domingo, 27 de noviembre de 2011

El origen de las ideologías

Hay básicamente dos tipos de comentarios a un blog. Los que aportan algo y los que sencillamente ignoran lo que has escrito. Los del segundo tipo pueden subdividirse en varios subtipos: Los que pretenden replicar algo que tú no has dicho; los que replican una frase o un párrafo aislados que tú has escrito, pero pasando por alto precisamente el pasaje donde ya te anticipabas a su réplica (estos son especialmente fastidiosos); los que sencillamente niegan tu tesis, pero sin molestarse en argumentar la suya; los que se limitan a aprobar lo que tú has escrito, trayendo a colación, como mucho, algún otro ejemplo... Etc. Por supuesto, agradezco todos los comentarios (salvo los insultantes), tanto los discrepantes como los favorables. Pero se comprenderá que mis favoritos son los del primer tipo: Los que aportan algo nuevo, o revelan algún cabo suelto de mi argumentación, ya sea para reforzarla o para criticarla.

A esta categoría pertenece el comentario que Caribbeanomics hace en mi anterior entrada. En ella yo defiendo una concepción del conservadurismo como lo opuesto a toda ideología. Y defino ideología como aquel sistema de pensamiento que pretende transformar la realidad a partir de unos principios aplicados con implacable coherencia. Esta concepción, por supuesto, no es mía, se puede hallar en autores como Russell Kirk (Qué significa ser conservador, Ciudadela, 2009) y otros. Reproduzco la réplica de Caribbeanomics:

Hola:

Con tu definición de "Conservadores" como carentes de ideología y defensores de "lo conseguido" (seguro estoy simplificando demasiado, pero creo que ha habido mucha "ideología" detrás de alguno de los logros que consideras merecedores de defensa) me planteo donde hubiera estado un conservador en 1812 [luego corrige: 1823] ¿en Cádiz o con los cien mil hijos de San Luis?

Puesto que si es lo segundo, no se si izquierdas, pero algo distinto y CON ideología siempre ha sido y será necesario.

El comentarista tiene razón cuando implícitamente señala que quien se llamase conservador en 1823, o en 1812, no defendía el parlamentarismo, ni la separación entre Estado e Iglesia, ni la igualdad ante la ley. Pero es que en mi definición de conservador entra tanto un liberal como un absolutista de 1812. Los redactores de la Pepa no eran ideólogos en el sentido que antes he precisado, no pretendían transformar la realidad. Eran patriotas imbuidos de una idea de la dignidad del individuo, que consideraban incompatible con el régimen absolutista. Su "ideología", si queremos llamarla así, no era en el fondo distinta de la de Cicerón o Tácito. Defender la libertad es exactamente lo contrario de cualquier proyecto de ingeniería social, de emancipación radical como los que defiende la izquierda desde un determinado momento de mediados del siglo XIX. (En 1848 Marx y Engels publican el Manifiesto Comunista.)

Una de las falacias del progresismo es que los cambios se producen gracias a ellos. Si ahora tenemos sufragio universal, mujeres arquitectos o vacaciones pagadas, es gracias a los liberales, a las feministas, a los sindicatos. Pero los liberales de principios del siglo XIX no eran progresistas, no querían cambiar el mundo, sino aplicar criterios de justicia que no tenían nada de novedoso, aunque acaso los menos cultos pudieran creerlo; la incorporación de la mujer a determinadas profesiones es más consecuencia de avances técnicos (desde la lavadora hasta los anticonceptivos) que de luchas políticas; y la legislación laboral actual es fruto del enorme crecimiento de la riqueza y la productividad, al cual los sindicatos han contribuido muy poco.

Con ello no niego el hecho histórico, sobradamente conocido, de que los izquierdistas actuales son hijos de los liberales decimonónicos. Pero también lo son los conservadores. Lo somos todos. Los absolutistas de 1812 y 1823 eran solo "conservadores" en el trivial sentido de que querían mantener el statu quo de su tiempo, y por eso se extinguieron, como se extinguen siempre todos los "conservadores" aferrados a su estrecha visión del presente, que implica mucho desconocimiento del pasado. El problema surge cuando algunos liberales, y también algunos conservadores y nacionalistas, empiezan a concebir ideologías, sistemas coherentes de pensamiento cuya finalidad es amoldar la realidad a sus deseos. Construir un puente no es transformar la realidad, en el sentido que aquí utilizo. Defender el parlamentarismo, o la abolición de la esclavitud, allí donde todavía no existe lo primero y sí lo segundo, tampoco. Los hombres siempre han visto la tiranía o la esclavitud como un mal. La prueba es que siempre que han podido, han matado a los tiranos y han liberado a los esclavos. Transformar la realidad es querer, por el contrario, oponerse al sentido común, tratar de reformar no un régimen, sino la propia naturaleza humana. Transformar la realidad es querer abolir la familia. Explícitamente, como los progresistas ingenuos del XIX y principios del XX, o sutilmente, jugando al despiste, como los Zapateros de nuestros días. Transformar la realidad es querer erradicar la propiedad privada, con métodos brutales, como los comunistas de 1917, o con métodos graduales y disimulados, como los socialdemócratas de hoy. Transformar la realidad es castigar a los niños en el colegio por jugar a juegos "sexistas"...

Quienes pretenden imponer su delirante ingeniería social siempre han jugado a mostrarse herederos de los liberales de antaño, como si defender el aborto fuera un paso más, equiparable a la abolición de la esclavitud. En realidad, son cosas diametralmente opuestas, pues quienes hoy defienden la dignidad del ser humano son precisamente los pro vida, no los abortistas. Y así podríamos decir de todo lo demás. Quienes hoy defienden la propiedad privada, son los herederos de los constitucionalistas de Cádiz. Los socialistas son algo posterior -y al mismo tiempo mucho más viejo. Les regalamos una fácil victoria cuando tragamos sin rechistar su historieta de la eterna lucha entre progresistas y reaccionarios, en la cual ellos siempre se sitúan del lado de los buenos, omitiendo el hecho de que los buenos defendían cosas frecuentemente opuestas a las que defienden ellos. Personalmente, no me planteo la ociosa cuestión de si en una vida anterior fui liberal o absolutista. Nunca he creído en la reencarnación.