Acabo de leer las memorias de Jean-François Revel*. Si tuviera que destacar un pasaje del libro, sería el siguiente:
Me había apasionado por la política porque quería reducir los sufrimientos humanos y fortalecer la justicia y la libertad. Pero descubría que para lograrlo la izquierda había erigido en principios sagrados unos métodos que daban resultados contrarios a los deseados. Lo malo era que no quería reconocerlo o, peor aún, ni siquiera se daba cuenta. Pero yo no podía dejar de ver que después de la guerra las democracias liberales habían proporcionado a sus ciudadanos una prosperidad, una libertad y un progreso de la cultura que el socialismo había sido incapaz de generar, y además había destruido sus primicias. Los esquemas explicativos que hasta entonces me habían servido para interpretar la realidad eran refutados por ella. Me di cuenta a mi pesar, pero de un modo irresistible. No obstante los socialistas se obstinaban en identificar el hecho de "ser de izquierdas" con la veneración supersticiosa de unos medios caducos. A mí lo que me importaban eran los fines, que no habían cambiado, y debían buscarse por otros medios. Fiel a estos fines, seguía considerándome "de izquierdas", pero los socialistas me arrojaron "a la derecha" porque no aceptaba el fetichismo de los medios. En el fondo las ideas "de izquierdas" son una contraseña, un vínculo tribal, no un método de acción para mejorar la condición humana. Criticarlas en nombre de sus supuestos objetivos equivalía a salirse de la tribu, y eso fue lo que me pasó. (Págs. 400-401)
Aunque descriptivamente el análisis de Revel me parece genial, como explicación no me convence tanto. No estoy tan seguro de que "ser de izquierdas" sea un mero error de método, convertido en dogma de fe por una obcecación incomprensible. En lugar de limitarse a defender una sociedad razonablemente justa y libre, la ideología llamada progresista se caracteriza por no conformarse en absoluto con tales objetivos, sino que se sustenta, de manera más o menos explícita, en el postulado romántico (es decir, antiilustrado) según el cual es posible una "sociedad reconciliada"**, en la cual todos los conflictos e injusticias han sido erradicados de una vez para siempre. Un difuso utopismo igualitario, más que ninguna teoría socioeconómica errónea, es lo que sirve principalmente de justificación al intervencionismo de los gobiernos. Y ello parece encajar mejor con la certera observación acerca del tribalismo de la izquierda, esa nostalgia atávica de gregarismos perdidos.
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* Memorias. El ladrón en la casa vacía, Ed. Fundación FAES, 2007.
** Miquel Porta Perales, La tentación liberal. Una defensa del orden establecido, ed. Península, 2009, pág. 15.
sábado, 14 de noviembre de 2009
Los medios y los fines
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