Según un estudio de la OCDE, China desplazará a los Estados Unidos como primera potencia mundial dentro de cuatro años, en 2016. No he tenido acceso al texto, por lo que esta conclusión, así a primera vista, me produce un leve escepticismo. Sin embargo, aunque el sorpasso no llegue a producirse tan pronto, sí parece cada vez más probable que lo veamos en el transcurso de las vidas de la mayoría de nosotros. Basta un sencillo cálculo para comprobar que, si los Estados Unidos y China siguieran creciendo al ritmo del último año (el 1,7 % y el 9,3 % respectivamente), el PIB chino superaría al americano en solo una década, hacia 2022.
En principio, esto parece que no debería preocuparnos excesivamente, desde una perspectiva liberal. En una economía global, lo que importa es que exista libre circulación de mercancías y capitales, para que los consumidores tengan acceso a productos cada vez más competitivos en calidad y precio. Poco importa si vivimos en un país de menos de 8 millones de habitantes, como Suiza, o en uno de más de 300 millones, como los Estados Unidos. Sin embargo, el mundo no es solo un mercado, ni mucho menos, sino que en él operan los Estados. Y no es indiferente que el Estado de la mayor economía del mundo sea una democracia o una dictadura de partido único.
Podría pensarse que ello es algo que concierne solo a los ciudadanos chinos. Pero esto supondría olvidarnos (pequeño detalle) del músculo militar de los Estados, que influye de manera determinante en las relaciones internacionales. Hoy por hoy, con un gasto militar de aproximadamente el 4 % de su PIB, los Estados Unidos son, con mucha diferencia, la mayor potencia militar del planeta. ¡El presupuesto de Defensa estadounidense es el 40 % del mundial! El chino (puesto que la UE no es una potencia militarmente unificada) es ya el segundo, el doble que el de Rusia... pero solo supone el 8,2 % mundial. Ahora bien, de continuar el ritmo de crecimiento del PIB, y si China no variara su actual presupuesto militar del 1,7 %, en unos veinte años Pekín sería no solo la primera potencia económica del planeta, sino también la primera potencia militar.
Con todo, un par de consideraciones pueden atemperar esta perspectiva inquietante. Una es que los Estados Unidos, cuyos únicos vecinos son Canadá y México, seguirán disfrutando de una posición geopolítica envidiable en comparación con la de China, flanqueada por Rusia y la India, dos pesos pesados en armamento (y no olvidemos que la India también crece a un ritmo trepidante). Aunque hoy en día la superioridad militar se dirima en el aire, el espacio y el ciberespacio, el hecho de tener en sus fronteras a estas potencias, obliga necesariamente a Pekín a preocuparse más de la estricta defensa del territorio que de ejercer de gendarme planetario.
La otra consideración es mucho más importante. Y es que no todo se puede medir por el PIB. Si atendemos a indicadores más cualitativos, la ventaja de los Estados Unidos respecto al resto del mundo sigue siendo decisiva. En el plano cultural, es obvia, pero no solo por el cine o la música. Según el anuario de The Economist, El Mundo en cifras (manejo la edición de 2010), de las 35 mejores universidades del mundo, 17 están en los Estados Unidos. Quizá vale la pena enumerarlas: Harvard, Yale, California Institute of Technology, Chicago, Massachusetts Institute of Technology, Columbia, Pennsylvania, Princeton, Duke, Johns Hopkins, Cornell, Stanford, Michigan, Carnegie Mellon, Brown, California y Northwestern. Solo el Reino Unido es una potencia comparable en educación superior, con 8 entre las 35 primeras. Las restantes se reparten entre siete países más. Ninguna es china.
Otro indicador que está muy ligado al anterior, pues se basa en las relaciones entre Universidad y empresa, es la lista Forbes de las 100 compañías más innovadoras del mundo. El dominio yanqui es también aquí abrumador, porque 43 de ellas son estadounidenses (entre ellas, las cuatro primeras), muy por encima de las 28 de la UE, y no digamos de las 7 que tienen su sede social en China.
De estos datos se deduce que China tiene la oportunidad de convertirse en primera potencia mundial en una o dos décadas. Pero deberá mantener durante este período de tiempo sus brutales tasas de crecimiento actuales, lo que resultará más difícil a medida que sea más grande. Lo previsible es que su crecimiento en algún momento tienda a normalizarse, convergiendo con las tasas típicas de los países más desarrollados. Y sobre todo, el dominio que obtendrá China no será comparable al que han disfrutado los Estados Unidos en el siglo XX, y mantienen aún en estos primeros años del XXI. No habrá tanto una hegemonía como un final de los tiempos de la hegemonía de una sola nación. Desde el siglo XV hasta hoy, las potencias dominantes han sido, cronológicamente, España, Francia, Inglaterra y Estados Unidos. En el XXI posiblemente concluya el predominio occidental de los últimos quinientos años, al menos en el plano material. En el espiritual, que es realmente el decisivo -en contra de lo que creen tantos que hablan en prosa marxista sin saberlo- no veo ningún aspirante serio a desplazar la cultura euroamericana..., pese a los denodados esfuerzos que esta hace por suicidarse. Pero eso ya es otro tema.