En el debate acerca de si el islam es compatible o no con la democracia, no siempre distinguimos con suficiente claridad las tres cuestiones siguientes:
1) ¿El islam es compatible con la democracia y los derechos humanos?
2) Suponiendo que la respuesta anterior sea sí, ¿existe actualmente un islam moderado?
3) Suponiendo que la respuesta anterior sea también sí, ¿pertenece X al islam moderado?
Si la respuesta a la primera pregunta es no, evidentemente ya no cabe ni plantearse las dos siguientes. Dice Gabriel Albiac con rotundidad, en un artículo de ABC:
"Podemos jugar a engañarnos como queramos, pero el Islam -en cualquiera de sus variedades- es teológicamente incompatible con la universalidad ciudadana."
Sentada esta premisa, en relación con los acontecimientos de Egipto, concluye con lógica irreprochable:
"No hay otra fuerza institucional que pueda capitalizar la justa rabia de los jóvenes: ejército o mullahs."
Dicho más claramente, si cabe: Los países musulmanes no tienen remedio, su destino es estar sojuzgados por dictaduras laicas o por teocracias.
Quienes sostienen esta visión tan pesimista tienen a su favor el hecho de que no existen países democráticos en el mundo islámico, salvo la dudosa excepción de Turquía, hasta hace muy poco una democracia tutelada por los militares, y hoy gobernada por los islamistas supuestamente moderados. Pero en realidad, este hecho no demuestra categóricamente nada en relación al futuro. Hace varios siglos tampoco el Occidente cristiano era un modelo de libertad y tolerancia. En el siglo XVI fueron ejecutados Tomás Moro en Inglaterra y Miguel Servet en Suiza. Y todavía un siglo después, son de sobra conocidos los problemas que tuvo Spinoza en los muy liberales Países Bajos.
Bien es verdad que en el Corán podemos leer numerosos pasajes manifiestamente contrarios a las ideas liberales, a la igualdad de hombre y mujer, etc. Pero también en la Biblia podríamos encontrar justificaciones literales para la intolerancia, y no por ello deducimos que el cristianismo ni el judaísmo sean incompatibles con las sociedades abiertas. Como dice el conocido escritor franco-libanés Amin Maalouf, perteneciente a la minoría árabe cristiana:
"Todas las sociedades humanas han sabido encontrar, en el transcurso de los siglos, las citas sagradas que aparentemente justificaban sus prácticas del momento. (...) No cambian los textos, cambia nuestra mirada, que en cada época se fija en determinadas frases y pasa por otras sin verlas." (Identidades asesinas, Alianza Ed., 2005, pág. 57.)
Algunos autores, entre ellos el que acabo de citar, han señalado que el problema del islam es que carece de un autoridad religiosa fuerte, independiente del Estado, lo cual no favorece la separación del poder político y el religioso, y además permite con más facilidad las desviaciones radicales. Pero si esto es así (y efectivamente la tesis resulta muy plausible), se trataría de una contingencia histórica, que acaso pudiera cambiar en el futuro, o bien podría perder importancia al entrar en juego otros factores.
Luego están quienes en el extremo opuesto nos hablan del islam como una religión de paz y tolerancia, con una "esencia democrática", y hasta pretenden que nos traguemos que Mahoma era un "feminista de su época". Pero una cosa es la mamarrachada retórica de la Alianza de Civilizaciones, y otra muy distinta afirmar que una parte de la humanidad será por siempre refractaria a la democracia.
La segunda pregunta puede tener una respuesta trivial, que consiste en señalar que la mayoría de musulmanes son moderados, puesto que no van por ahí forrados de explosivos bajo el abrigo. Pero naturalmente, lo que nos interesa saber es el porcentaje de musulmanes que sinceramente deploran los atentados terroristas y no desean la implantación de un régimen teocrático. Esto no es nada fácil, aunque debe reconocerse que hasta ahora los indicios han estado de parte de los escépticos.
