viernes, 10 de agosto de 2012

Estupideces que ya cansan

"Solo con recortes no saldremos de esta... Hay que incentivar el crecimiento... Hay que meter mano al fraude fiscal... Hollande en Francia demuestra que se pueden hacer las cosas de otra manera... El problema no es la deuda pública, sino la deuda privada... Otros países tienen una deuda mayor que la nuestra, luego la deuda no es el problema... La solución es un reforzamiento de la Unión Europea, con un BCE que compre deuda soberana... Esta es una crisis del capitalismo..."

Y así todos los días. No son desde luego las mayores tonterías que podemos escuchar o leer en los medios o en la calle. Ahí tenemos a Sánchez Gordillo, el asaltasupermercados, acusando a los bancos de practicar la "usura", entre otras burradas que suelta. (Precisamente, uno de los grandes errores de los últimos años fueron los intereses artificialmente bajos.) Pero a mí me molestan especialmente las que se repiten más, y las que se pronuncian o escriben en un tono de moderación, sin encontrar una réplica inmediata. Porque son las que van calando, alimentando la infantilización de la opinión pública.

Es cierto que la deuda de otros países es mayor que la de España, pero lo importante no es el volumen de la deuda que uno tiene, sino si puede pagarla. Con más de cinco millones de parados, es lógico que el dinero tome sus precauciones, o se cobre los riesgos.

La deuda privada tiene una solución obvia. La gente, o bien reduce sus gastos para poder pagarla, o trabaja más para ingresar más, o ambas cosas. También hay quien deja de pagar sus deudas. En realidad, eso significa que sus deudas las traslada a otros, que a su vez se ven en problemas para atender a sus acreedores. Al final, el resultado es el mismo: Alguien tiene que reducir su consumo y/o trabajar más.

Con el Estado, no sucede exactamente igual. Siempre puede echar mano de subidas de impuestos, o dicho más claramente, de su poder coactivo. Otro procedimiento, más indirecto, pero en el fondo de la misma naturaleza, es la devaluación monetaria. No es cierto que ahora España no pueda hacerlo. En cualquier momento un gobierno puede decidir que nos salimos del euro. Dicho sin tapujos: El Estado siempre puede robar el dinero de los bolsillos de los ciudadanos, sea por vía fiscal o devaluando el valor de la moneda. Se hace lo que yo digo porque yo soy la policía y la ley, y punto.

Un Estado fuertemente endeudado es por tanto un peligro. Es preciso que se recorten los gastos, porque de lo contrario la tentación de esquilmar a los ciudadanos es cada vez más seria. El gobierno del PP está haciendo ambas cosas, recortes de gasto público y subidas de impuestos, pero aún podría ser peor. Por supuesto, es de risa que algunos tomen a Francia como modelo, cuando Hollande lleva solo tres meses en la presidencia. Cualquier analista prudente esperaría al menos a ver cómo les va a nuestros vecinos antes de alabar sus políticas económicas. Perseguir el fraude fiscal y la economía sumergida, así como aumentar los impuestos a los "ricos", puede incrementar muy levemente la recaudación a corto plazo, en el mejor de los casos. Lo normal es que se incentive la desinversión, la deslocalización y la fuga de capitales. Es muy fácil mostrarse indignado ante los malvados capitalistas que tratan de eludir al fisco, pero me gustaría saber qué harían muchos de nuestros moralistas defensores de los impuestos si pudieran evitar unas contribuciones confiscatorias, del 50 % o más de sus ingresos o de sus ahorros.

Que el BCE nos compre deuda es pan para hoy y hambre para mañana. Endeudarnos más para poder pagar la deuda es una política suicida, un infernal círculo vicioso del que debemos salirnos lo antes posible. Y en esto, poco nos puede ayudar Europa. Al contrario, la actual estructura política de la Unión Europea es una pesada maquinaria burocrática de la que no sale ninguna idea buena. Ceder soberanía en favor de una federación puede ser buena idea si esta tiene una sólida base democrática, y el poder suficiente para meter en cintura a todos los Estados miembros. La UE actual, un monstruo tecnocrático a la medida de los intereses de Alemania y Francia, debería por el contrario reducirse a una mera unión de mercado. Ya sería mucho que realizara bien esta única función.

Naturalmente, la deuda se pagaría con mucha mayor facilidad si hubiera crecimiento económico. Pero precisamente no crecemos porque la deuda privada nos lo impide, y la pública nos acaba de asfixiar. Decir que el crecimiento es la solución de la crisis es una trivialidad de calibre comparable a afirmar que la salud es la solución de la enfermedad. En cualquier caso, los Estados no son los que hacen crecer los países. Es la sociedad civil quien genera la riqueza. El Estado lo único que puede hacer es reducir su intervención lo suficiente para no entorpecer en exceso la actividad productiva.

Lo que resume toda esta mentecatez es aquello de la "crisis del capitalismo". Se culpa al libre mercado de la pobreza, de las crisis cíclicas, del despilfarro y de la degradación del medio ambiente. De estas cuatro cosas, una es cierta, y solo relativamente. ¿La pobreza? Es demencial que se acuse al capitalismo de la pobreza, cuando es el sistema que ha creado -¡y distribuido!- más riqueza que nunca jamás en la historia. Es indecente que se acuse al libre mercado de la contaminación, cuando las catástrofes medioambientales de la antigua Unión Soviética superan todo lo concebible. Por lo demás, la mayoría de índices de polución no cesan de mejorar en los países desarrollados, pese al crecimiento económico.

Crisis cíclicas las ha habido en todos los tiempos, y de naturaleza mucho más dramática que bajo el capitalismo. En Europa las hambrunas son un recuerdo lejano, y lo cierto es que pronto lo serán en todo el planeta, gracias a la globalización, como ya lo son en la India y otros países que no hace muchas décadas las padecían periódicamente.

¿Puede sin embargo acusarse al capitalismo de despilfarro? En cierto sentido, sí. Shumpeter habló de la destrucción creadora. Son muchos los negocios que quedan en el camino, los empresarios que se arruinan. Algo parecido podría afirmarse de la naturaleza. Se extinguen muchas más especies de las que sobreviven. En todo caso, el concepto de despilfarro es en última instancia de carácter moral, es decir, extraeconómico. Porque no hay duda de que el capitalismo genera muchos productos que moralmente podemos considerar superfluos o nocivos. Al producir tanta riqueza, se potencian también los vicios masivos, las drogas, la pornografía. Las perversiones que antes solo eran asequibles a aristocracias decadentes, ahora entran en el terreno del consumo de masas. Incluso los índices de divorcio actuales pueden considerarse un efecto del capitalismo, es decir, de que amplias masas han accedido a niveles de vida comparables a los ricos de antaño, incluyendo largos períodos de ocio, y una capacidad de aburrimiento proporcional.

La gente hace mal uso de la riqueza igual que puede hacer mal uso de la democracia. El gran defecto del capitalismo (lo que hemos dado en llamar despilfarro) es el mismo defecto de la democracia. Solo los reaccionarios honestos atacan al capitalismo al mismo tiempo que la democracia. Los progres, los ecologistas decrecionistas, pretenden de hecho una regresión a comunidades precapitalistas, mucho más pobres, pero no tienen la sinceridad o la lucidez de reconocerlo. Personalmente, prefiero el capitalismo y la democracia, con todos sus defectos. Solo espero que la mayoría de quienes están en contra de ambos salgan del armario de una vez, y dejen de llamarse progresistas. Soy así de iluso.