El pensador de quien hablo es José Luis Sampedro, entrevistado ayer domingo en El Mundo, con motivo de haber recibido el Premio Menéndez Pelayo. El respeto por las personas mayores, en el cual he sido educado, me impide calificar tal acumulación de despropósitos como lo haría si su autor fuera un estudiante de ESO, tratando de hacer méritos ante sus profesores progres. Lo que sobre todo me deja estupefacto es que, cuando cada vez hay más indicios de que el continente africano, tímidamente, empieza a subirse al carro del crecimiento, un economista venga a decirles a sus habitantes que eso de la productividad ("con qué fines, ¿para tener cada vez más?") ya se acabó. Ahora sólo les queda repartirse los restos de la civilización occidental "y recuperar la armonía". ¡Esperanzador evangelio!
Por lo demás, es también digno de nota que una entrevista realizada con ese arrobamiento a un escritor antiliberal tanto podría haber aparecido en El País como en el diario Público, cuyos lectores fieles consideran seguramente a El Mundo como un ejemplo de amarillismo ultraderechista. Claro que si lo fuera, tampoco la dicha entrevista hubiera desentonado. Sampedro quizás no lo sabe, pero sus ideas son habitualmente difundidas por los ideólogos del neofascismo europeo (salvo en la parte de los africanos, claro). Que Estados Unidos es una sociedad vilmente materialista, la cual "no conserva el sentido ético heredado de la Antigüedad", es un viejo tópico que podría suscribir perfectamente un Alain de Benoist, y por supuesto el más reputado pensador nazi, Martin Heidegger.
Pero a fin de cuentas, este veneno antiliberal es lo que se difunde a todas horas en el mundo desarrollado, sin necesidad de acudir a los medios de la extrema derecha ni la extrema izquierda. El problema no es tanto que existan militantes de uno otro signo contra la globalización y la democracia formal, sino que miles de personas sin especial formación política, con escaso tiempo para reflexionar acerca de cuestiones cívicas, se desayunen un día sí y otro también con brebajes semejantes. Me pregunto si una civilización que continuamente se está cuestionando a sí misma, que denigra los principios que la han hecho grande, y que constituyen la gran esperanza del mundo subdesarrollado, puede sobrevivir mucho tiempo. Esperemos que las siniestras profecías de Sampedro no acaben cumpliéndose, por causas estrictamente opuestas a las que él enuncia: porque terminemos cargándonos el libre mercado y la globalización, en un apoteósico estallido de la estupidez universal.