Los derechos no son merecimientos. Son limitaciones al poder absoluto. El derecho a la vida, a la propiedad, la libertad de expresión, son de hecho prohibiciones: Prohibido matar, encarcelar, perseguir a seres humanos sin mediar sentencia de jueces independientes, de acorde a las leyes.
En algún momento, sin embargo, la gente confundió los derechos con merecimientos. Y entonces surgieron esas aberraciones del "derecho" a la vivienda, al trabajo, a la educación, la sanidad, a disfrutar de una pensión, a casarse con personas del mismo sexo, a abortar.
Algunas de estas cosas (la vivienda, la educación) son en sí mismas buenas, pero no son derechos. Debemos ganárnoslas, como nos ganamos algo tan básico como el pan. El derecho a la vida no implica que el Estado ni nadie se vea obligado a alimentarme. Es, recordémoslo, una mera prohibición. Asimismo, los "derechos" a la vivienda, la educación y la sanidad no son más que desarrollos del derecho de propiedad, la libertad de poseer bienes materiales y contratar servicios. ¡En absoluto implica tal derecho que nadie me deba garantizar ser propietario!
Otros de esos seudoderechos son además indeseables, y sólo pueden realizarse violando algunos de los verdaderos derechos. Es el caso prístinamente claro del aborto.
Alguien debe decirle a la gente, le guste escucharlo o no, que no hay tal cosa como un "derecho" al aborto. Pero que tampoco hay, en el sentido que suele entenderse, derecho a la vivienda, la educación, la sanidad ni la pensión de jubilación o desempleo. Estas cosas debemos ganárnoslas con nuestro esfuerzo. No las "merecemos" sin más. Y la única obligación de un Estado es no poner dificultades a los individuos para conseguir esos legítimos objetivos, con impuestos excesivos y otro tipo de trabas.
Se replica a esto que así favoreceríamos principalmente a los ricos, que parten con ventaja. Pero entre los ricos, los hay que lo son por sus propios mérito y esfuerzo, y otros que no, porque se han limitado a heredar un capital o un patrimonio, o los han obtenido de manera ilícita. Por tanto, lo correcto es admitir que algunas personas son ricas sin ningún mérito; no que por ello todo el mundo tenga derecho al bienestar sin merecerlo, sin ganárselo, como se lo ganaron nuestros padres y antepasados.
Alguien debería decirle a la gente de una vez estas verdades incómodas, que están en el origen de la crisis actual. Alguien al que no le preocupe ser abucheado, y mucho menos no ser votado. Los políticos y los periodistas no pueden hacer eso. Necesitan votantes, lectores, audiencia. Esto sólo lo podemos decir idiotas como yo, que un domingo por la tarde nos entretenemos en expresar nuestros pensamientos sin cobrar nada por ello.