La campaña de los medios progres para que la gente trague con una posible legalización del brazo político de ETA (se llame Sortu o, finalmente, de otra manera) se atiene al guión previsto. No se trata solo de los consabidos aspavientos de garantismo exquisito, de "dejar que hablen los jueces" y tal. Hay que acusar a la oposición de no querer el fin de ETA, nada menos. Y como si esto por sí solo no fuera gravemente ofensivo, hay que insultarla abiertamente. En un artículo que merece figurar en una antología universal del sectarismo, Joan B. Culla se descuelga hablando de "ultraderecha", como un Sopena cualquiera, y recetando una estancia en el manicomio para Mayor Oreja, entre otras lindezas. Y, efectivamente, se refiere a una especie de contubernio mediático y asociativo ultra que "condiciona al PP y, a través de él, se ha erigido en un serio obstáculo para cualquier final previsible de ETA."
"Polonia ataca a Alemania"... La desfachatez con la cual el nacional-progresismo es capaz de invertir la realidad sólo es comparable con el virtuosismo propagandístico del nacional-socialismo. Es evidente que a los socialistas les interesa una Batasuna legalizada, para restar votos al PNV (que no vayan a la abstención o al voto nulo) y poder gobernar sin el PP en el País Vasco. Pero también se puede decir de otra manera, que al PP le interesa lo contrario: "algunos saben (...) que sin la aplicación de la Ley de Partidos no estarían hoy cogobernando la Comunidad Autónoma Vasca." Esto tiene una indudable ventaja, y es que mientras los intereses electorales de la derecha son por definición mezquinos y rastreros, los de la izquierda ni siquiera deben llamarse intereses, qué grosería; son la voluntad del pueblo democráticamente expresada, "los derechos políticos del 10 % o el 15 % de la sociedad vasca". Incluso si pasan por negociar con terroristas.
Hay una enfermedad más grave que cualquier enfermedad mental, como la que Culla atribuye a Mayor Oreja, que es la enfermedad moral. Podrán ridiculizar y tachar de fachas a quienes adoptan una posición moral ante el terrorismo, a quienes no están dispuestos a admitir que los terroristas utilicen las instituciones democráticas para financiarse y tener acceso a información administrativa de los ciudadanos. Podrán fingir que les anima a ello un prurito legalista impecable, un "ansia infinita de paz" o cualquier hipócrita monserga de las que tratan de vendernos todos los días en los múltiples medios de comunicación que dominan. Pero siempre habrá millones a los que no nos convencerán, ni intimidarán. Y eso lo llevan mal, muy mal.