Anders B. Breivik, poco antes de perpetrar las matanzas de Oslo y Utoya, había publicado en internet un libro titulado 2082. A European Declaration of Independence. Se trata de la obra de un perturbado, que a lo largo de 1.500 páginas (gran parte de ellas, extractos tomados de otros autores) no solo expresa su ideología personal (ultraderechismo identitario), sino que entra en minuciosos detalles de un plan delirante para imponer en Europa dictaduras temporales afines a sus ideas, mediante las armas, incluyendo el ántrax y las bombas nucleares. Para dar una idea del grado de delirio alcanzado por Breivik, baste señalar que llega a calcular en 400.000 el número de personas pertenecientes al establishment político-intelectual que deberán ser "ejecutadas" en Europa Occidental en las próximas décadas. De ellas, 47.167 serían españolas (pág. 932). Ni una más ni una menos.
Aunque el propio asesino gusta de denominar a su ideología "conservadurismo cultural", en realidad no hay nada más alejado del conservadurismo que un plan para transformar la sociedad violentamente como el que se describe en ese libro, con medidas del totalitarismo clásico como matanzas, deportaciones, restricciones a la natalidad, etc. ¡Incluso aunque fuera para imponer ideas supuestamente conservadoras! Breivik es tan "conservador" como lo eran Hitler, o Bin Laden, por mucho que asegure no simpatizar con el primero y que se muestre radicalmente antiislámico. También Hitler era antibolchevique, y sin embargo el régimen nacional-socialista compartía más elementos con la Rusia soviética que con el parlamentarismo burgués.
El criminal noruego no puede ser calificado tampoco de "fundamentalista cristiano", como han hecho algunos medios con suma ligereza. Breivik deja claro que el cristianismo, para él, es un elemento de la identidad europea, pero que no ve imprescindible la creencia en Dios o en Cristo. En la página 1.361 de su mamotreto afirma claramente que no defiende un modelo teocrático; su referencia se encuentra en sociedades monoculturales como Japón o Corea del Sur, que no son cristianas, precisamente.
El núcleo de la ideología de Breivik es el nacionalismo paneuropeo. En este sentido, coincide con uno de los rasgos esenciales de los movimientos neonazis. Dice que no considera a Hitler un héroe, sino un "traidor". Pero da la sensación de que le culpa más bien por su fracaso que por sus crímenes. El asesino escandinavo responsabiliza al nazismo (no sin cierta razón, por otra parte) de haber prestado gran parte de su fuerza a la corrección política multiculturalista, hoy imperante, que impide prácticamente cualquier defensa intelectual de la cultura occidental sin que uno sea tachado de eurocéntrico y xenófobo. Si bien es verdad que en el libro muestra su apoyo a Israel (entendido como un bastión contra la yijad), su crítica del antisemitismo no es de lo más tranquilizadora. Viene a decir, en pocas palabras, que no existe un "problema judío" en Europa porque hay pocos judíos.
En resumen, Breivik, por mucho que se distancie del neonazismo (más por razones estéticas y tácticas que éticas), es un fascista. Por una vez, no yerran quienes hablan de ultraderecha, dejando de lado la imprecisión del término. Pero a partir de esto muchos jugarán a criminalizar toda crítica razonable al islam y a la izquierda. Es como si no se pudiera ser anticomunista porque Hitler o Bin Laden también lo eran, a su manera. La trampa no solo es burda, sino además muy vieja.