viernes, 6 de junio de 2008

Eutanasia: de liberal, nada

Los partidarios de la eutanasia, no siempre conscientemente, juegan con el equívoco. Al hablar del derecho a decidir sobre la propia vida, parece que uno está defendiendo una libertad tan elemental como es la del suicidio. Suicidarse es tan fácil (para quien verdaderamente está decidido a hacerlo) que una sociedad que quisiera poner trabas a la posibilidad de cometer ese acto, debería ser prácticamente una cárcel. De hecho, la mayoría de regímenes penitenciarios efectivamente impiden el acceso de los reclusos a determinados objetos, como cinturones o cuchillas de afeitar, que podrían convertirse en instrumentos suicidas. Y aun así, no siempre logran impedir que algún interno se quite la vida.

Independientemente de la opinión moral que merezca el suicidio, no creo que haya nadie en su sano juicio que defienda su prohibición legal. Y es que, cuando hablamos de eutanasia, en realidad no estamos discutiendo acerca del suicidio, sino del homicidio. Los defensores de la eutanasia defienden que una persona que desea acabar con su vida, y que por su estado físico es incapaz de realizar por sí misma su propósito, tiene derecho a ser asistida por otra en el cumplimiento de su voluntad, que por tanto cometería un homicidio legal. Se podrá estar de acuerdo o no, pero esto es algo muy distinto de defender una libertad elemental, que es como tienden a presentarlo.

No se trata, por tanto, de que algunos teocones quieran restringir una libertad del individuo. Lo que se pone en cuestión es que el homicidio deba ser despenalizado en función de las limitaciones físicas de ciertas personas.

Existen normas que obligan a los constructores a evitar las llamadas barreras arquitectónicas, con el fin de proteger a los disminuidos físicos. Podríamos discutir sobre si la coerción estatal es el mejor medio para ello, pero en cualquier caso, facilitar que una persona en silla de ruedas acceda más fácilmente a un edificio, es una medida análoga a otras muchas que la sociedad aplica en beneficio de personas desfavorecidas, como pueda ser una pensión no contributiva o la gratuidad del transporte urbano para los ancianos. Son medidas muy loables, quién lo duda. Ahora bien, presentarlas como un aumento de la "libertad" de estos individuos es incurrir en el uso más trivial y empobrecedor de la palabra, que es precisamente el que más gusta a los socialistas. Para estos, libertad es simplemente el poder de hacer cosas. Para el liberalismo clásico, sin embargo, la libertad es no estar sujeto a la arbitrariedad de otra persona.

Si yo no puedo jugar al baloncesto porque soy tetrapléjico, en ese sentido trivial soy menos libre que si tuviera las condiciones físicas de Pau Gasol. ¿Pero está obligada la sociedad a satisfacer todos los deseos de algunos de sus miembros, por el mero hecho de que padecen limitaciones más graves que la mayoría?

Si una persona quiere morir, ¿la sociedad tiene la obligación de facilitarle los medios para ello? Quienes responden que sí, en realidad están dando mayor poder a la sociedad sobre el individuo, por mucho que supuestamente sea para cumplir una voluntad de éste. Pues lo que nos tememos muchos es que convertir la eutanasia en práctica rutinaria conduce a una relativización de la vida humana y por tanto al menoscabo de la dignidad de la persona, que es la fuente de toda libertad. Es descender a un estadio gregario como el de aquellos pueblos primitivos que practican el abandono de ancianos o el infanticidio, o el de esas sociedades de insectos en las que el individuo se sacrifica (en ocasiones por propia iniciativa, si es dado emplear este concepto en animales inferiores) por el bien del colectivo. El Estado no nos pregunta si queremos cotizar a la seguridad social, detrayéndonos la mitad de nuestros ingresos; sencillamente, ha decidido por nosotros que sí queremos. ¿Tan sorprendente sería que acabara decidiendo cuándo queremos morir?