Según el último avance del Barómetro del CIS, en España el 73,1 % de la población se declara católica, aunque solo un 13,4 % de los creyentes en alguna religión asiste semanalmente a oficios religiosos. Esto significa que menos de un diez por ciento de los españoles va a misa.
Estos porcentajes se reducen notablemente en el caso de los jóvenes entre 18 y 24 años. Solo el 55,5 % se considera católico, y de estos, menos del 3,2 % asiste habitualmente a la misa dominical: menos del 2 % del total.
A menos que la juventud actual evolucione hacia posiciones más religiosas, en el futuro las creencias y las prácticas católicas de los españoles seguirán disminuyendo, por razones puramente demográficas.
La causa inmediata de esta descristianización de la sociedad se halla en la educación. Pues es evidente que si las personas mayores no han dejado en general de ser católicas (el 90,7 % de los mayores de 65 años dicen serlo, y van a misa en doble proporción que la media), debemos buscar la causa de esta diferencia entre tramos de edad en algo que afecta a unos y no a otros.
Aparentemente, además de la educación, podría haber factores psicofisiológicos. Los viejos, al tener la muerte más cerca, serían por naturaleza más inclinados a abrigar creencias religiosas. Y los jóvenes, al estar más interesados por el sexo, se sentirían mucho más tentados a desdeñar la moral católica. Sin embargo, esta explicación me parece sumamente discutible. Todos podemos morir mañana mismo, sea cual sea nuestra edad. Y en todo caso, tanto la mayor o menor consciencia de la muerte como el interés por el sexo no deben ser esencialmente distintos hoy de épocas pasadas. La gente de hace cien años no tenía seguramente menos ganas de vivir y de goces materiales que la actual, y en cambio era mucho más religiosa, en todas las edades.
Así pues, en la educación se encontraría la causa del retroceso social del catolicismo. Pero esto aún puede malinterpretarse de una forma un tanto burda. Se dice que los jóvenes de hoy tienen más "información", lo cual les llevaría a ser más críticos con las creencias religiosas. Sin embargo, la información instrumental no afecta para nada a la cuestión de fondo acerca de la verdad o falsedad de las ideas últimas sobre la existencia. Los conocimientos positivos pueden utilizarse para poner en práctica una conducta u otra: no sirven para elegir cuál. Lo que aparta a los jóvenes de la religión es la cosmovisión alternativa que les transmiten profesores, periodistas y guionistas de cine y televisión. Esta cosmovisión consiste en última instancia en un materialismo, a veces formulado en términos harto crudos, pero casi siempre presentado de una forma más digerible, y por tanto más peligrosa.
Este proceso se inició prácticamente en todo Occidente en la educación superior, en la década de los años sesenta. Las estadísticas empezaron por entonces a revelar un aumento brusco de los sentimientos de vacío existencial, las tendencias suicidas, la agresividad y las adicciones entre los estudiantes universitarios de Estados Unidos y Europa. El psicólogo Víctor Frankl atribuyó este fenómeno "a la constancia con que el estudiante americano promedio se ve expuesto a un proceso de adoctrinamiento basado en el reduccionismo". (El hombre en busca del sentido último, Paidós, 2012, pág. 122.) Frankl se refería tanto a las concepciones fisicalistas en general, como a las escuelas psicoanalítica y conductista en particular, opuestas pero coincidentes en su explicación de la mente humana en términos puramente mecánicos.
Ha transcurrido tiempo suficiente para que podamos comprobar los efectos de esta descristianización. Sin embargo, las sociedades occidentales no parecen, en general, estar dispuestas a enmendar sus errores, sino por el contrario a profundizarlos. El aumento de la prosperidad desde la Segunda Guerra Mundial, sin lugar a dudas un bien en sí mismo, ha tenido probablemente el efecto secundario de alimentar la arrogancia del individuo, la confianza desmedida en las propias fuerzas que supone el olvido de su condición creatural. Pero no hay nada definitivo en esta tendencia; el futuro demuestra una y otra vez estar siempre abierto, ser impredecible. Como no podía ser de otra manera si es que los seres humanos somos verdaderamente libres, y no un accidente molecular.