La izquierda por definición es el Bien. Por tanto, el Mal (una vez se ha reconocido como tal) no puede ser de izquierdas. Amén.
Ocurra lo que ocurra, el izquierdista pertrechado con este silogismo, o más exactamente entimema, siempre tendrá la razón. Podrá hacer concesiones parciales, pero el núcleo esencial de su posición es inatacable, porque él cree que su voluntad de "justicia social", de "un futuro mejor", etc, es sincera y con ello le basta para seguir sintiéndose de izquierdas. Ahora bien, lo que distingue al progre no es su bondad, que como en la mili, se le supone a todo el mundo, mientras no se demuestre lo contrario. Lo decisivo son los métodos políticos que apoyamos para tratar de materializar nuestro concepto del bien. De lo contrario caemos en la definición banalmente circular según la cual todo aquel que no se vea a sí mismo como un malvado, puede proclamarse de izquierdas. ¿Y quién se considera a sí mismo un malvado? Hasta el más aborrecible de los seres tiene para elegir entre cientos de excusas para justificarse, para defender lo indefendible.
Viene esto a cuento de las palabras de Fernando Trueba, para quien todas las dictaduras en el fondo son de derechas, gobierne el Partido Comunista o una teocracia tan fervientemente antiamericana y antiisraelí como cualquier izquierdista que se precie. Bueno, por sus declaraciones no queda claro que para él Cuba sea una dictadura, o sea que a Castro lo podemos considerar de izquierdas. Quién iba a decirlo...
Miren, ahora podría recrearme en los calificativos. Pero no lo haré, porque yo a Trueba estoy dispuesto a perdonarle esto y más. ¿Cómo no hacerlo a quien ha sabido juntar a tan buena gente? (Ahora, conecten el ordenador a unos buenos altavoces, disfruten y olvídense de lo anterior.)