domingo, 16 de mayo de 2010

Libertad y felicidad, el eterno debate filosófico

En El Mundo de hoy, una periodista le pregunta a Carlos Alberto Montaner: "¿Qué le preocupa más: la falta de libertad o la penuria en Cuba?" A lo que el escritor y periodista responde: "Hay una relación directa entre ambas. Los países libres son los más prósperos, no tener libertad para producir, crear riqueza y tener iniciativa significa el empobrecimiento. Si queremos una Cuba próspera, tenemos que querer una Cuba libre." La respuesta me parece inobjetable. Los aparentes contraejemplos como son la China actual, el Chile de Pinochet o la España de Franco (años sesenta), en los que la dictadura coexiste con la libertad de mercado y la creación de riqueza, son en principio fácilmente explicables. Un régimen como el de Franco (y mutatis mutandis podría decirse lo mismo del de Pinochet) era en todos los órdenes, comparado con el soviético, mucho más liberal, como ya señaló Soljenitsin en la década de los setenta, para escándalo de los progres locales. (El episodio ha sido recordado a menudo por Pío Moa.) Ello no implica en modo alguno justificar estas dictaduras, sino simplemente constatar algo de sentido común, que la URSS, o Corea del Norte, eran mucho peores. Sólo una persona cegada por los prejuicios ideológicos podrá negar que la mayoría de españoles disfrutaba de más libertades durante las dos últimas décadas (aproximadamente) de la dictadura franquista que los ciudadanos soviéticos, que debían solicitar permiso hasta para cambiar de residencia, y ni hablar de viajar al extranjero.

Algo más desconcertante resulta el caso de China, por tratarse de un sistema totalitario, con muchos rasgos verdaderamente brutales, pero en el que unas ciertas libertades económicas han producido efectos espectaculares. Sin embargo, no debemos olvidar que en el país asiático sigue existiendo una población rural de cientos de millones de personas, para las que hablarles de libertad es poco más que un sarcasmo cruel. En cierto modo podemos decir, simplificando, que existen dos Chinas superpuestas, una urbana y autoritaria, pero que ha adoptado el mercado libre como en su día lo hizo la España de Franco, y otra precapitalista y salvajemente despótica, que actúa como un lastre que impide la evolución institucional hacia formas demoliberales. Veremos qué ocurre en el futuro.

Lo que sí es indiscutible, como ha señalado Xavier Roig en su libro La dictadura de la incompetencia, es que, aunque el mercado libre pueda coexistir en determinadas circunstancias con regímenes autoritarios, jamás se ha dado el caso de un sistema económico planificado que fuera democrático. Es decir, que al menos desde un punto de vista empírico y práctico, podemos considerar que el capitalismo es condición necesaria, aunque no suficiente, para la democracia. Es la tesis que ya expuso Hayek en su clásico Camino de servidumbre: la planificación económica es incompatible con un sistema de libertades, por lo que de implantarse en un país occidental, como pretendía abiertamente buena parte de la intelectualidad hasta la caída del comunismo (ahora se encubre con retórica ecologista y altermundista), la democracia habría quedado vaciada de sentido.

La razón de esto nos lleva a un debate filosófico fascinante. Según cuentan, Hayek advirtió contra los intentos de justificar el liberalismo en concepciones utilitaristas (la libertad es buena porque genera prosperidad), ya que pueden volverse fácilmente en contra. Cuando alguien le señaló que generalmente la libertad y la prosperidad solían ir unidas, el sabio austríaco respondió con una sonrisa: "Sí, es una maravillosa coincidencia."

Personalmente, no creo que debamos tomarnos al pie de la letra la idea de la "maravillosa coincidencia". Desde ciertos intentos racionalistas de fundamentar una ética liberal, puede efectivamente parecer un agradable accidente que la libertad sea beneficiosa socialmente, pero si partimos de los seres humanos reales en circunstancias reales, lo sorprendente sería que no fuera así. Ludwig von Mises demostró que el cálculo de los precios era imposible en una economía planificada, por lo que no existe alternativa al sistema de mercado, en que las decisiones económicas las toman autónomamente los individuos. Se trata, pues, de un argumento negativo en favor del liberalismo: el socialismo no es posible. Pero creo que además existe un argumento positivo, aunque de naturaleza empírica: Dado lo que sabemos de la naturaleza humana, todo indica que gran parte de los individuos tenderán a prosperar materialmente si se encuentran con las menores trabas artificiales posibles para tomar sus propias decisiones.

Ello no es óbice para que tengamos muy en cuenta la advertencia de Hayek, y por eso simpatizo con los argumentos iusnaturalistas: La libertad es un valor en sí mismo, y ninguna argumentación utilitarista, como las que emplean invariablemente los Estados (el bien común, etc), puede justificar su limitación. En lo que me aparto de autores como Rothbard es que yo no creo en absoluto que el derecho natural sea formalmente demostrable, sino que requiere inevitablemente una fundamentación religiosa o metafísica: en ambos casos, un acto de fe, aunque no más extraordinario que el que implica defender la esencial racionalidad de lo real, que ninguna experiencia podrá jamás demostrar, y en la que sin embargo creyeron profundamente grandes científicos como Einstein o Planck.

En este sentido, me siento muy próximo a la postura de David Friedman, tal como nos la expone Albert Esplugas: "Friedman rechaza el utilitarismo como patrón último para determinar lo que debe hacerse y lo que no, pero considera que los argumentos de esta clase son en general los más eficaces para defender la doctrina libertaria. La gente tiene ideas muy diversas acerca de lo que es justo, sin embargo la mayoría coincide en que la felicidad y la prosperidad son propósitos deseables." Aunque desde luego donde dice "libertaria" yo pondría liberal, porque no le sigo en sus argumentaciones ácratas. Pero esta es otra cuestión.

Evidentemente, desde un punto de vista individual la libertad no garantiza la felicidad. Sin embargo, desde una perspectiva probabilística, cuando hablamos de millones de individuos, la cosa es bien distinta. En el caso del individuo la idea de libertad es necesariamente axiomática, debe considerarse como un valor apriorístico. Desde el punto de vista colectivo, sin embargo, el argumento utilitarista, que la libertad además es mejor para la sociedad, es decisivo, y tiene el discreto encanto de que no requiere postulados metafísicos o trascendentes.