a la Justicia. Sospecho que preservar a Joker responde más al interés del guionista por continuar sirviéndose del personaje en futuras entregas que no a un mensaje liberal. Puestos a buscar ejemplos en personajes de ficción, cabe también pensar en James Bond, el agente secreto británico con "licencia para matar". Se me ocurre que el occidental medianamente culto se ve aquejado de un cierto desdoblamiento de personalidad, desde el momento que cree en el Estado de Derecho, y por tanto que los criminales deben ser juzgados con garantías, pero al mismo tiempo se deleita con películas en las que policías o espías en el papel de buenos utilizan métodos "poco ortodoxos", con frecuencia con la incomprensión de sus jefes, o del departamento de Asuntos Internos (tema clásico), caracterizados como una recua de burócratas ineptos que desconocen el mundo real, puesto que no tienen que batirse el cobre todos los días en las calles como el sufrido protagonista.
Debo confesar que yo también estoy de parte de Harry el Sucio y del agente 007. (No digamos ya si el villano es Bardem.) Los servicios secretos son secretos porque algunas de las misiones que realizan (desde escuchas a ciudadanos a asesinatos) no serían factibles si requirieran la fiscalización previa, o posterior, del poder judicial o de la opinión pública. Son las famosas "alcantarillas" del Estado, en la expresión de Felipe González. Ahora bien, sobre estas alcantarillas hay tres posturas posibles. Primera: Rechazo total, por principio, de su existencia. Segunda: Pueden existir, pero ello no significa aprobar cualquier cosa que hagan. Tercera: Legitimación incondicional de sus actividades; todo vale con tal de preservar la seguridad nacional. Creo que muy pocas personas defenderán la tercera posición, por lo cual me permito descartarla sin más. Ahora bien, igualmente me parece que la primera, pese a que tenga bastantes partidarios, es extrema e irreal. Cuando nos enfrentamos a enemigos que tienen todas las ventajas de actuar "en la sombra" (¿han visto Skyfall?; se la recomiendo, pasarán un rato entretenido) pueden darse circunstancias en las cuales no haya más remedio que trabajar también en y desde la sombra. Por supuesto que en este tipo de películas está muy claro quiénes son los buenos y quiénes los malos; por eso no suelen plantear dilemas éticos, aunque en sus mejores momentos los sugieran. Pero que el mundo real sea más complicado es precisamente un argumento en contra del idealismo de Pedro J. Ramírez, no a favor. Que justifiquemos la eliminación de Bin Laden (o de un científico nuclear iraní) no significa que moralmente debamos transigir con el asesinato de inocentes o el saqueo de los fondos reservados.
No creo que los Estados Unidos hayan perdido la menor credibilidad política y moral porque hayan ejecutado a Bin Laden. Esto es perfectamente compatible con pensar que el riesgo de que las fuerzas de seguridad se desvíen de su verdadero cometido -el cual consiste en proteger la civilización y la democracia- es consustancial a su naturaleza; como es consustancial a los gobiernos tender a la corrupción; y del ser humano tender al mal. La democracia no se puede atar de manos a sí misma contra quienes quieren destruirla, sobre todo cuando han dado sobradas muestras de su capacidad para hacerlo. Existe, claro es, el peligro de que este argumento sea utilizado por políticos y funcionarios sin escrúpulos, con fines personales o incluso contrarios a lo que dicen defender. Pero precisamente lo que demostraría la grandeza del Estado de derecho sería que fuera capaz de distinguir esas desviaciones de aquellas que no lo son, aunque jurídicamente parezcan lo mismo; y por supuesto neutralizarlas. Solo que ningún criterio formalista nos garantizará nunca absolutamente poder hacer eso. Es mucho más fácil descubrir una infidelidad conyugal del general Petraeus que no un abuso de poder. Con James Bond, claro, no puede darse ese problema: Es soltero.