El Arzobispo de Tarragona, Jaume Pujol Balcells, realizó unas declaraciones el pasado 23 de enero, en TV3. Entre otros temas, habló de la violencia doméstica, el papel de la mujer en la Iglesia y el matrimonio homosexual. Las reacciones de la izquierda mediática y política no se hicieron esperar. El País habló de "ataque a los homosexuales" y "frase homofóbica". Los grupos de presión como la FELGTB (Federación de Lesbianas, Gays, etc) o Europa Laica abundaron en expresiones como "machismo" y "apología de la homofobia", declaraciones que "no se pueden consentir", "unos ponen las palabras y otros podrían llegar a la agresividad", "maltrato a una parte de la población", etc, llegando a exigir que "se actúe de oficio" contra el arzobispo. En la línea de insinuar una relación causal entre las opiniones de Jaume Pujol y la violencia contra las mujeres y los homosexuales, el Ayuntamiento de Tarragona (gobernado por el PSC), "lamenta profundamente" sus declaraciones, las cuales "legitiman comportamientos que tantos esfuerzos hacemos para erradicar, sobre todo cuando pueden favorecer relaciones de abuso de poder, rechazo social o violencia". Al ritual de rasgarse las vestiduras se han sumado también ICV-EUiA, que denuncia la "intolerancia de la jerarquía católica" y ha elevado varias preguntas al Congreso, así como la CUP de Tarragona (independentistas y pancatalanistas de extrema izquierda), proponiendo que se boicoteen los actos religiosos de las fiestas mayores y que el arzobispo sea declarado "persona non grata" en Tarragona.
¿Qué barbaridades habrá pronunciado Jaume Pujol? El lector puede juzgar por sí mismo viendo el vídeo de la entrevista (en catalán) en la que se produjeron las polémicas declaraciones del arzobispo.
Al ser preguntado por uno de los últimos casos de una mujer asesinada por su pareja o expareja, acaecido en un tranquilo pueblo de Tarragona, Pujol, tras expresar su pesar y sus condolencias a la familia, atribuye la causa de este tipo de violencia a una inversión de los valores ("els valors s'han capgirat"), por la cual la fidelidad, el amor, la capacidad de perdonar, han "fallado". En el fondo, la explicación de hechos tan desgraciados solo se puede hallar "en el corazón de cada persona..., las personas nos podemos volver egoístas, se rompen lazos muy importantes en la vida de las personas..."
Naturalmente, estas palabras chocan frontalmente con la ideología progresista, que recela profundamente de conceptos relacionados con la responsabilidad individual, la generosidad y el perdón, los cuales han sido sustituidos por los correspondientes contravalores de los seudoderechos. Ya van varias generaciones adoctrinadas en la idea de que los individuos solo tienen "derechos" (nada que ver, claro, con los verdaderos derechos cívicos), de que ningún compromiso (salvo si es político-ideológico) ni sacrificio personales valen nada frente a los "sentimientos" de cada momento, y los resultados son unos índices cada vez mayores de familias truncadas, lo que se pretende edulcorar como el triunfo de "nuevos modelos" de familia.
Esto no podía pasar desapercibido para la entrevistadora, la periodista Ariadna Oltra, que le reprocha al prelado, escandalizada, que no haya pronunciado la palabra "igualdad", lo que aprovecha para abordar el tema del sacerdocio femenino (que a la mayoría de católicos no les preocupa, y a los que no lo son no les incumbe). Pujol replica que la dignidad de todo ser humano es un principio consustancial a la Iglesia, lo cual no es incompatible con que hombres y mujeres puedan tener funciones distintas. Tampoco un hombre puede tener hijos, señala. Aunque el ejemplo acaso parezca pueril, por obvio, es absolutamente oportuno, y tiene que ver con el tema que ha originado la mayor polémica. Porque el progresismo consiste en gran medida en fingir que no existen condicionantes derivados de la naturaleza humana y que es perfectamente normal que parejas homosexuales tengan hijos. De hecho, la ciencia cualquier día conseguirá que se puedan engendrar niños con el material genético de una sola persona, sea esta hombre o mujer, y cuando semejante aberración sea posible, los progresistas lo aplaudirán como un avance largamente esperado por la sociedad.
Para Jaume Pujol, los homosexuales son seres humanos dotados de la misma dignidad que todos los demás, y que por tanto merecen el mismo respeto. Pero su comportamiento "no es el más adecuado para la sociedad ni para ellos mismos como personas". Pues bien, esta moderada afirmación es algo que, según algunos, que además pretenden pasar por ardientes defensores de la libertad, debería estar terminantemente prohibido expresar.
Como no podía ser menos, la entrevistadora recordó los casos de pederastia, pese a que, adivinando que le sacarían el tema, el sacerdote ya había señalado el hecho de que esta sociedad se complace en fijarse en los malos ejemplos, y no en los numerosos, y admirables, que testimonian los auténticos valores cristianos. Pero si no se puede criticar ni en el más leve grado a los homosexuales (mejor dicho, a su conducta), no se entiende por qué deberíamos "perseguir" y "discriminar" (por utilizar el lenguaje falaz del progrerío) a los pederastas, que a fin de cuentas se mueven por el mismo principio, elevado a dogma supremo por la izquierda sesentayochista, a saber: la búsqueda del placer en cualquiera de sus formas. El argumento de que unos defienden relaciones libremente consentidas entre adultos, mientras que los otros abusan de la inocencia infantil, resulta esencialmente precario desde la misma cosmovisión progre, que defiende la educación sexual a edades cada vez más tempranas y pone en entredicho las concepciones tradicionales del pudor y la inocencia, una de cuyas virtudes consisten en preservar a la infancia. (De ahí los cambios en el código penal, que han desterrado expresiones como "abusos deshonestos" por razones ideológicas.) Aquí nos gusta reírnos de otros países donde desaprueban que, en un espectáculo transmitido en horario infantil, una cantante muestre una teta, o donde no son partidarios del topless en las playas. Pero lo único que demostramos con ello es que respetamos mucho menos a nuestros niños.
Lo que define al progre no es que lleve hasta sus últimas consecuencias determinadas ideas, sino precisamente lo contrario, que se queda a medio camino y se ofende cuando alguien realiza esa tarea por él. Objetará que le parece mezquino y miserable que alguien compare la homosexualidad con la pedofilia, o el matrimonio gay con la poligamia, inmediatamente después de haber enunciado, con cierta suficiencia triunfal, que cada cual es libre de casarse o relacionarse con quien quiera. Desearía ver destruidas las concepciones tradicionales de la familia, el matrimonio, la decencia, etc, pero sin dejar de ser considerado una persona decente. Si no da el paso definitivo y se ufana de su indecencia es porque, al menos en su fuero interno, sabe que eso pondría sobre aviso a muchos tontos útiles, que se dejan seducir por sus emotivas declaraciones de buenas intenciones.
Las palabras del arzobispo, en contra de lo que pretende hacer creer la agitación izquierdista, están preñadas de sentido común. Solo le faltó a Jaume Pujol denunciar con más claridad que es precisamente el progresismo el causante de esa inversión de los valores, cuyos efectos le llevan después a derramar amargas lágrimas de cocodrilo.