Primera. El voto útil. Solo una mayoría absoluta del PP garantiza que saquemos al PSOE del gobierno. Es evidente, para cualquiera que no esté dominado por un profundo sectarismo, que el partido gobernante ha sido desastroso para España. No solo esto, basta con escuchar al candidato socialista, por si alguien abrigara una mínima duda, para constatar que un nuevo gobierno del PSOE se empeñaría en repetir los mismos errores, consustanciales a su ideología. En el debate televisado con Mariano Rajoy, Rubalcaba no hizo más que reafirmar que su máxima preocupación no es que este país vuelva a crear riqueza, sino en mantener mediante mayores exacciones fiscales el gasto sanitario y los subsidios de desempleo. Es decir, en anclarnos en la pobreza eternamente temerosa y dependiente de las ayudas de la administración. Peor aún, mientras el candidato del Partido Popular desgranaba sus propuestas de apoyo a los empresarios, que son a fin de cuentas los únicos que pueden crear empleo productivo, el socialista se enrocaba en la defensa de los convenios colectivos incluso para las pequeñas empresas. De lo contrario, aseguraba, en una empresa de cuatro trabajadores, estos no tienen ninguna protección frente al empresario. ¡Poco le faltó para afirmar que un emprendedor que da trabajo a cuatro empleados es un individuo sospechoso!
Segunda. El voto ideológico. El PP está realizando una campaña claramente orientada al voto útil. Rajoy no hace más que insistir que aquí no se dirime una cuestión de ideologías, sino si queremos continuar como ahora o que haya un cambio. Tiene parte de razón, en el sentido de que el votante típico del PP no es una persona con ideología. El conservadurismo, en su acepción positiva, no es una ideología. El conservador es una persona que cree en el valor de la tradición, de los valores morales, del sentido común y de la experiencia. Por tanto está en contra de todo sistema ideológico, entendido como la pretensión de transformar la realidad partiendo consecuentemente de una serie de principios filosóficos. De ahí que un conservador, instintivamente, sea también un liberal, receloso del Estado como promotor de políticas de ingeniería social. Y que sea también un demócrata, receloso de las élites intelectuales o seudointelectuales que a menudo pretenden avergonzar a la gente corriente por su manera de pensar. No hay nada más democrático que el sentido común, expresión que tanto gusta de utilizar Mariano Rajoy.
Al PP se le critica con frecuencia (también yo lo he hecho) por su ambigüedad ideológica, por su evanescencia centrista. No es una crítica injustificada, desde luego, pero sí creo que quienes la hacemos hemos pecado a menudo de una cierta miopía. Nos hemos centrado excesivamente en lo que dice, o deja de decir Rajoy o cualquier otro dirigente del Partido Popular. Los contrarios al aborto, por ejemplo, porque no es lo suficientemente contundente. Lo mismo quienes abogan por la derrota policial y judicial del terrorismo, quienes son contrarios al mantenimiento del ruinoso Estado del Bienestar, etc. Ahora bien, ¿qué partido con posibilidades de gobernar hay en España en el que se puedan sentir absolutamente cómodas las posiciones antiabortistas, contra la negociación con ETA, a favor de la sociedad civil y de menos Estado, todo ello a la vez? La respuesta para mí es perogrullesca.
Tercera. Razones personales. Conozco al cabeza de lista por mi circunscripción electoral, Alejandro Fernández, que vive en el mismo barrio tarraconense que yo, un conglomerado de numerosos edificios de entre cinco y doce plantas, integrado por gente trabajadora de clase media-baja y media-media, con su buena cuota de inmigrantes rumanos y magrebíes... Hace unas semanas le saludé junto al cajero automático de la esquina de mi bloque y vi que todavía tiene el mismo Peugeot 406 de hace cuatro o cinco años, por lo menos, si es que eso es indicativo de algo. (Bueno, yo tengo el mismo Peugeot 306 de hace ocho años, si es que eso es indicativo de algo. Supongo que no.) Nos conocimos, tras un breve diálogo en su blog, en la presentación de un libro de Juan Carlos Girauta, La eclosión liberal. A través de Alejandro conocí también a Alberto Acereda, profesor de literatura nacionalizado estadounidense, gracias al cual publiqué artículos en algunos medios, incluido Libertad Digital. Nunca me ha sugerido que me apunte al PP (no creo que el partido ande precisamente falto de militantes), ni a mí se me ha pasado por la cabeza nunca tener ningún carnet. Pero el hecho de que en el PP haya personas como Alejandro (buena gente, inteligente, y de una apabullante normalidad) no hace más que convertir en un impulso natural un voto que nace de mucha reflexión previa.
Cuarta. El 11-M. En cierto modo tengo una espina clavada. No voté nunca a Aznar, a pesar de que me alegré de sus dos victorias electorales, en 1996 y en el 2000. Al igual que muchos ahora, que más o menos íntimamente desean y confían en la victoria del PP, pero por mojigaterías de diversa índole prefieren votar a otros partidos, sea UPyD, el Foro de Álvarez-Cascos, o al nacionalismo moderado, yo votaba a otros partidos hasta que por vez primera lo hice por el PP. Fue un 14 de marzo de 2004, día de infausto recuerdo en la historia de España, casi tanto como aquel jueves 11 de marzo en que la democracia (que es en esencia un cambio de gobierno incruento) perdió su sentido en esta nación. La vil y degenerada reacción de tanta gente manipuladora y manipulada, que tras el asesinato de 191 ciudadanos no se les ocurrió otra cosa que cargar contra el gobierno, que llamar asesino a Aznar e intentar linchar a dos miembros de su gabinete en una manifestación en Barcelona, me llevaron a votar a Rajoy en 2004, y a repetir luego mi voto en 2008. Tras la segunda derrota electoral del PP, a los pocos minutos de conocerse los resultados, escribí manifestando mi deseo de que Rajoy dejara paso a otros, por ejemplo a Esperanza Aguirre. Sin embargo, ahora volveré por tercera vez a votarlo, porque es lo que tenemos, y esta vez por fin parece que lo va a conseguir. No le doy ningún cheque en blanco, pero sí una oportunidad. Nada desearía más que tenerlo que votar de nuevo dentro de otros cuatro años, porque será la señal de que España ha salido razonablemente bien parada de la tormenta. Con esa esperanza le votaré mañana.