Estos días postelectorales algunos comentaristas políticos defienden que el PSOE debería entrar en un debate interno acerca de ideas, no meramente de personas. Debería hacer autocrítica y preguntarse -aconsejan- por qué ha tenido un resultado tan desastroso en las elecciones, a fin de ponerse a elaborar un discurso de izquierdas renovado. Esto lo dicen no solo, ni principalmente, opinadores de izquierdas, sino más bien los de derechas o liberales.
Todo esto son tonterías. Las ideas de izquierdas son las que son. Si son acertadas, no veo por qué deben renovarse, salvo en la manera de exponerlas. Si están equivocadas (como yo pienso), no entiendo por qué hay que tomar unas ideas distintas y etiquetarlas con la marca izquierda. Aconsejar a los progresistas que se renueven me parece o bien hipócrita o bien idiota. Me recuerda a cuando esa misma izquierda pretende darle lecciones a la Iglesia, para que se sitúe "a la altura de los tiempos". Es decir, para que reniegue de sí misma. Me recuerda también cuando el viejo Polanco, poco antes de morir, clamaba por que en España existiera una derecha democrática y modelna...
Discrepo del tópico tan extendido según el cual la gente debería votar a unas ideas, y no a un candidato. En realidad, esto ya sucede; lo deseable sería lo contrario. La mayoría de la gente no vota al candidato que habla mejor, o que es más guapo, sino que ve más guapo y le parece que habla mejor el candidato que encarna mejor sus ideas. Ahora bien, las ideologías (entendidas como sistemas filosóficos que tratan de amoldar la realidad a sus principios; y si no, peor para la realidad) son de lo peor. Por culpa de las ideologías se ha asesinado de millón en millón, se aplican políticas económicas suicidas, se destruyen irresponsablemente instituciones y se desprecia la experiencia acumulada de siglos. De la lucha entre ideologías que pretenden redimir a la humanidad, siempre han salido perdiendo los seres humanos de carne y hueso.
"Pero todo el mundo tiene una ideología". Falso. No todo el mundo trata de transformar la sociedad a partir de dos o tres axiomas pueriles, aplicados de manera consecuente. En el sentido decisivo, el conservadurismo no es ninguna ideología, sino todo lo contrario, el recelo hacia toda ideología que ofrece soluciones definitivas, sean comunistas, fascistas o islamistas. Lo que caracteriza una ideología es que plantea un término de llegada, un futuro en el cual por fin se habrán resuelto los injusticias, se habrán emancipado los trabajadores, las mujeres, los arios o los musulmanes. En cambio, el conservador tiene metas mucho menos ambiciosas. Aspira solo a que no perdamos lo que hemos conseguido en siglos, incluso en milenios. A que la civilización, con todos sus delicados equilibrios, perdure; a pesar de sus contradicciones, de sus imperfecciones. El conservador cree una locura pretender reorganizarlo todo, porque ello supone destruir o deteriorar lo que ha funcionado razonablemente bien (sea la familia, el mercado o los códigos morales) y sustituirlo por algo que no deja de ser una entelequia.
No necesitamos partidos de izquierdas para nada. Los partidos deberían rivalizar en propuestas concretas y, sobre todo, en personas. Al igual que intentamos elegir a los mejores profesionales y empresas en cualquier ámbito, lo mismo debería poder hacerse en la política. Los partido políticos ficharían a los mejores políticos como los clubes de fútbol hacen con los futbolistas, no porque encarnen una determinada ideología, sino porque juegan bien al fútbol. Y los ciudadanos votarían como gobernantes a quienes creyeran los más capacitados, no en función de prismas ideológicos sectarios.
Por supuesto, soy consciente de que esto no va a ocurrir. Las ideologías existen, y no parece que vayan a desaparecer, por desgracia. Por tanto, es inevitable que existan partidos de izquierdas y de derechas. Pero por favor, no digamos que es bueno que haya una izquierda moderna, española, moderada o qué sé yo. No digamos que es bueno que haya enfermedades modernas, españolas o moderadas porque hay gente que prefiere estar enferma a estar sana. Digamos que es inevitable que el error exista, y que hay que respetar a las personas que piensan diferente de mí. A las personas; no a sus ideas, por moderadamente estúpidas que sean.