Miguel Ángel Revilla, presidente de Cantabria, es un tipo dado a las payasadas. Y quien más le ríe las gracias es la progresía. Aunque lo peor es cuando se supone que habla en serio. Como cuando en enero de 2008 dijo que la crisis económica era un mero "constipado". Luego, en verano de ese año, aventuró que se saldría de la crisis a finales del 2009. Esto lo dijo en una "lección de economía" (sic) que ofreció en el programa de Buenafuente. En un cúmulo de sandeces desenfrenadamente demagógicas, allí afirmó, haciendo las delicias del público con sus gracietas sobre la foto de las Azores, que el origen de la "desaceleración económica" (sic) estaba en la guerra de Irak, la cual había costado "3.000 billones de dólares". Literal. Incluso llega a escribirlo en una pizarra. Alguno dirá que un error de cifras lo comete cualquiera. Pero resulta que este señor es licenciado en Ciencias Económicas. O al menos eso dice la Wikipedia.
No se quedó allí la cosa. Como explicación de las causas de la guerra, su tesis bebe en las fuentes de Gila, más que de Clausewitz. Asegura que todo fue para vender armas. "George, qué hacemos con los misiles", le habrían preguntado a Bush los fabricantes de armamento por teléfono. Si alguien cree que estoy caricaturizando al personaje, por favor, que vea el vídeo.
Por último, como no podía ser menos, el profesor Revilla propone su receta para salir de la crisis: Obra pública, carreteras, vías férreas y "pisos baratos", como ya "se inventó en 1932 en Estados Unidos". Lo cual produjo esa maravillosa prosperidad de los años treinta, cabría añadir. (Lo de construir "pisos baratos", en un país donde sobran miles de viviendas, es de antología del disparate.)
Ahora hemos sabido que Revilla fue falangista prácticamente hasta la muerte de Franco, pese a que venía presumiendo de haber luchado contra el régimen anterior. Claro, debió tratarse de esa clase de lucha denodada que sostuvieron Juan Luis Cebrián y tantos otros que hoy reparten carnés de demócratas. Realmente, ahora me encaja todo mucho más. El antiamericanismo de trazo grueso, a lo Blas Piñar; el keynesianismo de oídas, a lo Instituto Nacional de la Vivienda... Y entiendo mejor por qué nunca me han hecho gracia sus chocarrerías aldeanas.