martes, 4 de mayo de 2010

El juego sucio de la izquierda con la inmigración

La columnista de El Periódico de Catalunya, Nachat el Hachmi, a la que ya me referí en una entrada anterior, nos invita a no usar la palabra "racismo" en vano, en un artículo titulado "¿De qué hablamos al decir racismo?". Lamentablemente, su escrito, y el medio donde escribe, son precisamente un ejemplo de lo que ella denuncia. El Periódico se refiere rutinariamente al "folleto racista" de Badalona, porque en él aparecían fotografías que ilustraban algunos problemas de la ciudad: Inmigración descontrolada e inseguridad. Irónicamente, el propio Ayuntamiento, pretendiendo negar cualquier correlación entre ambos fenómenos, la ha puesto de manifiesto, al afirmar que aproximadamente el 50 % de los detenidos en el municipio, en los últimos doce meses, son españoles. Es decir, que en una población donde el 15 % de los habitantes son extranjeros, la proporción de presuntos delincuentes inmigrantes es en cambio del 50 %, más del triple. Claro que tampoco se trata de ninguna sorpresa, porque estos datos encajan con aquellos de que disponemos a nivel nacional.

Sin embargo, en la actual dictadura de lo políticamente correcto, la mera constatación de unos datos objetivos ya es tachada de racista (aunque se refiera a poblaciones de lo más diverso, incluyendo balcánicos rubios y de ojos azules), y permite a la escritora catalana de origen magrebí escribir un artículo cargado de patetismo, en el que recomienda a Xavier García Albiol, al alcalde de Vic y a Josep Anglada, juntos y revueltos, el libro del anglocatalán Matthew Tree, Negre de merda. El racisme explicat als blancs. (Puestos a recomendar, yo le sugiero a Nachat el Hachmi el libro de Anthony Browne, recién traducido al catalán, Ridículament correcte. El perill totalitari de la correcció política.)

Por supuesto, afirmar que cualquiera que aluda a los problemas generados por la inmigración descontrolada es un Josep Anglada, es hacerle un gran favor a este personaje. Nada nuevo bajo el sol; se trata de la vieja táctica de aquel sinvergüenza de Mitterrand, que en Francia tanto benefició a Le Pen. La izquierda era esto: Primero, negar la realidad para que los problemas se pudran; a continuación, acusar de fascista, racista, islamófobo, etc, a quienquiera que dé la voz de alarma; y por último, postularse como la única alternativa posible al caos que ella misma ha contribuido a crear, con sus políticas buenistas y su inacción. Si otras veces le ha funcionado ¿por qué no va a hacerlo ahora?