Las aportaciones oratorias de Hugo Chávez son incesantes. Con motivo de la inauguración de un nuevo mercado estatal, en los locales expropiados a la cadena Éxito, el tirano caribeño ha afirmado que los venezolanos podrán adquirir en ellos productos a "precios justos", sin la "plusvalía capitalista". Por supuesto, lo que ocurrirá es que pronto no habrá existencias de tales productos en las estanterías, y se formarán colas kilométricas para adquirir las escasas existencias. Eliminado el incentivo del beneficio, tanto productores como distribuidores serían muy estúpidos si no decidieran dedicarse a otra cosa. ¿Quién estaría dispuesto a conllevar los riesgos, preocupaciones y desvelos de un negocio, pagar impuestos, afrontar inspecciones y mordidas de funcionarios corruptos, y poner dinero de su bolsillo cuando las cosas van mal, todo ello para ganar lo mismo que un empleado? El resultado es que la producción se derrumbará, con los consabidos efectos de racionamiento, mercado negro y penuria generalizada.
Todo esto es elemental, lo deberían saber no ya los economistas, sino cualquier persona de un mínimo nivel cultural, o con una cierta experiencia de la vida. O dicho de otra manera, hablar de "precios justos", no sujetos a la oferta y la demanda en un mercado libre, es una imbecilidad de un calibre tal que tira de espaldas.
Sin embargo, enormidades por el estilo se escuchan también en economías desarrolladas como la nuestra, cuando algunos claman contra los intermediarios que encarecen los productos agrícolas, como si los costes de transporte, almacenaje, etiquetado, etc, fueran invisibles. Los manuales de Educación para la Ciudadanía, y no me refiero a los más radicales, abundan en la retórica anticapitalista de "otro mundo es posible", defienden el llamado "comercio justo" y abogan igualmente por eliminar los intermediarios comerciales. No hablemos ya de buena parte de las televisiones y demás medios de comunicación, que a través de informativos, reportajes y tertulias difunden a diario esta clase de memeces. Y a esto, que supone retroceder a una mentalidad medieval, recelosa del comercio y el lucro, lo llaman progresismo.
Algo falla en una civilización cuando las nociones más básicas no se transmiten adecuadamente, encontrando los errores más groseros terreno propicio para su difusión. En un programa de la emisora Catalunya Informació en el que entrevistaban a diputados del parlamento autonómico, una de las preguntas solía ser del tipo "¿cuál es la raíz cuadrada de 25?". La mayoría se excusaban con una risita, diciendo que eran de letras. Con este nivel, en personas que por lo general ostentan un título universitario, no debería sorprendernos que la población general sea tan ignorante de los mínimos rudimentos de economía. Peligrosamente ignorante.