Los piratas somalíes han recibido un mensaje claro: Secuestrar un barco con tripulantes españoles es un buen negocio, pues por dos veces han cobrado cuantiosos rescates y han escapado impunes. Quien paga el rescate exigido por unos secuestradores, está incentivando nuevos secuestros en el futuro. Al plegarnos a las demandas de unos delincuentes cambiamos una satisfacción inmediata (la liberación sin lucha de los rehenes) por una amenaza futura que impresiona más débilmente nuestra imaginación. El sentimiento se sobrepone al razonamiento.
Cuando José María Aznar se negó a plegarse ante las exigencias de los terroristas que secuestraron a Miguel Ángel Blanco, demostró no ser un hombre progresista ni de izquierdas, es decir, que le importaba un comino no ser simpático. Pero sobre todo demostró a los criminales que tenían en frente un gobierno que no iba a ceder ante ningún tipo de chantaje, por brutal que fuese. Redujo sus esperanzas de alcanzar sus objetivos, e incrementó su desprestigio entre los tibios. Podía haber escogido el camino más fácil, anunciar en televisión la liberación de Miguel Ángel Blanco, a cambio de concesiones ocultas, que hubieran fortalecido peligrosamente a ETA, y hacerse fotos con el joven concejal, rodeado de sus familiares agradecidos. Optó, en cambio, por lo que le dictaba la razón, por lo más difícil y doloroso: No ceder ante los criminales, para evitar males mucho mayores en el futuro.
Por el contrario, Rodríguez Zapatero practica sistemáticamente una política de sentimientos. Su prioridad no es actuar conforme a aquello que la razón (con todas sus limitaciones) revela como lo más conveniente, sino pensando ante todo en la imagen que sus actos puedan dar de sí mismo. Una imagen que debe ser de simpatía, de buenos sentimientos, contrapuesta a la de los conservadores, unos seres insensibles, timoratos o egoístas, según se tercie.
El PSOE y su entorno mediático hace ya tiempo que sustituyeron las ideas por las emociones, la ideología por el marketing. Se han especializado, con gran éxito, en cultivar la sensiblería colectiva, en lugar de apelar a la racionalidad individual. Como dice Juan Carlos Girauta en La eclosión liberal:
“Hoy sabemos que los mejores datos macroeconómicos del mundo no pueden sobreponerse a un día de agitación en las calles con acusaciones al ‘buen gestor’ de asesinar niños en Oriente Medio y de haber provocado con ello una masacre en Madrid. También se puede haber dirigido la lucha antiterrorista con eficacia y hasta con heroísmo. Pero una palabra vacía y conmovedora como ‘paz’, y una línea en el suelo distinguiendo entre ‘nosotros’ y ‘ellos’ –los que queremos la paz y los que quieren la guerra– bastan para que los logros obtenidos se olviden.”
Rodríguez Zapatero sabe cómo hacer que muchos se sientan buenos con él, y por tanto, que detesten a quienes osan cuestionar su intrínseca bondad (es decir, la de ellos), o por lo menos sus consecuencias objetivas. Quien confunde su particular sentimiento de bondad con el bien, es incapaz de considerar ninguna crítica. Por definición, todo lo que haga será enternecedor, salvo para aquel que esté animado por una maldad congénita. Con gente así, es imposible discutir, porque no esgrimen argumentos, sino emociones de una bochornosa simpleza, fáciles de contagiar y por tanto suscitar adhesiones mitineras y primarias, sin que retrocedan para ello ante las más groseras bajezas retóricas y los efectismos más lacrimógenos.
sábado, 21 de noviembre de 2009
Emoticracia
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