lunes, 19 de noviembre de 2012

El fátum de la corrupción

No sé si la corrupción en Cataluña es superior a la del resto de España. Cualitativamente es en todas partes lo mismo. Primero: Un aparato de captación de mordidas, básicamente a empresas constructoras, que a través de una ingeniería financiera de sociedades interpuestas, facturas inventadas y cuentas en el extranjero, canaliza el dinero hasta las arcas de los partidos y los bolsillos de dirigentes e intermediarios. Segundo: Unos jueces humanos, demasiado humanos. No hay que perderse la columna de Sostres de hoy en El Mundo, donde recuerda cómo se compraron los magistrados que hubieran debido procesar a Jordi Pujol por el caso Banca Catalana. Pero pensemos también en tantos ejemplos a nivel nacional, en la sentencia sobre la expropiación de Rumasa, en los narcotraficantes liberados "por error", etc. Tercero: Una policía de partido, tan competente para investigar a las formaciones de la oposición, como hábil para destruir pruebas que incriminen al partido gobernante. Policía cuyo servilismo con los políticos corruptos se convierte en sistemático en la medida en que también ella está corroída por la corrupción: Droga decomisada que desaparece de la comisaría, indicios de connivencia con el narcotráfico... de nuevo, tenemos ejemplos desde Sevilla a Barcelona. Y cuarto y más grave: Una opinión pública que apenas se inmuta ante casos de corrupción. Lo mismo en Andalucía (¿quién sigue gobernando pese a los casos Mercasevilla y EREs irregulares varios?) que en Cataluña.

Dice Jiménez Losantos que hay que "cortar con esa gangrena" de Cataluña. O sea, aceptar la secesión. Como si la corrupción, en sus cuatro aspectos enumerados, fuera un problema solo a partir de Alcanar. Por desgracia, no es así. Cataluña, en esto como en tantas cosas, no es diferente del resto de España, es españolísima. Su única singularidad se halla en su tamaño. "El meu país és tan petit...", canta Lluís Llach. Claro, al ser más pequeña, es menos plural. Solo hay dos periódicos importantes en Barcelona. Solo hay, prácticamente, una televisión privada de ámbito regional, 8TV, que pertenece al conde de Godó, como La Vanguardia. Solo hay dos equipos de fútbol en primera división, y no siempre. El nacionalismo separatista (por contraste con otros nacionalismos históricos, como el alemán o el ruso), es una enfermedad propia de países pequeños, que se construyen una imagen de unidad homogénea más fácilmente que un país grande y diverso. La corrupción puede que también florezca más fácilmente en ámbitos más reducidos, menos ventilados. Pero no procede de un fátum catalán propio, un ADN defectuoso al cual estemos condenados desde los tiempos del Consell de Cent. No en mayor medida que la Mallorca de María Antonia Munar o la Sicilia de Mario Puzo.