Debemos agradecer al candidato socialista, Alfredo Pérez Rubalcaba, que por una vez haya sido sincero. Su deseo -ha confesado- es que un socialista de hace cien años se pudiera reconocer en su programa. Quienes llevamos tiempo señalando que el socialismo no es una doctrina progresista, sino regresiva, por fin nos sentimos confirmados por boca de uno de sus representantes. Una persona que piensa que la retórica de principios del siglo XX sigue vigente hoy, demuestra que no ha extraído ninguna lección de nada de lo sucedido desde entonces, con el triunfo de las revoluciones comunistas en los mayores países de Asia, la ocupación de media Europa por los soviéticos, la guerra fría y el derrumbe final del comunismo. Inasequible a la experiencia y al sentido común, Rubalcaba cree que nada ha desmentido ideas como las siguientes:
"El Socialismo que propagan y aspiran a implantar los Partidos Obreros Socialistas de todas las naciones, es el Socialismo colectivista de los Marx y Engels, expuesto terminantemente en el Manifiesto Comunista (...). El triunfo íntegro de este Socialismo, por el medio que sea, presupone la abolición del sistema capitalista, y, por lo tanto, de todas sus consecuencias; la abolición de la gran propiedad individual, medula del capitalismo y, por consecuencia, también la desaparición de todos los puntales del régimen existente: militarismo, religiones positivas, etcétera." (El Socialista, nº 1.302, 24-02-1911; negritas mías.)
Si Zapatero se reclama heredero de la República de los años treinta, Rubalcaba no quiere ser menos, y se reivindica como digno descendiente de la violencia revolucionaria, la Semana Trágica de Barcelona y los postulados majaderos de redención social de los Pablo Iglesias y los Ferrer Guardia, entre otros iluminados que establecieron las causas psicológicas e ideológicas de la guerra civil española.
Algunos ingenuos pensarán que las declaraciones de Rubalcaba son mero oportunismo electoral, un guiño al movimiento de los "indignados". También son esto, pero no principalmente. El socialismo, como doctrina intrínsecamente totalitaria que es, jamás abandonó sus objetivos últimos, su obsesión constructivista de imponer un modelo de sociedad en la cual no haya lugar a la espontaneidad, al desorden individual. Lo disfrazarán una y mil veces con hipócritas exclamaciones de democracia y liberalismo, exactamente igual que hacían en sus orígenes, exactamente igual que hoy hacen partidos socialistas como el PSOE y Bildu.
En lo esencial, nunca han cambiado. Quieren el poder de conformar la sociedad a su gusto, como sea, y si entonces establecían alianzas tácticas con los republicanos ("conjuncionaban", en el argot de la época), no por ello perdieron nunca de vista su objetivo final, que era utilizar las libertades para acabar de una vez para siempre con ellas. Llevan más de cien años en el empeño y, en alguna feliz ocasión, hasta lo reconocen.