En el año 2000, el experto en islamismo Gilles Kepel publicó un libro, La Yihad. Expansión y declive del islamismo, en el que auguraba, como el título indica, que el radicalismo islamista estaba en decadencia, y observaba prometedoras señales de democratización en las sociedades musulmanas. Un año después se producían los atentados del 11-S. No he seguido a este autor, pero a juzgar por las obras que ha publicado después, sospecho que no debió dejar que ningún hecho, por espectacular que fuera, estropease su bonita teoría. Sin embargo, a la luz de los recientes acontecimientos en Túnez y Egipto, quién sabe si no terminará teniendo razón. Decía entonces Kepel:
"En esta fase, que se inicia con el siglo XXI, veremos sin duda alguna cómo el mundo musulmán entra de lleno en la modernidad, (...) sobre todo a través (...) de la revolución de las telecomunicaciones y de la información."
Por todo ello, creo que el debate, para evitar especulaciones de difícil contrastación, debería centrarse en la tercera de las preguntas, que en realidad son muchas, en función de por quién o quiénes sustituyamos la X. Ya en algunos medios nos están tratando de colar que los Hermanos Musulmanes representan un "islam moderado", y en El País no podía faltar estos días la entrevista al lobo con piel de cordero Tariq Ramadán, al que califican sin rubor como "un Martín Lutero musulmán". Con estos tontos útiles, claro, ¿para qué debería moderarse de verdad el islam?
La ideología islamista es en sí misma totalitaria, como lo eran el fascismo y el comunismo. Ahora bien, es imperativo separar esta ideología de la religión en la cual se inspira, y que profesan más de mil millones de personas en el mundo. Y para ello es necesario que nuestra civilización empiece por respetar su propia religión, el cristianismo, demostrando que las religiones monoteístas no son incompatibles con la modernidad. Ni buenismo multiculturalista, ni tampoco el falso realismo cínico del "choque de civilizaciones", que incurre en la misma negación de unos valores universales. Los valores de libertad individual, imperio de la ley, etc, sólo por razones históricas contingentes surgieron por vez primera en Occidente. No será fácil que se extiendan por todo el mundo, pero es el único camino.
Para Huntington, "las civilizaciones son las últimas tribus humanas". Amin Maalouf deplora con razón esta visión determinista, que nos impone a cada uno una identidad monolítica, de la cual sería vano intentar escapar, en función de si hemos nacido en Cádiz o en Tánger. Sin embargo, el problema no es, como sugiere el novelista en la obra citada, achacable a una determinada concepción errónea de las cosas (aunque esta tampoco ayude), sino que efectivamente, hay en la naturaleza humana una tendencia muy poderosa hacia la construcción de identidades tribales.
La buena noticia es que podemos escapar a ellas. Los jóvenes franceses de origen magrebí de las banlieues, con su estética entre rapera e islamista, seguramente no han optado por el radicalismo religioso por razones teológicas, sino porque han encontrado así la forma de justificar su odio y su victimismo contra una sociedad que ha cometido el error de prometerles el bienestar a cambio de ningún esfuerzo, de ningún mérito. Europa, a diferencia de Estados Unidos, ha lanzado el mensaje de que cualquiera que llegue aquí sólo tiene derechos. Y si a pesar de ello se siente insatisfecho con esta vida de dependencia de las ayudas estatales (cosa más que previsible), el inmigrante lo achacará (ayudado diligentemente por activistas subvencionados por ese mismo Estado) a un supuesto carácter excluyente y racista de los europeos, que por lo visto no dedicamos suficiente presupuesto público a que pueda seguir holgazaneando por nuestras calles.
No debería extrañarnos que los inmigrantes musulmanes no se integren, si les premiamos por no hacerlo, si les ofrecemos todo tipo de ayudas a las que los propios nativos no tenemos derecho. Cuando ser europeo u occidental, de nacimiento o de adopción, vuelva a ser un orgullo, una conquista, empezaremos a desactivar los delirios identitarios, basados en la religión o en cualquier otro aspecto cultural. Y de paso, si nos hacemos respetar en el exterior, la democracia volverá a gozar del prestigio que lleva a otros pueblos y otras culturas a querer importarla.
[16-02-11: Daniel Pipes: Islam y democracia. Totalmente de acuerdo.]
[20-02-11: Ignacio Cosidó: El islam democrático.]