domingo, 10 de julio de 2011

Tres viejas mentiras

Consideremos un momento las siguientes afirmaciones:

1) Hay pobres porque hay ricos y viceversa.

2) Los políticos son títeres de los ricos.

3) Los servicios públicos reducen las desigualdades.

Las dos primeras pertenecen a la vulgata marxista; la tercera es el escolio socialdemócrata. Las tres tienen en común que son falsas. Lo argumento brevemente:

1) La riqueza procede del trabajo. Los países donde los gobiernos no interfieren demasiado en la laboriosidad de los habitantes, prosperan. La pobreza es una situación relativa. Un pobre de un país próspero vive mejor que una persona de clase media de un país menos rico. Y además tiene posibilidades reales de mejorar. Cuando los gobiernos se erigen en redistribuidores de la riqueza, mediante impuestos elevados, nacionalizaciones y todo tipo de medidas arbitrarias, la creación de riqueza se resiente, y por tanto la pobreza aumenta, tendiendo a perpetuarse en los mismos individuos.

2) El poder político procede de las ideas. No existe tiranía tan descarnada que no necesite, para persistir, que una parte significativa de la población crea en su legitimidad o al menos en su solidez. Incluso una dictadura militar requiere como mínimo el apoyo del ejército, y es harto dudoso que pudiera sostenerse solo con las bayonetas. Por supuesto, todo gobierno genera (o atrae a) sus propios ricos, pero afirmar que es una emanación de estos resulta tan problemático como la cándida doctrina opuesta, que lo identifica con el pueblo.

3) Los servicios públicos (sanidad, educación, etc) convierten a los pobres en dependientes de la administración. Los impuestos necesarios para sostenerlos reducen la creación de riqueza, y por tanto dificultan que más gente abandone la pobreza a lo largo de su vida. Por lo demás, al no estar sometidos a las leyes del mercado, son más ineficientes que los servicios privados a los que acceden los ricos; de modo que, más que disminuir las desigualdades, las perpetúan. Sin embargo, como los pobres temen perder incluso esos servicios públicos tan deficientes, generalmente optan por plegarse al chantaje y apoyar la retórica del Estado del bienestar.

La otra cosa en común que tienen estas afirmaciones es que son comúnmente creídas. Cada día podemos encontrar ejemplos en los medios de comunicación. Ayer el candidato socialista, Rubalcaba, reveló su fórmula mágica para acabar con el paro, consistente en que los bancos dediquen parte de sus beneficios a la creación de empleo. Es decir, la enésima versión de la afirmación 1, según la cual para disminuir la pobreza, hay que obligar a los ricos a repartir lo que tienen. (Esto, por cierto, lo dice quien hasta ayer pertenecía al gobierno que más dinero ha entregado a la banca.)

De la afirmación 2 tenemos un ejemplo entrañable en un artículo del comunista José Estrada, integrante en su día de la lista tarraconense de Iniciativa Internacionalista. Digo entrañable por el encomiable esfuerzo que realiza el hombre para componer oraciones en las que concuerden sujeto y predicado, aunque sin mucho éxito. Su escrito termina con este párrafo:

"Menos mal que, por fin, se comienza a tener conciencia, a nivel general, de que (como señalo al principio), los gobernantes son títeres en mano de los multimillonarios y banqueros, y que la democracia de ir a votar cada cuatro años, sólo sirve después para que se nos tome el pelo.”

Qué tiempos aquellos de la dictadura del proletariado, cuando los políticos no eran los títeres de los ricos: eran los mismos.

Por último, de la afirmación 3 tenemos un ejemplo en el artículo de Manuel Rivas, Haití y Dios, según el cual el país más pobre de América es un ejemplo del modelo al que aspira el “neoliberalismo”. Si los haitianos no tienen acceso a la educación y la sanidad, fuera de la ayuda internacional, es porque el 80 % está en manos privadas. Así que el problema de Haití no es que esté hundido en la miseria, sino que no tienen hospitales ni escuelas públicos. Algunos, ingenuamente podrían pensar que lo segundo es una consecuencia de lo primero, pero si así fuera, nuestro columnista nos diría que a su vez la culpa de la miseria la tiene el “neoliberalismo”. Y vaya usted a saber si el terremoto que asoló la isla el año pasado no lo provocaron los yanquis con sus malvados rayos telúricos.

Pero ¿qué pinta Dios en todo esto, se preguntarán? Nada. Era un truco de Rivas para llamar la atención de los lectores con el señuelo del anticlericalismo. Señal de que, a pesar de la machaconería de los medios, el anticapitalismo va atrayendo cada vez menos.