domingo, 12 de agosto de 2012

Soy un borrego más

Temer el terrorismo internacional es propio de borregos. Solo la propaganda estatal ha conseguido que la gente pueda prestar apoyo más o menos tácito a las costosas políticas de seguridad. Esto al menos es lo que nos desvela Jorge Valín, nuestro libertario de guardia.

El bloguero se apoya en unas estadísticas según las cuales existen 17.600 probabilidades más de morir de un ataque al corazón que de un ataque terrorista, 12.571 probabilidades más de morir de cáncer que de un atentado, 1.048 veces más de morir en coche, etc. Incluso es más probable (6 veces más) morir a consecuencia de una ola de calor que por un atentado.

Valín se pregunta retóricamente por qué el gobierno no dedica más presupuesto a luchar contra los infartos o el cáncer que contra el terrorismo. La respuesta es que en realidad sí dedica mucho más. En el mundo desarrollado, el gasto en Sanidad es muy superior al gasto en Defensa. Incluso Estados Unidos, el país que más gasta en Defensa del mundo (en términos absolutos), dedica el triple o más a Sanidad. Por supuesto, no todo el presupuesto sanitario va a parar a la lucha contra los infartos de miocardio ni contra el cáncer; tampoco todo el presupuesto de defensa se dedica a luchar contra el terrorismo.

Valín procede como un demagogo, porque cualquiera que conozca sus ideas sabe que también está en contra de ese gasto sanitario, así como contra que la policía nos proteja de los rateros, mucho más peligrosos, supuestamente, que los terroristas. Pero todo le vale con tal de engordar su argumentación.

En todo caso, es una argumentación muy grosera. Una de las grandes supersticiones que hoy pasa por actitud racional, se basa en el culto acrítico a las estadísticas, empleadas de manera improcedente. Aún dando por buenos los datos que ofrece Valín, está claro que no son aplicables a cada individuo en particular. Un ciudadano de Nueva York, de Londres o de Madrid tiene más probabilidades de sufrir un atentado terrorista que uno de Cuenca. Si yo vivo en una gran ciudad, el temor a un atentado terrorista no es en absoluto irracional, aunque lógicamente debería preocuparme más de no ser atropellado por un coche. Que es precisamente lo que hace la mayoría de la gente. Pero lo uno no quita lo otro, no porque sea más probable morir de cáncer que por comer magdalenas caducadas, voy a dejar de mirar la fecha de caducidad de los envoltorios.

El 12 de setiembre de 2001, al día siguiente de los atentados del 11-S, algunos medios, como El País, no dejaron pasar la oportunidad de burlarse de Bush por haber defendido el escudo antimisiles, cuando el mayor ataque sufrido por los Estados Unidos provino de unos aviones de pasajeros secuestrados. El razonamiento es tan mezquino como obtuso: Como ayer unos terroristas suicidas estrellaron unos aviones en el centro de Manhattan y en el Pentágono, ya podemos olvidarnos de cualquier amenaza militar convencional o nuclear. De manera parecida piensa Valín. Como muere cada día más gente de un ataque al corazón que por una bomba terrorista, es ridículo preocuparse por los terroristas.

Por supuesto que los gobiernos siempre tienen la tentación de extralimitarse. Pero deducir de ahí que hay que abolir los gobiernos, los ejércitos y la policía, es tan delirante como cuando los eternos comunistas proponen abolir la libertad de empresa, porque existen talleres clandestinos en sótanos insalubres, donde trabajadores inmigrantes pasan dieciséis horas diarias fabricando camisetas falsas de DC.

No existe la Utopía donde el Mal no es posible. Por el contrario, las utopías han servido para justificar millones de asesinatos. Valín señalaría, sin duda, que estos asesinatos los han cometido Estados, y él está contra el Estado. Pero en la práctica, él centra su crítica principalmente en los gobiernos de las principales potencias democráticas, al igual que hace la extrema izquierda, por mucho que parta de principios antitéticos. Con su actitud de enfant terrible presta su apoyo intelectual, por muy leve e indirecto que se quiera, a gobiernos y organizaciones terroristas enemigos de estos países, o con intereses geopolíticos en conflicto con Occidente, como puedan ser Rusia, China, Irán o Al-Qaeda, a los que rara vez critica. No vale decir que su crítica se sobreentiende, porque lo lógico es que si, por ejemplo, denuncias la pena de muerte, empieces por China, donde se dictan miles al año y los funcionarios se lucran traficando con los órganos de los ejecutados, antes que los Estados Unidos, donde las ejecuciones son cien veces menos, y se demoran años por las garantías judiciales. Lo lógico es que critiques el sistema cubano, una cárcel de once millones de personas, antes que Guantánamo, donde hay ochocientos (más que presuntos) terroristas presos.

Es una actitud comparable a la de esos padres que no quieren vacunar a sus hijos, porque se han registrado casos de vacunas defectuosas. Quiéranlo o no, están favoreciendo cosas mucho más peligrosas que las vacunas, como la difteria o el tétanos. ¿O también diremos que el miedo a los microorganismos nocivos forma parte de la estrategia de los gobiernos para controlarnos? Dado el gusto del señor Valín por las afirmaciones epatantes, tampoco me sorprendería que se nos descolgara con algún estudio poniendo en cuestión la "guerra contra la enfermedad", y trazando un cuadro idílico de la futura acracia sin microbios.

Al señor Valín le preocupa que los gobiernos persigan el terrorismo y el crimen organizado, pero curiosamente no ha dicho nada, que yo sepa, del caso Interligare, una trama de corrupción al más alto nivel policial, que además espiaba a la oposición sin escatimar en recursos tecnológicos, y que se permite amenazar al más puro estilo mafioso al director del periódico que lo está denunciando. Claro, esto es pecata minuta para nuestros libertarios, que están más ocupados denunciando a la policía en pleno. El resultado es este, que no distinguen entre lo legal y lo ilegal, entre lo justo y lo injusto, entre la legítima defensa de la civilización (con todos los errores aparejados que se quiera) y el crimen. Es decir, que favorecen ideológicamente la ilegalidad, la injusticia y el crimen.