El descubrimiento, aún por confirmar, de que los neutrinos pueden viajar más rápido que la luz, ha disparado las especulaciones en tono pretendidamente serio acerca de que quizás la máquina del tiempo deje de ser una fantasía en el futuro. No sé si H. G. Wells fue el primero en novelar sobre esta idea. En todo caso, eludió las paradojas irresolubles de viajar al pasado, pues su protagonista solo viajaba hacia el futuro, salvo para regresar al presente. Supongamos que un individuo retrocede varios años en el tiempo y mata a su abuelo antes de que engendre a su padre. En consecuencia, no puede haber nacido, y por tanto, no puede haber viajado en el tiempo. Luego, ese viaje al pasado no ha sucedido jamás, se anula a sí mismo. Hay autores de ciencia-ficción, sin embargo, que han explorado otras posibilidades, quizás aún más inquietantes. El viajero en el tiempo mata a su abuelo y regresa al presente, pero evidentemente este ha cambiado. Entre otras cosas, él nunca ha existido en ese presente; cuando regresa, su mujer está casada con otro, los hijos de ella no son suyos... Fue Isaac Asimov quien llevó posiblemente hasta sus últimas consecuencias las implicaciones lógicas de los viajes en el tiempo, en su novela El fin de la eternidad, donde imagina una civilización de un futuro remoto que se dedica -de manera secreta y rutinaria- a alterar la historia...
Sospecho que el viaje al pasado jamás será científicamente planteable, por una razón. En la medida en que actuamos causalmente sobre el pasado, modificamos el presente. Pero quienes viven en ese período concreto son absolutamente incapaces de percibir ese cambio. Ni siquiera el viajero en el tiempo puede hacerlo, aunque regrese, porque él también forzosamente tiene que cambiar, quizás incluso dejando de existir, como en el ejemplo clásico del parricida. No hay recuerdo posible de un presente que nunca existió. Ahora bien, en ciencia, lo que por definición no es perceptible, sencillamente no existe: Entia non sunt multiplicanda praeter necessitatem. ¿A santo de qué postular líneas temporales paralelas que ningún experimento nos permitirá observar o siquiera barruntar?
Cosa bien distinta es la observación del pasado, sin influir en él. Aquí realmente sí que se abren posibilidades extraordinarias, y que no entrañan ningún tipo de paradojas, aunque sí una ampliación del conocimiento humano -especialmente del conocimiento de nosotros mismos- de consecuencias incalculables. En su página de El Mundo de hoy, Luis M. Ansón, sugiere el tema, aunque quedándose en los tópicos superficiales de poder contemplar a Julio César, Luis XIV o Napoleón en momentos más o menos literarios. Ciertamente, no carecería de interés profundizar en las biografías de esos personajes, pero las posibilidades van muchísimo más allá de la curiosidad erudita. Imaginemos que podemos penetrar en las edades más desconocidas, en el paleolítico y el neolítico, en los orígenes de las civilizaciones. Imaginemos también que pudiéramos observar en directo, como en la popular novela de J. J. Benítez, Caballo de Troya, la crucifixión de Cristo. Que pudiéramos verificar la resurrección... Qué revoluciones culturales no se producirían si de verdad pudiéramos conocer detalles insospechados de nuestro pasado.
A un nivel más pragmático, imaginemos la revolución que se produciría en la criminología si pudiéramos fotografiar la escena del crimen, justo en el momento que este se hubiera producido. No podríamos impedirlo, pero sí identificar fuera de toda duda al criminal. Por cierto que con ello se eliminaría la única razón seria (en mi opinión) contra la pena de muerte, al desvanecerse toda incertidumbre sobre la autoría de un asesinato. El fiscal solo debería pasar ante el jurado el cronovídeo de los hechos... Imagínense esto aplicado al 11-M y a otros muchos misterios de nuestro tiempo.
Estas especulaciones inevitablemente tienen un aire ocioso. Pero nos recuerdan la principal consecuencia del progreso tecnológico: Que el futuro no se puede prever. De ahí que siempre sea aconsejable el escepticismo ante quienes pretenden que tal o cual cosa sea imposible, para bien o para mal, o que ya lo sabemos todo sobre un determinado asunto. Quién podía imaginar, cuando se inventó la telegrafía, que eso solo era el principio, y que un día nítidas imágenes circularían instantáneamente por todo el planeta, en tiempo real. Hace unos días, un laboratorio en Roma detectó neutrinos que viajaban más rápido que una señal de radio. Quizás dentro de unos años podamos dirigir estos neutrinos hacia el pasado y obtener los reflejos resultantes. La idea es tan sugestiva como sobrecogedora.